En 1968, Sandro, el Elvis Presley argentino, compuso “Tengo”. La cadena MTV y la revista Rolling Stone lo ubicaron en el puesto número 15 de entre las cien canciones más importantes de la historia del rock nacional.
Sensaciones, emociones, belleza, elegancia, angustia, fragilidad, lo inexplicable sin respuestas, ciencia, arte; como una canción de Sandro o de Elvis
En 1968, Sandro, el Elvis Presley argentino, compuso “Tengo”. La cadena MTV y la revista Rolling Stone lo ubicaron en el puesto número 15 de entre las cien canciones más importantes de la historia del rock nacional.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acá“Mi amigo el puma”, “Rosa, Rosa” (dos millones de copias vendidas), “Dame el fuego de tu amor”, “Trigal”, “Una muchacha, una guitarra”. Publicó cincuenta y dos álbumes originales y vendió más de ocho millones de copias. Además de compositor, músico y cantante, fue director de cine y actor. Como Elvis, él también movía la pelvis, y, como Elvis, dignificó la profesión de cantante. Rock, balada, canción melódica. Respetó a su público, que fue mutando con los años, y se respetó a sí mismo. Su vida personal fue siempre su vida personal, no un espacio para comerciar. Sandro fue un gigante en épocas de gigantes.
“Tengo un mundo de sensaciones, un mundo de vibraciones, que te puedo regalar. Tengo dulzura para brindarte, caricias para entregarte, si tú me quieres amar…”.
Imposible no mover la pelvis con él.
Johann Wolfgang Goethe decía que lo más importante que tiene la historia para dar es el entusiasmo. Un pensamiento tan simple y bello como las fórmulas de los geniales Paul Dirac y Albert Einstein. O como la observación de Immanuel Kant, esa que dice que el hombre es un ser que se formula las preguntas que no está en condiciones de responder. Imposible olvidar la sentencia del descomunal y excéntrico premio Nobel de Física Richard Feynman: “Creo que es seguro decir que nadie entiende la mecánica cuántica”. Para Heidegger, la verdadera base del ser metafísico se encuentra en una experiencia emotiva exquisitamente individual: la angustia. Ese haber sido “arrojados al mundo” se transforma gracias a la angustia, que es la que nos marca la finitud, en la única posibilidad de explorar nuestra existencia.
Sensaciones, emociones, belleza, elegancia, angustia, fragilidad, lo inexplicable sin respuestas, ciencia, arte; como una canción de Sandro o de Elvis.
O la película Parthenope de Paolo Sorrentino. Una película incómoda, porque nos exige, nos obliga a sentir. Una película ajena a las obviedades. Cuentos de energía emocional en formas de burbujas, que guardan recuerdos aislados que van flotando a lo largo del guion, sin rumbo, suavemente, como impulsos. Esta película fue para Paolo Sorrentino, ganador del premio Oscar a la Mejor película extranjera por La gran belleza, el desafío más difícil de su enorme carrera. Era volver a su ciudad, Nápoles, esa que tanto lo atemorizaba de niño y de la que de alguna manera había huido para no regresar durante mucho tiempo. En La mano de Dios la cosa había sido más sencilla porque era una autobiografía, una narración lineal. Ahora se trataba de enfrentar los demonios de la memoria, esa construcción colectiva que jamás se detiene. Imperfección, olvido, capricho, magia, emoción, arte, Parthenope, como una canción de Sandro o de Elvis.
Las ciencias y el arte se mueven por cúmulos de energía y probabilidades. La incerteza es el secreto de su potencia. En alguna época lo mismo ocurría con el fútbol, lo más importante entre las cosas menos importantes de la vida, como lo definió Arrigo Sacchi, el entrenador que con el Milan le devolvió al mundo la belleza aquella que parecía haber abandonado para siempre al deporte mágico con el ocaso del Ajax de Cruyff. Hasta que un día se volvió lo más importante.
La voracidad agotó las reservas humanas de la política, transformándola en un reality para ser consumida, banalizada. Una exposición 24 × 7, más que políticos, exigía actores. Los auspiciantes se acumularon y lo que era debate se convirtió en un espectáculo a la caza del error. Los nuevos magnates de las tecnologías de la información, a fuerza de “aplicaciones indispensables”, terminaron por erosionar los matices de la diversidad volviendo fungibles ideas y personas. Igualar para abajo, un loop que arranca en la peor versión del comunismo y continúa en la peor versión del capitalismo, para volver a empezar en un eterno retorno (el mundo ordinario que predijo Nietzsche).
Pero se necesitan más clientes para más aplicaciones. Agotadas las reservas de la política, por qué no intentarlo con el deporte, en particular con el fútbol. Repetir el modelo comercial exitoso que transformó la política en un show de publicaciones sensacionalistas, ávida de likes y de vanagloria. La que exigen políticos con raros peinados nuevos y mucho maquillaje. Ahora está ocurriendo con el fútbol. Noticias, y noticias, y primicias, y más noticias, e informes, y más noticias. Una catarata de verborragia televisiva, radial, en redes sociales 24 ×7 siempre live, que ya no dejan espacio a la imaginación, al legado, a la magia. Un proceso de desgaste y una exigencia de perfección y de modelos de éxito y de impiadosos castigos. Mimetizado cada día más con el modelo de la NBA (en crisis en Estados Unidos, va por los equipos europeos a chuparles el alma a las maravillosas hinchadas serbias, turcas, griegas, españolas, italianas), el fútbol fue mutando hacia un lugar oscuro en el que ya no es el club el que emociona hasta la devoción incondicional y conmovedora, sino los jugadores, los que triunfan lejos de casa con camisetas emperifolladas con logos de sponsors del nuevo orden mundial, muy lejos de aquellos escudos que apretaban fuerte el corazón. Antes una marea negra y amarilla y blanca, roja y azul inundaba el Uruguay. Y una azul y oro, blanca y roja, roja, azulgrana y blanquiceleste la Argentina. Hoy las plazas exhiben un popurrí de colores que vienen del viejo continente
Entre el amor íntimo por Suárez o Valverde y el abstracto por Elon Musk, queda un trecho muy pequeño, apenas unas aplicaciones. ¡Qué lindas que eran las copas libertadores en las que el VAR de la perfección no existía ni en la peor de las pesadillas!
Es como estar en un concierto, donde la gente ni ve ni escucha, solo filma. La vida mediada y editada por un celular. Todos somos responsables y funcionales a este juego de oferta y demanda con la pasión, sin excepción. Ese que nos robó las sutilezas y ahora nos roba la ilusión y la identidad, así nomás, como si nada.
Serán los días más felices
Que puedas tú vivir
Con luz de mil matices
Que tengo para ti
Tengo ¡¡un mundo de aplicaciones!!