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Dos décadas es demasiado tiempo y ya estaba siendo necesario que la ausencia de mayoría parlamentaria obligara a crear una nueva realidad política no apta para fanáticos
Después de 20 años ininterrumpidos de gobiernos con mayorías parlamentarias, el próximo no contará con ese privilegio, gane quien gane la segunda vuelta electoral a celebrarse el último domingo de este mes. En el caso de que el triunfador sea el frenteamplista Yamandú Orsi tendrá a su favor a más de la mitad de los senadores pero no de los diputados. Y si quien se termina quedando con la victoria es el blanco Álvaro Delgado, no contará con mayoría en ninguna de las dos cámaras.
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En una primera lectura ese puede llegar a ser un dato preocupante. De hecho, así ha sido interpretado por muchos dirigentes políticos y analistas durante los últimos días. Sin embargo, desde esta página nos permitimos discrepar con todos ellos: es una buena noticia.
¿Por qué? Porque obligará al próximo presidente y a la coalición de partidos que representa a entablar negociaciones con la otra parte. Por primera vez en mucho tiempo una de las dos mitades en las que se encuentra dividido Uruguay tendrá la necesidad de acercarse a la otra y buscar acuerdos al menos en algunos puntos básicos como forma de gobernar, y eso sirve para dejar de lado mezquindades y concentrarse en las cuestiones importantes. Esto no quiere decir que los chisporroteos menores dejarán de existir ni tampoco que todos de un día para el otro empezarán a ver el bosque en lugar del árbol pero puede ayudar a que al menos en algunos prime la sensatez.
Por supuesto que hubo muchas instancias de diálogo entre oficialismo y oposición durante los últimos cuatro gobiernos. Pero la realidad muestra que prácticamente ninguna de ellas fue muy fructífera. Los tres gobiernos consecutivos del Frente Amplio, desde 2005 a 2020, siempre contaron con los votos necesarios para aprobar sus leyes en el Parlamento, y eso los llevó la mayoría de la veces a hacerlo de espaldas a la oposición o solo contemplarla en cuestiones menores. Luego vinieron los cinco años de la coalición republicana, en los que primero tuvo que enfrentar la pandemia de Covid-19 y después acelerar con algunas de las reformas propuestas, que fueron votadas solo por el oficialismo.
Pues esa forma de gobernar se terminó. Ahora tendrán que venir primero el diálogo, después la negociación y por último la aprobación de las iniciativas que proponga el oficialismo al Parlamento. Desde el Presupuesto quinquenal hasta las leyes más triviales. Todo implicará un intercambio que puede llegar a ser utilizado o para enriquecer algunas normas o para dejar en evidencia dónde están los estadistas y dónde los mezquinos.
Nosotros tenemos confianza en que Uruguay pueda resolver de la mejor manera esta situación. Como lo hemos dicho en más de una oportunidad en esta página editorial, aquí la historia muestra que cuando fue necesario se impuso la sensatez y todo el sistema político, o al menos una parte mayoritaria de él, se terminó alineando detrás del sentido común.
Hay varios ejemplos al respecto en este siglo. Quizás el más significativo fue el de la crisis económica y bancaria de 2002, donde algunos líderes de la izquierda, como Tabaré Vázquez, plantearon diferencias con el gobierno de Jorge Batlle pero otros como Danilo Astori votaron las principales leyes promovidas por esa administración y el sindicato bancario también apoyó con mucho esfuerzo la salida. Pero, más allá de esos matices, nadie incendió las praderas como ocurrió en Argentina. Primó la cordura. Algo similar ocurrió con la instalación de las plantas de celulosa en Uruguay o con el Plan Ceibal o con la política antitabaco.
Aquí no hay costumbre de volar todos los puentes y estar siempre en pie de guerra. De todas formas, dos décadas es demasiado tiempo y ya estaba siendo necesario que la ausencia de mayoría parlamentaria obligara a crear una nueva realidad política no apta para fanáticos. Porque también es una realidad que los fanáticos estaban creciendo y su voz era la que empezaba a sonar más fuerte desde los dos lados.
Así que es hora de poner a prueba ese patriotismo y ese sentido de la responsabilidad del que siempre nos jactamos los uruguayos en comparación con otros países de la región. Ahora no hay espacio para las vacilaciones. Primero está el país. Gane quien gane.