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Ni en sus más remotos sueños, George Steiner debió imaginar que su carta del 17 de marzo de 1923, dirigida a Paulina Dreyer, la leerían desconocidos. El tiempo transcurrido de alguna manera da permiso para espiar con pudor, casi que en puntillas de pie, la intimidad de este hombre enamorado que se esforzó por hacer buena letra desde la soledad de los campos de Soriano.
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Qué tal te va con este tiempo pasado que hacía tanto frío y que tal vez por allá llovía y el sábado cayó bastante granizo. Mi querida, estoy deseando saber de ti, si estás bien. Ya hace dos semanas que no recibo carta tuya. No me quiero quejar porque ya sé que estarás muy ocupada. Pero no dejo de sentirlo cuando pasa tanto tiempo sin saber de ti. Sabes, ya hace el año que te hablé. Me hubiera gustado estar contigo el 14. Yo fui un rato a lo de Juan a ver cómo estaban. Estaban bien. Todo el tiempo me parecía que algo faltaba en lo de Juan y era que no estabas tú.
Así comienza la carta, por ahora la única que se ha rescatado del olvido gracias a la búsqueda y el cuidado de la maestra Mariángeles Bugani, creadora del museo escolar de Altos del Perdido. El museo conserva una variedad de objetos de la familia Steiner, pero su mayor logro ha sido reconstruir historias locales cual si fueran rompecabezas de una época muy activa para la zona, cuando las estancias empleaban decenas de personas y los emigrantes llegaban pletóricos de esperanza con ganas de amar.
George, el remitente, fue un hijo no reconocido del inglés Barry Thomas — administrador de la River Plate Estancia Company Limited— yde la austríaca María Antonia Steiner. La madre de George hablaba inglés, alemán y español. Se la consideraba una mujer moderna por su estilo de vestir y peinar, el gusto por los perfumes caros y seguramente porque su manera de comportarse difería de las criollas. Durante buena parte de su vida, la Srta. Steiner, como la llamaban, trabajó de ama de llaves en la estancia Altos del Perdido. Allí recibía cada tanto la visita de Thomas, el jefe.
George nació probablemente en 1894. De ser así, 1894 fue el año en que la Srta. Steiner abandonó Altos del Perdido con el pretexto de viajar a Argentina para encargarse de otra estancia de la River Plate Company, una multinacional de entonces. Meses después regresó con un niño en brazos, George (en algunos documentos, Jorge), y contó en la estancia que lo había recibido de otra familia.
Cuando escribió la carta, George tendría 29 años. Su padre había regresado a Inglaterra hacía bastante, con su esposa legal y dos hijas. Antes de partir, Thomas tuvo tiempo de enseñar a su hijo a escribir un diario íntimo, una costumbre muy inglesa, y de comprar 1.200 cuadras de campo en el paraje La Lata a nombre de la Srta. Steiner para que ella criara a George y un segundo niño que vino después.
El diario personal de George se conserva con trazas de humedad y algunos mordiscos de ratones. En sus páginas quedó consignado el día de la partida de Thomas: “Hoy papá se fue a Inglaterra”. Muchos años después remataría la frase: “Hoy papá se fue a Inglaterra prometiendo volver y nunca más volvió. Sus cartas llegaron hasta 1923”.
Por tanto, 1923 fue crucial para el joven. Por esas fechas le escribía a Paulina con una frecuencia que desafiaba la lentitud de las comunicaciones de la época. Desde La Lata, enviaba las cartas a Cardona. Paulina, que trabajaba en un tambo, debía ingeniarse para ir a recogerlas, pero no lograba responder con la celeridad que el amante necesitaba para calmar las dudas. Mientras la respuesta de Paulina iba en camino, George ya había enviado otra carta con tímidos reproches por la falta de noticias. Por si fuera poco, la Srta. Steiner exacerbó la ansiedad de su hijo con una extraña condición: le prohibió casarse hasta tanto no se vendiera la propiedad de La Lata. Vaya a saber por qué.
Todos estos días me acordaba de ti, cómo lo pasarías tú cuando tendrías que ir al tambo, qué frío pasarías. Si tendrás siquiera algún galpón o reparo para la ordeñada, escribe George.
La carta es breve; la letra, casi infantil. Algunos errores ortográficos en el verbo “haber” refuerzan la impresión de ingenuidad. El relato de lo cotidiano se entremezcla con los miedos a la enfermedad y la muerte. George parece escribir bajo el influjo de las ausencias.
En La Lata anda fuerte el tifus. Ha llevado a dos conocidos míos y los dos jóvenes. Uno deja una viuda y el otro deja una novia que era la de José primero. ¿Y tú cómo te va con el empleo, te tratan bien siquiera?
No hay otras menciones a esos cuerpos que sufren el frío y la enfermedad. Si el lenguaje puede parecer actual, el cuidado por evitar detalles sensuales revela otra época. Nada se dice de los rasgos de Paulina.
El amante cierra con la gran promesa, pero en la línea final —trampas de la mente— falta una palabra clave. No se trata de una tachadura o de un término que no se entiende, sino de un lapsus inoportuno.
Corazoncita mía, hoy tengo muy poco para contarte. Tú tienes más que yo para contarme y todavía me gustaría que tuvieras más para contarme. No me queda más para decirte que te (…) y seré siempre siempre tuyo. Tuyo con el alma. George E. Steiner.
El jueves 28 de agosto de 1924 Paulina y George se casaron en Cardona, en la 13ª sección de Soriano. Fueron padres de tres hijos, dos mellizas y un varón. La cercanía, finalmente conquistada, debió matar las cartas y sin ellas tal vez languidecieron las enormes promesas que George se atrevía a escribir al resguardo de la tinta y el papel, en el solitario paraje de La Lata.