Para el historiador Carlos Demasi, a pesar de las limitaciones que hubo, las elecciones de 1984 fueron un momento fundacional de una “nueva democracia” más que una “restauración”.
“El desprestigio del régimen debido a su fracaso económico, la desestabilización que le provocó la movilización social” y “la radical incapacidad de Álvarez para comprender cualquier cosa que tuviera que ver con estrategias políticas” impidieron que una mirada prodictadura tuviera apoyos fuertes en los comicios
Para el historiador Carlos Demasi, a pesar de las limitaciones que hubo, las elecciones de 1984 fueron un momento fundacional de una “nueva democracia” más que una “restauración”.
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáDemasi, que fue uno de los docentes designados en el primer gobierno del Frente Amplio (FA) para elaborar los cursos de historia reciente para docentes, opinó que varios factores influyeron para que la mirada prodictadura no tuviera una expresión electoral fuerte en esa instancia. Entre ellos, “el desprestigio del régimen debido a su fracaso económico, la desestabilización que le provocó la movilización social —que con su activismo fue arrastrando a muchos de los que en 1980 habían votado Sí— y la radical incapacidad de Álvarez para comprender cualquier cosa que tuviera que ver con estrategias políticas”.
—¿Cómo se ven hoy las elecciones de hace 40 años desde la perspectiva de un historiador?
—A pesar de sus debilidades y sus carencias —la proscripción de candidatos y de votantes, la existencia de más de 300 presos políticos, el alto número de exiliados, las dificultades para desarrollar las actividades políticas, etc.—, la opinión parece bastante coincidente: se las considera como un momento fundacional. En 1985 y los años siguientes se las consideraba el momento de “la restauración democrática”; ahora se las ve más como el inicio de la “nueva democracia”, ya que se cuestiona la idea de “restauración”.
—¿Por qué se cuestiona el término restauración?
—El término restauración está muy bien adaptado al imaginario político de la etapa de transición. El proyecto de “restaurar” la democracia acompañaba a la idea de que el verdadero sistema político uruguayo era la democracia en su versión neobatllista y que la dictadura había sido solamente un episodio pasajero. El concepto de “nueva democracia”, en cambio, asume que la crisis de los años 60 y la dictadura introdujeron cambios importantes en las estructuras económicas y sociales, por lo que la idea de “volver a lo anterior” se vio sustituida por la de una democracia que basa su supervivencia en la adaptación a nuevas realidades.
—¿Fue “el cambio en paz” un resultado previsible?
—“El cambio en paz” era el proyecto de (Julio María) Sanguinetti, con el que identificó su campaña política. Era más una apuesta que un pronóstico; las condiciones imperantes en la época —crisis económica, caída del salario real, mantenimiento sin cambios del aparato armado de las Fuerzas Armadas— presentaban una perspectiva bastante sombría. Para muchos académicos y políticos, esto hacía inevitable la repetición de la crisis predictadura, lo que llevaría a un nuevo golpe de Estado “disciplinador”. La diferencia estaba en que, en general, para los académicos ese sería un desenlace próximo y fatal, mientras que los dirigentes apostaban a la política —podemos llamar a esto “voluntarismo democrático”— para gestionar los impactos y satisfacer los reclamos a partir de lo más urgente. En esta línea pondría a los planes de la Conapro (Concertación Nacional Programática) y a la propuesta wilsonista de “gobernabilidad”.
—¿Se conoce bien lo que fue acordado en el Club Naval o aún falta investigar?
—A mi juicio está bastante claro lo que allí se resolvió, que fue lo que se hizo público en el Acto Institucional 19. A eso tenemos que agregar dos aspectos propios de la época: había una verdadera urgencia en la población que quería sacarse de encima el gobierno militar cuanto antes, por lo que era importante lograr un acuerdo y fijar la fecha para la convocatoria a elecciones; y por otro lado, hubo acuerdos paralelos entre Sanguinetti y (el general Hugo) Medina respecto del tema de “revisionismo”: mientras los participantes en las negociaciones preferían no tocar el tema para no bloquear el acuerdo —una estrategia similar siguieron un año antes en las negociaciones del Parque Hotel, tal como surge de las actas—, en las negociaciones paralelas acordaron que no habría castigo por las violaciones a los derechos humanos. Esto de la negociación paralela se mencionaba como rumor en la época, pero Medina se lo contó al periodista Alfonso Lessa y Sanguinetti, acorralado, lo reconoció.
—¿Por qué no hubo una expresión prodictadura fuerte tanto fuera como dentro de los partidos blanco y colorado?
—La existencia de una corriente política partidaria de la dictadura era una posibilidad muy firme, apoyada en el 42% de votos por Sí en 1980 y que fue impulsada por (el teniente general Gregorio) Álvarez desde la presidencia; pero no solo no llegó a concretarse, sino que, por el contrario, se dispersó. Creo que para ese resultado incidieron algunos factores como el desprestigio del régimen debido a su fracaso económico, la desestabilización que le provocó la movilización social —que con su activismo fue arrastrando a muchos de los que en 1980 habían votado Sí— y la radical incapacidad de Álvarez para comprender cualquier cosa que tuviera que ver con estrategias políticas.
—El Frente Amplio fue excluido de las primeras negociaciones. ¿Cómo se produjo su regreso a la vida legal?
—A mi modo de ver —y lo que sigue es mi manejo personal de los muy incompletos datos disponibles—, la inclusión del FA en el Club Naval es el resultado de una estrategia personal de Seregni, que consideraba que de esa participación habilitaría la supervivencia del Frente. Aparentemente, Seregni no se la dijo a nadie y manejaba sus fichas de una manera que parecía poco coherente: no se acercaba a Wilson, pero tampoco rompía con él, y mantenía a los colorados en suspenso sobre cuáles serían sus próximos pasos. Cierto es que a Sanguinetti con los cívicos no le alcanzaba pero, si Seregni se inclinaba para el lado de Wilson, entonces habría que pensar algo completamente diferente, y para eso quedaba poco tiempo.
Por eso creo que Seregni graduó sus pasos con mucho sentido del timing político: a principios de julio incorporó al FA en las conversaciones con las Fuerzas Armadas, pero aclaró que eso era una “prenegociación” y que primero había que cumplir ciertas condiciones, de las cuales la principal era la desproscripción del FA. Eso puso a Sanguinetti y a Medina en un aprieto: el primero estaba apurado por conseguir el acuerdo que habilitara las elecciones y el segundo estaba apurado por conseguir una salida que no incluyera el “revisionismo”. En esa situación tan compleja, Seregni consiguió la desproscripción del Frente, y con eso dejaba abierta la posibilidad de seguir incidiendo políticamente. En aquel momento parecía una jugada muy extraña: dejaba al FA desproscrito y a Wilson preso y parecía servirle la elección en bandeja a Sanguinetti. Pero, mirada en la perspectiva de largo plazo, esa jugada hizo posibles los triunfos electorales del FA desde 2004.
No creo que Seregni hiciera esta movida porque “prefería” a Sanguinetti o por su “antipatía” a Wilson. Más bien creo que la estrategia de Ferreira no le dejaba alternativas, mientras que la de Sanguinetti le dejaba una puerta abierta. También pienso que Sanguinetti era consciente de eso y se preocupó por manifestar su apoyo a Seregni —y de paso aislar a los blancos— en muchas iniciativas seregnistas como la de reunir a la multipartidaria en abril de 1984.