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Pasaron casi 80 años desde que terminó la Segunda Guerra Mundial y estos casos siguen apareciendo, y lo que es más grave, se sigue dudando de si corresponde devolver lo robado
No estaba buscando nada en particular, solo vagabundeaba por el museo Thyssen de Madrid cuando la vi y la reconocí. Me detuve frente a la que hoy debe ser una de las obras de arte más mediáticas de España y del mundo: Rue Saint-Honoré por la tarde. Efecto de lluvia. Camille Pissarro la pintó desde la ventana de un hotel entre 1897 y 1898. Observándola pensé en el camino recorrido por ese lienzo, en la tragedia, en la codicia, en la justicia que no llega. Un periplo más hamacado que un tren.
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Camille Pissarro (1830-1903) fue uno de los fundadores del impresionismo, y ya al final de su vida trabajó en una serie de lienzos que plasmaban la vida cotidiana de las calles de París y de Rouen. Entre los años 1897 y 1898, pintó escenas urbanas desde las ventanas de diferentes hoteles, como la de la calle Saint-Honoré vista desde la Place du Théâtre Français. Sabemos que Paul Durand-Ruel, marchante parisino muy activo en la promoción y exposición de los impresionistas, se la compró a su amigo Pissarro en 1898.
Muchos años después y durante la Segunda Guerra Mundial, se confiscaron miles de obras de arte en una vasta y compleja operación que formó parte del Holocausto. Mejor sería decir que fueron expoliadas, porque la mayor parte de las víctimas eran de origen judío, aunque después, con la expansión del Reich, el pillaje alcanzó a otros Estados, a la Iglesia y a particulares de cualquier credo. Los bienes culturales así adquiridos estaban destinados a colecciones privadas de autoridades nazis o a lo que iba a ser y nunca fue el Museo de Arte Europeo de Adolf Hitler.
Pero volvamos a nuestro Pissarro. En 1939 Lilly Cassirer, la mujer judía que era su legítima propietaria, con la sombra de los campos de exterminio flotando como telón de fondo, se lo vendió (es un decir) a un miembro del partido nazi a cambio de un visado que le permitiera huir de Alemania y de la suma de 900 marcos, cifra ridícula que se acreditó en una cuenta de banco a la que, por restricciones impuestas entonces a los judíos, ella ya no tendría acceso. Por alguna razón que no conocemos, Lilly separó la pintura del marco original, lo llevó con ella al exilio y conservó ese objeto toda su vida, seguramente sin imaginar que alguna vez le serviría para probar su derecho sobre la obra.
La pintura reaparece en la década del 50 del otro lado del Atlántico, en Nueva York, pasa por manos de marchantes y coleccionistas y millonarios, mientras su precio no para de subir. En 1958 Cassirer plantea un reclamo ante el gobierno alemán, y llega a un acuerdo a cambio de 120.000 marcos. Algunos dicen que al aceptar ese pago renunció a sus derechos sobre la pintura, otros piensan que esa cifra apenas pagó una compensación por los daños.
En 1976 el barón Heinrich Thyssen-Bornemisza compra la obra, para gloria y honra de su lujoso castillo en Lugano, Suiza. Y así, por un capricho del destino, la pintura vuelve a quedar asociada a los nazis. Porque Heini, que así le decían al barón, pertenecía a una aristocrática y rica familia de empresarios y coleccionista de arte, a la que no se le cayeron los anillos por hacer negocios con la turba pueblerina del Tercer Reich. Se dice que Thyssen compró el Pissarro de buena fe, aunque resulta bastante raro que un conocedor, un hombre de negocios asesorado por expertos, alguien familiarizado con el mundillo del arte no se haya molestado en averiguar el origen dudoso de un cuadro por el que pagó la friolera de US$ 300.000 de aquel entonces. Pasa el tiempo y en 1993 el Estado español adquiere parte de la colección Thyssen-Bornemisza, en la que se incluye el Pissarro. Y resulta que el Estado español, sus museos, sus expertos y todos sus peritos tampoco se enteraron de la historia del lienzo expoliado.
Así llegamos a 2001, cuando los herederos de Lilly Cassirer interponen en España la primera demanda para la restitución del Pissarro, que la Justicia desestima. Ese mismo año hacen una nueva reclamación, esta vez en el estado de California, y la batalla legal por la obra continúa hasta hoy. En Estados Unidos y en estos más de 20 años, los distintos tribunales de la Justicia les han dado la razón a las dos partes, alternadamente. La última sentencia es de 2024: la Corte de Apelaciones del Noveno Circuito de Estados Unidos confirma al Museo Thyssen-Bornemisza como propietario legítimo del cuadro de Camille Pissarro, según anuncia la fundación en su página web. Quedaría al menos otra instancia judicial para los Cassirer.
Pero vayamos a la realidad: no hay una norma española que obligue a restituir el cuadro, aunque el Estado haya suscrito los Principios de Washington, que tratan específicamente sobre el compromiso de restituir el arte robado por los nazis. Altas fuentes del Ministerio de Cultura de España, en declaraciones relativas a la sentencia favorable al Museo Thyssen, dijeron: “El caso hubiera podido gestionarse de otra manera en el marco de los acuerdos internacionales sobre incautaciones de obras de arte por el régimen nazi”, pero matizaron aclarando que, de todas formas, respetarán la decisión judicial. ¿Eso qué quiere decir, exactamente? Que firmaron el acuerdo de Washington, pero no van a aplicarlo. Porque las declaraciones de buena voluntad sirven para posicionarse del lado de los buenos, para hacer prensa, y enfrentadas a los hechos carecen de fuerza jurídica vinculante. La consecuencia de esta ambivalencia es que se lleva al terreno judicial lo que en el fondo es un problema moral.
Me detuve frente al lienzo colgado en el Museo Thyssen, decía, imaginé a Pissarro ya enfermo al final de su vida, pintando asomado en la ventana de un hotel barato; pensé en Lilly, obsesionada por escapar del horror del nazismo, entregando la obra a cambio de un pasaporte, abrazando un marco vacío que llevaría en el barco del exilio. Pasaron casi 80 años desde que terminó la Segunda Guerra Mundial y estos casos siguen apareciendo, y lo que es más grave, se sigue dudando de si corresponde devolver lo robado. Pasaron casi 25 años desde que empezó la batalla judicial para recuperar un lienzo que fue un objeto más en el pillaje sistemático del Tercer Reich, en el plan para borrar a los judíos de la faz de la Tierra. Pasaron casi 25 años y la obra Rue Saint-Honoré por la tarde. Efecto de lluvia continúa siendo escamoteada a sus propietarios, inmersa en un laberinto de leyes y juicios, apropiada por gobiernos que suscriben acuerdos de restitución que no cumplen, por fundaciones poderosas que exhiben con orgullo victorias jurídicas que no son más que derrotas morales.