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Hay una creencia, o algo así, de que los periodistas se distinguen del resto de los mortales porque nacen y mueren todos los días. Con cada amanecer, con lo que ocurrirá en esas 24 horas, inician una nueva historia, sin saber cómo será pero con el encargo de descubrirlo, y contarlo. Como pasa con la vida misma. Hay que ver cómo se da, qué noticias. Saber y averiguar qué deparará la jornada, única e intensa, breve y eterna, distinta e imprevisible, con buenas y malas, hasta el fin del día. Hasta la madrugada, hasta cerrar la última página. El siguiente será otro día y el anterior ya será el pasado.
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Hace unos días murió Raúl Ronzoni, periodista por más de 60 años. Mucho más de medio siglo estuvo naciendo y muriendo todos los días. Y Raúl lo hizo bien. Fue de los buenos. En su área, la información judicial, considerado un maestro.
Escribió en este semanario por casi 33 años, desde 1991.
A mediado de los años 80, recién reinstalada la democracia, Búsqueda entendió que debía ampliar la información judicial, hacerla permanente, contar a sus lectores sobre lo que pasaba en “la Justicia” —lo que hacían jueces y fiscales— a la par y de la misma forma que lo hacía con la actividad parlamentaria y de gobierno, esto es, del Poder Ejecutivo. No podía ni debía ser olvidado uno de los tres poderes que hacen a las repúblicas, y mucho menos aquel que nos puede privar de la libertad, legalmente. Debía ser atendido, cubierto, promocionado, vigilado, controlado y desnudado, llegado el caso, como ocurría con cualquiera de los otros dos.
El encargado de poner en marcha la sección fue Gabriel Recarte, un joven abogado de Cardona, impulsivo, metedor y brillante, quien vino al semanario de la mano de Miguel Arregui. Fue el mejor punto de arranque. Pero Gabriel se nos fue pronto, demasiado pronto.
Esta indeseable circunstancia que aquejó al semanario, por un lado, y el cierre de El Día por el otro, también indeseable, convergieron en la venida de Raúl Ronzoni a Búsqueda. Esta vez, de la mano de Mónica Bottero, quien lo había tenido como una especie de guía y tutor periodístico cuando ella comenzó en la profesión, muy joven, en el diario batllista.
Con muchos años como funcionario del Poder Judicial y por sobre todas las cosas ya con 30 años como periodista, era un veterano y un verdadero experto: Ronzoni era el hombre indicado. Y lo fue.
Manejaba la mejor información, tenía a su cargo las más respetada páginas judiciales y era referencia obligada para jueces y fiscales, para abogados y para colegas e investigadores. Y así fue desde que llegó a Búsqueda y hasta hace unas tres semanas en que dejó de escribir sus columnas y comenzó a morir por última vez.
Hace unos 15 años se mudó a Valencia, España. Desde allá siguió escribiendo una columna todas las semanas. Con la autoridad de su trayectoria y con información de primera mano de lo que ocurría aquí y de lo que muchos nos enterábamos por él. ¿Cómo lo hacía? Era un baqueano y sin duda un gran periodista.
Era sí un consultor o consultado, un referente, pero no un asesor; sin salirse de lo que era la profesión, nada de lo que dijera a quienes recurrían a su experiencia lo dejaba de decir a todos desde sus columnas o sus artículos informativos.
Entre tantas consultas, de todo tipo, él contaba una, algo jocosa, que creo, ya para el final, es la mejor para recordar aquí. Recibió la llamada de un juez, cuyo nombre no viene al caso, que tenía que resolver sobre flor de trifulca que se había armado en un “clásico” allá por principios de este siglo: “Che, Raúl —le preguntó el magistrado—, van como siete que dicen haber sido golpeados por el mismo jugador, decime: ¿quién es el Chengue Morales?”.
¿Qué más añadir? Con Raúl Ronzoni vale y encaja justo aquello de “qué importa que haya muerto, lo importante es que vivió”.