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Esta crisis en empresas que ofrecían inversiones en el negocio ganadero debería conducir a un debate sobre marcos más sanos para el ahorro, las inversiones y cierto tipo de producción
Hacía muchos años que no se verificaba un clima de revuelo y elevada atención pública como el que produjo la crisis en tres empresas que ofrecen inversiones en capitalización ganadera. Probablemente por esa razón, el tema también entró en la agenda política, y autoridades de gobierno salientes y las entrantes se han interesado, lo cual es deseable dados algunos problemas que salieron a luz.
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Por un lado, la caída de Grupo Larrarte, de República Ganadera y de Conexión Ganadera desnudó para algunos que, desde hace más de 20 años, este sector ha desarrollado su actividad por fuera de una regulación y un control específico. En atención a las denuncias presentadas por los afectados y las eventuales salidas concursales o privadas, ahora será cuestión de la Justicia aclarar si lo que hubo fue un mal negocio en el que los inversores se metieron a su propio riesgo o fueron estafados mediante un “esquema Ponzi”, como también se señala. ¿Existen otras estructuras que manejan ahorro de la ciudadanía que están funcionando bajo este tipo de esquemas y no lo sabemos o no lo queremos ver?
Para evitar que haya destrucción de capital y desincentivo al ahorro —como puede ocurrir como derivación del caso de las inversiones ganaderas—, parece saludable que se establezca un marco más claro para todos los actores que participen en negocios de este tipo, además de una mayor transparencia de las empresas involucradas. La confianza en una supuesta buena reputación de los empresarios no debería ser lo único que sustente la captación de clientes. Cualquier inversión implica cierto grado de riesgo, pero si los inversores no tienen información completa, estos riesgos se multiplican. Esto corre para los ahora perjudicados por la caída de estas tres empresas de capitalización ganadera y para cualquier otro tipo de inversiones.
Además de una regulación y control mínimos, de una necesaria cristalinidad en los negocios, parece que también hay mucho para mejorar en materia de educación financiera y en la gestión patrimonial de la población. En el caso específico de los negocios ganaderos, parte de la desinformación puede deberse a la desconexión que hay entre la ciudad —muchos de los inversores ahora perjudicados no tenían ningún contacto con el rubro ganadero— y la realidad del campo, en la que los resultados de la producción dependen de variables, algunas, de difícil predicción, como el clima o los precios de los productos. En el agro, a algunas empresas les va muy bien, pero también hay explotaciones, sobre todo las de pequeña o mediana escala, cuyas rentabilidades son ajustadas.
Otro aspecto de atención es si actividades como las que desarrollan las tres empresas en crisis en cuestión y otras del rubro pueden ser utilizadas para el lavado de activos. Razonablemente, ahora aparecieron algunas voces de alerta en ese sentido.
Dolorosa para muchas familias que pueden perder parte o todo su dinero colocado en inversiones que se presentaban como muy atractivas, esta crisis debería conducir a un debate sobre marcos más sanos para el ahorro, las inversiones y cierto tipo de producción.