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Las señales en los últimos meses iban todas a favor de la oposición y fueron leídas con euforia, y hasta exageración, por algunos de los responsables de la campaña del Frente Amplio
El Frente Amplio atraviesa por un momento de relativo triunfalismo que le puede jugar en contra. Por más que lo haya reducido durante los últimos días, se hace evidente al analizar el transcurso de la actual campaña electoral. Basta con prestar atención a los movimientos de las principales figuras de la oposición y a los comentarios que sus dirigentes hacen por lo bajo para darse cuenta de que muchos de ellos sienten que la elección nacional de octubre, así como la probable segunda vuelta en noviembre, los tiene como casi seguros ganadores.
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Hasta las últimas semanas, esto era impulsado por un crecimiento de la oposición en las encuestas, aunque fuera muy leve, y un estancamiento de la coalición republicana. Se registraba una tendencia de la coalición de izquierda a subir uno o dos puntos porcentuales y una caída moderada del Partido Nacional, mayoritario dentro del oficialismo.
A esto hay que sumarle que, en las elecciones internas, el Frente Amplio aumentó considerablemente su caudal electoral con respecto a las instancias anteriores y los partidos socios en el gobierno lo disminuyeron. Las señales en los últimos meses iban todas a favor de la oposición y fueron leídas con euforia, y hasta exageración, por algunos de los responsables de la campaña del Frente Amplio.
Las últimas encuestas plantean un escenario mucho más parejo, según divulgó Búsqueda en su última edición. Parece repetirse lo que ocurrió en las últimas instancias electorales, con un país dividido al medio y con una diferencia mínima entre los dos bloques. Así fue en las elecciones nacionales que ganó Luis Lacalle Pou y también en el referéndum para derogar algunos artículos de la Ley de Urgente Consideración. En esas dos oportunidades, la balanza se inclinó para el lado de la coalición republicana por muy escaso margen.
Si ese vuelve a ser el escenario, como empezaron a mostrar las últimas encuestas, parece bastante equivocada esa actitud triunfalista que evidencian algunos dirigentes del Frente Amplio. Da la sensación de que se mueven basándose en una especie de fe ciega respecto a que la elección ya está ganada, y eso no los está dejando ver lo que seguramente será una disputa muy dura.
El excesivo triunfalismo no es bien recibido por la mayoría de los votantes. Los únicos que se sienten cómodos, e incluso exultantes, con esa actitud son los militantes frenteamplistas más comprometidos con esa colectividad política. Pero no hacen la diferencia. La elección se gana o se pierde con los del medio, con los que no tienen ninguna identificación partidaria, y para ellos no hay nada definido todavía.
Además, la actitud de creerse que la contienda está casi ganada dificulta la calidad del debate y el necesario intercambio de ideas y propuestas que deben existir durante los meses previos a las elecciones. Porque la actitud que adopta una de las partes, la que cree tener el camino ya allanado, es generar la menor exposición posible, y eso no ayuda a que realmente se conozcan sus distintas propuestas de gobierno y de qué forma piensan llevarlas a cabo.
Por eso la fórmula presidencial del Frente Amplio aparece muy poco. No concurre, por ejemplo, a muchos de los lugares en los que estén convocados los demás candidatos presidenciales de los distintos partidos, casi no da entrevistas ni va a programas de televisión o radio. En otras palabras, reduce la agenda a lo mínimo necesario. Atrás de eso hay una estrategia que implica tratar de que pase el tiempo lo más rápido posible sin que suceda nada o muy poco desde el punto de vista político y electoral.
Por eso tampoco habrá debate antes de las elecciones nacionales de octubre. En 2019, luego de una ardua negociación que tuvo a Búsqueda como protagonista y muchísimo esfuerzo de todos lados, se logró concretar, después de más de tres décadas sin lograrlo, un debate entre los entonces candidatos del oficialismo, Daniel Martínez, y de la oposición, Luis Lacalle Pou. Fue una buena experiencia, aportó, aunque quedó muchísimo por corregir. Esta era la oportunidad de hacerlo para demostrar a todos los electores que, más allá de los lógicos cálculos electorales, lo importante es el intercambio de ideas y propuestas. Una lástima que no sea así.