Está hecha una vieja.
Es espantosa la cultura con las personas viejas; y ni que hablar si además son mujeres, porque ahí se entrecruzan de manera muy fuerte otra serie de discriminaciones
Está hecha una vieja.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acá¿Qué le pasa, señora?
Es asustaviejas.
Y todo así.
Es espantosa la cultura con las personas viejas. Y ni que hablar si además son mujeres, porque ahí se entrecruzan de manera muy fuerte otra serie de discriminaciones. Y hasta las jóvenes más feministas repiten esas frases sin tener noción de lo que están diciendo, sin comprender que con sus palabras están abonando un futuro de violencias contra ellas mismas. Que están comprando en cuotas su ansiedad futura.
Esta columna es un homenaje a Elena Fonseca (Elenota), incansable feminista uruguaya y una de las fundadoras de Cotidiano Mujer, que falleció este 29 de diciembre a los 94 años de edad. Ciudadana ilustre de Montevideo, dirigió durante 18 años el único programa de radio feminista en Uruguay: Nunca en domingo. Se especializó en derechos humanos y en la última etapa de su vida se dedicó a pensar en el envejecimiento mirándolo desde el feminismo.
En un documento que había escrito el año pasado para una actividad en Colombia (y que me hizo llegar Lilián Celiberti, su compañera en Cotidiano Mujer desde su fundación), Elenota se preguntaba: “¿Cuándo aparece la vejez? ¿Cómo la reconocemos?”. Y hacía una reflexión interesante sobre las diferentes percepciones de lo que es ser viejo. Señalaba que hay muchas formas diferentes de contar los años: la edad cronológica, la fisiológica, la que depende de las normas del trabajo (“Abstenerse mujeres mayores de 45”), la edad social (la que te dan por la apariencia) y finalmente la edad subjetiva, la que una misma siente y la forma en que la siente. Estos tipos de edades, escribía, “confirman que no existen ‘los viejos o las viejas’, sino que cada una y cada uno podemos ser diferentes. Somos diferentes”. Afirmaba que ser vieja es una construcción social y que esa construcción muchas veces reducía la experiencia personal a estereotipos.
Le gustaba usarla así, la palabra vieja, viejo, porque entendía que esa era la acepción original: un ser vivo de edad avanzada. Y que las expresiones como tercera edad o adultos/as mayores eran “vueltas de tuerca, eufemismos culposos para no asumir el menosprecio que el término fue adquiriendo en el correr de los años”.
Elenota insistía en la importancia de no dejarse atrapar por la forma en que la sociedad ve la vejez, porque “no se ha construido todavía una imagen positiva de esta etapa”. El término edadismo (acuñado en 1969 por el gerontólogo estadounidense Robert Butler) hace referencia precisamente a la discriminación que padecen las personas mayores y a los estereotipos y prejuicios relacionados con la edad. Los medios de comunicación y la cultura en general promueven constantemente mensajes antiedad y exacerban el culto a la juventud.
Cuando el edadismo se cruza además con los estereotipos de género se crea un arma explosiva: las investigaciones muestran que las mujeres ancianas tienen menos recursos económicos (por mayores dificultades para acceder a pensiones y oportunidades laborales), mayores complicaciones para desplazarse solas o de manera autónoma (un gran porcentaje no conduce vehículos), menor participación social, falta de atención médica, más inconvenientes para realizar actividad física (por los propios estereotipos culturales, así como por la carga de cuidados, que siguen recayendo en ellas), mayor exposición a violencias basadas en género, entre otros obstáculos.
Además, el estereotipo que valida a las mujeres por su belleza física desaparece con la edad, por lo que también desaparecen las mujeres viejas de las representaciones culturales: del cine, de la publicidad, de la industria de la moda. A diferencia de los viejos, que siguen encontrando su espacio de dignidad en las representaciones, las mujeres mayores solo terminan apareciendo en roles de brujas malas, abuelitas complacientes o publicidades de pañales, reforzando una construcción social que limita y oprime las experiencias de la vejez.
Elena Fonseca hablaba de la importancia de pensar la vejez políticamente y de “perder la vergüenza” de sentirse vieja. Insistía en vivir como un regalo “estos 20 o más años de yapa” que permite la salud hoy en día. Muchas veces se define la vejez como una etapa sin futuro, pero también “existe el presente, por qué desdeñarlo, por qué no detenernos en él, dure lo que dure. Sea como sea. Apoderarnos del sentido de cada término, nombrarlo nosotras mismas y saber que hasta la palabra muerte puede ser una dulce compañía”.
Elenota se va recordándonos que vale la pena seguirse riendo, que se puede ser desobediente hasta el final, que la libido no se detiene nunca y que hay muchas formas de vivir el placer, que cada vieja y cada viejo tienen derecho a un trato digno y que se puede elegir qué tipo de vieja ser más allá de lo que la cultura insista en hacernos creer.