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La sospecha de algunos tupamaros es que esos comunistas tienen nuevas alianzas con otros sectores frenteamplistas tradicionales y se encuentran en medio de una especie de batalla silenciosa contra el MPP
Fueron aliados por un momento. Pero solo por aquello de que “uno es uno y sus circunstancias”, que ya enunciaba a principios del siglo XX el filósofo español José Ortega y Gasset. Estaba finalizando el 2008 y el Frente Amplio se acercaba al último año de su primer gobierno. El candidato que el entonces presidente Tabaré Vázquez había elegido para competir por su sucesión era su ministro de Economía, Danilo Astori, que despertaba muchas resistencias en algunas de las colectividades mas tradicionales de la izquierda local. Entonces ocurrió lo impensado en cualquier otro momento: una alianza política entre comunistas y tupamaros para apoyar la postulación presidencial del exguerrillero José Mujica.
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La historia posterior es conocida. Mujica se transformó en presidente, algo que nadie hubiera imaginado unos años antes, y, en retribución, su sector político, el Movimiento de Participación Popular (MPP), colaboró para que la comunista Ana Olivera fuera electa como intendenta de Montevideo, la primera mujer elegida como jefa de la principal ciudad del país, otro escenario muy difícil de predecir previamente.
Pero el amor duró poco. Fue fugaz y tenue como el calor en la primavera. Después vino otra vez la distancia mantenida a lo largo de toda la historia entre tupas y bolches, como les gusta autodefinirse a ellos. Es más, en ese momento varios dirigentes comunistas históricos me confesaron que votaron a Mujica con los dientes apretados y por obligación, porque era el mal menor. También exguerrilleros tupamaros, aunque destacaron la importancia de la alianza, la calificaron como “coyuntural”. Esto “va a durar lo que un suspiro”, me transmitió uno de ellos, de los más importantes.
Y así fue. Tanto antes como después, y también ahora, tupas y bolches están en caminos distintos. A veces pueden acercarse más y otras menos, pero no se cruzan. La de 2009 fue la excepción que confirma la regla.
“En el fondo yo soy un anarco”, le gustaba decir a Mujica, en referencia a su identificación con el anarquismo. El líder histórico de los tupamaros, Raúl Sendic, venía del Partido Socialista. Casi todos los demás referentes guerrilleros habían sido colorados o blancos o de otros sectores de la izquierda uruguaya. Había muy pocos de origen comunista y los años posteriores al nacimiento del Movimiento de Liberación Nacional (MLN) sirvieron para distanciar más todavía a ambas organizaciones.
Cuando llegó la dictadura militar, los tupamaros estaban casi todos presos. Los desaparecidos en Uruguay son, en su mayoría, comunistas. Ese es un concepto que repiten insistentemente desde el partido liderado durante décadas por Rodney Arismendi para tratar de rebatir el relato de que los verdaderos “enemigos” de los militares eran los integrantes del MLN. Del otro lado, existía una fuerte resistencia al modelo adoptado en el siglo XX por el bloque socialista. El propio Sendic decía que iba a durar poco, le gustaba rememorar a Mujica.
Pero eso es historia. Luego se derrumbó el Muro de Berlín y con él casi todos los gobiernos comunistas. Aquellos dirigentes dieron paso a otros y también cambiaron los tiempos. Sin embargo, ese resquemor nunca resuelto volvió a estar a flor de piel en los últimos tiempos. Y con un agregado no menor: ahora el gobierno vuelve a ser encabezado por el MPP, el sector más votado del Frente Amplio durante las últimas dos décadas, fundado por Mujica y con varios de sus principales dirigentes pertenecientes al MLN.
Por eso, la disputa principal se da desde adentro. Entre algunos de los principales jerarcas y dirigentes del oficialismo está creciendo la idea de que esa pulseada histórica entre tupas y bolches está atravesando un momento muy complicado. Muy lejos quedó aquella alianza circunstancial que terminó con Mujica como presidente.
Dentro de la influencia comunista, se encuentran algunos de los sindicatos más fuertes del PIT-CNT. También integrantes de las bases del Frente Amplio y algunos técnicos distribuidos en el gobierno. No son muchos, pero sí con capacidad de movilización y de militancia y tratan de tener la mayor influencia posible.
La sospecha de algunos tupamaros es que esos comunistas tienen nuevas alianzas con otros sectores frenteamplistas tradicionales y se encuentran en medio de una especie de batalla silenciosa contra el MPP. Que lo que persiguen es quitarle el protagonismo que le otorgó a ese sector político el aplastante triunfo que obtuvo en las últimas elecciones y que quieren obligarlo a ceder posiciones y a contemplar distintas orientaciones ideológicas.
Unos pocos días antes de morir, Mujica pareció dejar en claro lo que estaba por venir. En una entrevista con radio Sarandí, se quejó del accionar de algunos dirigentes sindicales, que, a su entender, eran mucho más demandantes con los gobiernos del Frente Amplio que lo que lo habían sido con el encabezado por Luis Lacalle Pou. La central sindical “no movió un dedo” en la administración anterior, “anduvo de guampas caídas”, dijo. La reacción fue inmediata, así como la indignación de los principales referentes del movimiento sindical. Lo acusaron de que estaba siendo muy injusto con sus palabras.
Hoy, con el diario del lunes, está claro que lo que estaba haciendo Mujica era anticipándose a lo que podía ocurrir una vez que Yamandú Orsi estuviera a cargo del gobierno. Porque lo que ahora es un rumor que crece en pasillos de la Torre Ejecutiva y del Palacio Legislativo es que los comunistas y sus aliados están atacando en forma premeditada, organizada y escalonada al MPP.
En ese contexto es que los supuestamente atacados enmarcan la propuesta de grabar impositivamente al 1% más rico de la población, pero también otros reclamos surgidos durante las últimas semanas hacia el Poder Ejecutivo por mayores recursos a algunas áreas del Estado y también algunos paros generales y ocupaciones de centros educativos, por ejemplo.
Si hay que plantearlo de una manera muy esquemática, todo se reduce a la vieja disputa entre tupas y bolches, ahora aumentada por el ejercicio del poder, aseguran varios integrantes de primera línea del gobierno del Frente Amplio. El escenario no es nuevo, pero sí los protagonistas que están sobre él. Y también es una incógnita cuál será el resultado.
De un lado están los que se abrazan al pragmatismo, a veces excesivo, y, del otro, los que no se mueven de la ideología, como si fuera una religión, y quedaron detenidos en el pasado. Así es como se ve desde afuera, con unos que centran todas sus energías en atraer inversiones para hacer crecer la economía y otros que luchan contra esos mismos “grandes capitales”. El problema es que los que quedan en el medio son los que no están ni en un lado ni en el otro, y serán los que más sufrirán o se podrán beneficiar del resultado de esta disputa. Es mucho lo que está en juego.