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Roberto es un asiduo lector de mis columnas. Es amigo de mis padres desde que yo soy niño y creo que hasta me vio nacer, como se dice habitualmente para referirse a alguien que nos conoce de toda la vida. Roberto está jubilado y disfruta de la lectura y hasta se anotó en un taller de escritura.
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El sábado pasado me lo encontré, como me sucede casi todas las semanas, leyendo en el hall del Club Biguá, del cual somos socios muy activos. Me saludó y me dijo: “¿No te tocaba columna en Búsqueda esta semana?”. Sonreí, le dije que no y le confesé que estaba buscando aún el tema central para la próxima. “Todavía no sé cómo hacés para escribir cada 15 días en forma habitual, yo me anoté en un taller de cuentos acá en el club y apenas logro esbozar algunos párrafos, y todos muy malos”, me dijo con ojos de admiración. Nos despedimos y volví a casa caminando y pensando.
¿Es real esa admiración de Roberto? ¿Sus palabras son sinceras o me las dice porque me conoce y tiene un gran afecto por mis padres? Quizás al salir por la puerta del club sus comentarios sobre mis columnas son otros y no tan positivos. También me quedé pensando cómo una persona como él, profesional de largos años en el sector bancario, no puede disfrutar el escribir un cuento corto entre amigos en el taller de lectura del club.
Reconozco que esta inseguridad me persigue en varios ámbitos profesionales. Conversando con algunos colegas veo que es recurrente la incertidumbre que nos invade a la hora recibir los elogios, reconocer las capacidades y fortalezas individuales y aceptar que uno hace, más a menudo de lo que cree, las cosas muy bien.
El síndrome del impostor fue descrito por primera vez en 1978 por las psicólogas Pauline Clance y Suzanne Imes en un artículo titulado The Impostor Phenomenon in High Achieving Women: Dynamics and Therapeutic Intervention. Aunque el estudio original se centró en mujeres muy exitosas, con el tiempo se ha reconocido que este fenómeno puede afectar a personas de todos los géneros y orígenes.
Desde entonces, muchos autores y expertos en psicología han investigado y escrito sobre el síndrome del impostor, explorando sus causas, efectos y estrategias para superarlo. Algunos de los investigadores que han contribuido a este campo incluyen a Valerie Young, quien ha escrito extensamente sobre el tema y ha desarrollado recursos para ayudar a las personas a afrontar este fenómeno.
Este síndrome se caracteriza por un conjunto de sentimientos de inadecuación que permanecen en las personas a pesar de que su éxito sea evidente. Aquellos que lo experimentan, conocidos como “impostores”, enfrentan dudas constantes sobre sí mismos y una sensación de ser un fraude intelectual, lo que les impide disfrutar de su éxito o reconocer su propia competencia. A menudo, les resulta difícil asimilar sus logros, sin importar cuán destacados sean en su campo. Es importante destacar que las personas muy exitosas y de alto rendimiento suelen padecer este síndrome con mayor intensidad, lo que significa que no necesariamente esté asociado a una baja autoestima o falta de confianza en sí mismos.
De hecho, algunos investigadores lo han relacionado con el perfeccionismo, sobre todo en las mujeres y entre los académicos. Algunos investigadores creen que tiene sus raíces en las etiquetas que los padres atribuyen a determinados miembros de la familia. Por ejemplo, se puede designar a un niño como el “inteligente” y a otro como el “sensible“, a uno como el “gracioso” y a otro como el “tranquilo”. Estas etiquetas van echando raíces en comportamientos y resultados acumulados que derivan en sentimientos de no ser lo suficientemente adecuados para algún rol o tarea.
Uno de los pensamiento comunes dentro de los que sufrimos de vez en cuando este síndrome es el de “no debo fallar”. Solemos sentir en esos momentos una gran cantidad de presión para no fracasar, con el fin de evitar ser “descubiertos”. Paradójicamente, el éxito también se convierte en un problema, ya que conlleva la presión añadida de la responsabilidad y la visibilidad. Esto conduce a la incapacidad de disfrutar los logros por más pequeños que sean.
Otro pensamiento que se da en especial entre quienes dan charlas de manera habitual o se exponen recurrentemente a auditorios es del “me siento como un farsante”. Los impostores, al ser invadidos por esta voz, creen que no merecen el éxito o los elogios profesionales y sienten que, de alguna manera, su auditorio ha sido engañado para que piensen lo contrario. Esto va de la mano con el miedo a ser “desenmascarado”. Creen que dan la impresión de que son más competentes de lo que son y tienen sentimientos profundos de que carecen de conocimiento o experiencia.
Con frecuencia, y esto pasa mucho más a nivel local, tendemos a pensar que alguien que ha alcanzado un puesto, un reconocimiento o un premio destacado solo tuvo un golpe de suerte. El pensamiento personal que hemos incorporado para nosotros mismos a raíz de esta creencia de que “todo es cuestión de suerte” tiende a atribuir el éxito al azar o a otras razones externas y no a sus habilidades. Esto es un claro indicador del síndrome del impostor. A menudo, esto esconde el miedo de que no vas a tener éxito dos veces seguidas.
La tendencia a restar importancia al éxito y a descontarlo es marcada en las personas con síndrome del impostor. Pueden atribuir su éxito a que es una tarea fácil o a tener apoyo y, a menudo, tienen dificultades para aceptar cumplidos. Una vez más, piensan que su éxito se debe a la suerte, al buen momento o a haber engañado a los demás.
Entonces, ¿qué podemos hacer para mitigar los efectos negativos del síndrome del impostor? ¿Qué podemos hacer para disfrutar un poco más de nuestros logros, que son merecidos y fruto de nuestro arduo trabajo?
En primer lugar, hay que intentar reconocer los sentimientos impostores cuando surjan. La conciencia es el primer paso para el cambio, así que hay que asegurarse de hacer un seguimiento de estos pensamientos: qué son, cuándo aparecen y a qué se deben puede ayudar a empezar a desenredar la madeja.
Segundo, los pensamientos impostores están mucho más presentes entre colegas y amigos de lo que creemos. Muchas veces, es mejor tener diálogos abiertos sobre esta temática en lugar de albergar pensamientos negativos en solitario. La semana pasada una gran amiga dio una charla sobre liderazgo femenino. Lo primero que hizo fue reconocer y compartir que lo que más la desvelaba de esa ponencia era que se sentía una impostora. Esto despertó sonrisas y cabezas que asentían entre el auditorio. Luego de la charla, en el espacio de preguntas, el tema más compartido fue justamente lo que ella había traído como principal preocupación.
Tercero, la mayoría de las personas experimentarán momentos u ocasiones en los que no se sientan 100% seguras. Puede haber momentos en los que te sentís fuera de tu rendimiento y la duda puede ser una reacción normal. Si te encontrás pensando que sos un inútil, replantealo: “El hecho de que me sienta inútil en este momento no significa que realmente lo sea”.
Asumir el fracaso como una oportunidad de aprendizaje es una receta poco usada y cada vez más necesaria. Las implicancias y el uso de herramientas de premio y castigo en procesos de aprendizaje y de cómo valoramos el fracaso, el no llegar, podrían ser motivo de varias columnas. Como recomendación para atacar el síndrome del impostor me gusta una obvia, la de usar las lecciones de los errores de manera constructiva en el futuro.
No cuesta nada ser amable con vos mismo. Todos tenemos derecho a cometer pequeños errores de vez en cuando. Por otro lado recompensarte por hacer bien las cosas grandes es barato, fácil y se siente bien. Tiene la triple b, como decía mi padre a la hora de hacerme una recomendación sobre cómo elegir algo que quería comprar: bueno, bonito y barato.
¿Tenés alguna otra estrategia para afrontar el síndrome del impostor? ¿Qué funciona y qué no funciona para vos? ¿Qué creés que significa el síndrome del impostor para las empresas? ¿Qué profesiones o sectores tienen una mayor población de “impostores”?
Para cada persona puede funcionar algo diferente. A mí me gusta una frase que dijo Michelle Obama al ser consultada sobre la necesidad de cumplir estándares ajenos: “He aprendido que mientras me mantenga firme en mis creencias y valores, y siga mi propia brújula moral, las únicas expectativas que necesito cumplir son las mías”. No esperes a encontrarte con “Roberto el impostor” para empezar a pensar estas cosas.