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Lo que dicen algunos nacionalistas es que, desde la cúpula del Frente Amplio, ya se adoptó la decisión de tratar de frenar como sea lo que ven como una muy probable reelección de Luis Lacalle Pou como presidente en 2029
Dicen que muchos políticos tienden a la paranoia. Que suelen leer algunos episodios de la realidad en función de conspiraciones, de pactos ocultos con el objetivo de perjudicarlos o de alianzas estratégicas que se arman de una forma silenciosa para quitarles protagonismo o directamente dejarlos afuera de los lugares de poder. Cuentan que los que más atraviesan por ese tipo de estado son los que más lejos llegan, por estar mucho más expuestos y por permanecer más tiempo en el centro de todas las miradas.
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Es comprensible. Pero lo que en la mayoría de los casos es difícil de discernir es si ese estado que adquieren algunos es paranoia, si está justificado por la realidad o si responde a una combinación entre ambos aspectos. Muchos de los grandes referentes del Uruguay de las últimas décadas han mostrado esos síntomas en algún momento.
Uno de los casos más emblemáticos es el registrado luego de que el expresidente blanco Luis Lacalle Herrera terminara su mandato el 1 de marzo de 1995. Se fue del gobierno con el apoyo de uno de cada cinco uruguayos y le pasó la banda presidencial al colorado Julio Sanguinetti, que ganó la elección por menos de 25.000 votos a Alberto Volonté, uno de los postulantes del Partido Nacional.
Al poco tiempo de haber vuelto al llano, la administración que había sido encabezada por Lacalle Herrera fue objeto de una serie de denuncias de corrupción que terminaron con varios exjerarcas blancos presos. Algunas de las imputaciones llegaron hasta el exmandatario y su esposa, en una escalada que Lacalle Herrera denominó como “embestida baguala”. Él siempre fue muy bueno en bautizar con nombres certeros algunos episodios y esta no fue la excepción. Todos hablaron de la embestida baguala a partir de ese momento. Hasta el día de hoy.
Dentro del grupo de los conspiradores ubicó a Sanguinetti y a Volonté, que lideraban la coalición de gobierno de entonces y mantenían una relación muy cercana. También a algunos medios de comunicación, que investigaban y difundían las distintas denuncias de corrupción y a jueces y fiscales, que mantenían un perfil público elevado. Suena conocido y actual, ¿no?
Después de lo más intenso de la tormenta, Lacalle Herrera se definió como “duro de matar” y volvió a competir por la presidencia en las elecciones nacionales de 1999. Ganó la interna partidaria ante un candidato que lo acusó directamente de corrupto, pero luego su partido salió tercero en la contienda electoral, registrando una de las peores votaciones de su historia. De todas formas, apoyó para la segunda vuelta al colorado Jorge Batlle, que se transformó en presidente.
Pasaron 25 años. En el medio hubo un dos veces presidente, como Tabaré Vázquez, que al promediar su primer mandato construyó con su entonces ministra de Salud, María Julia Muñoz, el relato de que había una especie de conspiración de medios opositores en su contra. Y también dijeron que muchos periodistas respondían directamente a blancos y colorados. Otra vez, una acusación que parece familiar, ¿no?
También hubo otros episodios similares, con protagonistas y acusados también parecidos. Y ahora acaba de terminar un gobierno encabezado por el Partido Nacional y liderado por el expresidente Luis Lacalle Pou, hijo de Lacalle Herrera. Quizás por eso o quizás por otras circunstancias que se repiten, hay un grupo de blancos que por lo bajo —y no tanto— están hablando de un posible retorno de la embestida baguala. No es Lacalle Pou el que lo dice, pero sí dirigentes de primera línea.
Por supuesto que son otros los tiempos, los protagonistas, las gestiones de gobierno que finalizaron, los equipos, los resultados, casi todo. Imposible comparar o asemejar un período con el otro. Por muchísimas razones, pero hay puntos de contacto.
Lo que dicen algunos nacionalistas es que, desde la cúpula del Frente Amplio, ya se adoptó la decisión de tratar de frenar como sea lo que ven como una muy probable reelección de Luis Lacalle Pou como presidente en 2029. Por eso entienden que ya tienen preparada una nueva embestida baguala, que consiste en una serie de acciones y denuncias como para intentar perjudicarlo.
Lacalle Pou terminó su gobierno con una alta popularidad (58%), algo similar a lo que pasó con el expresidente Tabaré Vázquez en su primer período de gobierno, antes de ser reelegido cinco años después. Es cierto que los números de aceptación popular de Vázquez eran bastante más altos (75%) y que el Frente Amplio logró retener el gobierno en aquella oportunidad a través de la figura de José Mujica, pero está clarísima la fortaleza electoral de Lacalle Pou.
A su vez, durante su administración se registraron algunas denuncias de irregularidades, la mayoría de las cuales ya fueron resueltas por la Justicia o por el propio expresidente al destituir a los jerarcas involucrados, pero hay algunas que siguen sin resolverse. Eso, sumado a otros movimientos políticos, como la designación del exfiscal de Corte Jorge Díaz como prosecretario de la Presidencia, generaron alarma entre los blancos.
Es más, muchos consideran que el objetivo de Díaz es truncar la carrera política futura de Lacalle Pou, como si fuera una especie de ser todopoderoso operando desde las sombras. Creen, además, que la insistencia del presidente Yamandú Orsi y de varios jerarcas de su equipo en no promover auditorías en todas las oficinas públicas, salvo que en algún lugar sean estrictamente necesarias, es para disimular. Que lo que realmente harán —y ya lo tienen resuelto, aseguran— será ventilar a través de algunos medios de prensa y de otros mecanismos cualquier atisbo de duda de irregularidades que encuentren.
Como contraofensiva, comentan los que conocen al detalle la interna del Partido Nacional, algunas figuras de esa colectividad política están criticando a la Fiscalía, a la que acusan de tener vínculos ideológicos con el Frente Amplio. Lo hicieron especialmente luego del episodio que involucra al exintendente de Soriano Guillermo Besozzi, pero también lo extienden a lo general. Buscan desacreditar a los fiscales porque aseguran que son en su mayoría frenteamplistas y que los maneja Díaz.
También involucran a algunos medios de comunicación y periodistas, que son los que manejan públicamente en muchas ocasiones la información y que cuentan con la credibilidad de sus audiencias. A ellos también los acusan de frenteamplistas encubiertos, preparando el terreno para cuando finalmente atropelle fuerte esa embestida baguala que piensan que se viene.
El asunto de fondo, al que no se refieren, es que no hay embestida posible si no se tiene con qué embestir. Por más conspiraciones, arreglos, ideologías y todo lo que le quieren poner, la realidad se termina imponiendo. Por algo algunos líderes políticos y expresidentes lograron sortear el temporal y otros no. Si hay algo, queda, y si no, muere todo en ese espíritu destructivo de los conspiradores.
Porque el mundo de fantasías se termina ahogando entre los fantasiosos. A esos los tapa el agua de la historia, casi sin dejar rastro de ellos. El asunto es de qué lado está la fantasía.