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    Hace 40 años, un pragmático “cambio en paz” sustituyó al espíritu del Obelisco que había reclamado comicios “sin exclusiones”

    El triunfo de Julio María Sanguinetti en la elección de 1984 fue el inicio del camino hacia el retorno de la democracia

    Sentado en el borde de la silla en la sala de directorio de la agencia Corporación Thompson, el creativo publicitario Álvaro Ahunchain cruzó una mirada con su jefe, Roberto Ceruzzi. Ambos rostros mostraban decepción y escepticismo. El momento era muy incómodo —más para el creativo, que tenía apenas 22 años— porque, con su estilo vehemente, el cliente rechazaba la idea central de la campaña.

    La propuesta pretendía que la propaganda girara en torno al eslogan “Con Sanguinetti todo cambiará”, interpretando que la gente quería sacar a los militares del poder de una vez, pero el cliente, es decir, el propio Julio María Sanguinetti, insistió en hablar del “cambio en paz”.

    El candidato venía demostrando habilidad para maniobrar y olfato político, algo que quedó confirmado cuando finalmente se salió con la suya: la noche del 25 de noviembre de 1984, hace 40 años, fue claro ganador de las primeras elecciones nacionales luego de 13 largos años.

    Que las elecciones se realizaran con políticos proscritos, presos políticos y recortes a las libertades fue explicado años después por Sanguinetti en una frase: “Uno no puede tener toda la democracia antes de llegar a la democracia”.

    El domingo de votación, el clima era de gran alegría. “La noche marca el final de la dictadura el amanecer nos trae la libertad y la democracia” anunciaba un cartel escrito con letras de aficionado que sostenían varias personas en la avenida 18 de Julio. Hubo algunos incidentes en la madrugada y, antes y después, varios atentados a locales del Frente Amplio, aunque muchos menos que en 1971, cuando las balas y la dinamita de la ultraderecha habían sido protagonistas de la campaña.

    La victoria de los colorados, con el viejo sistema electoral sin balotaje, fue holgada: 40,28% frente a 34,22% de los blancos, 20,77% del Frente y 2,37% de la Unión Cívica.

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    Pero, además de ganar la presidencia (todavía las elecciones departamentales eran todas el mismo día que las nacionales), el partido obtuvo el doble de intendencias de las que tenía antes de la dictadura.

    De seis pasaron a 12, incluida la capital, donde las encuestas habían dado favorito al FA. Además de Montevideo, los colorados ganaron Artigas, Salto, Paysandú, Río Negro, Soriano (por menos de 300 votos, igual que en Colonia al revés), Canelones, Maldonado, Lavalleja, Rocha, Rivera y Florida.

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    Entrada ya la madrugada, mientras en las calles se festejaba bajo lluvia, Zumarán se presentó en la Casa del Partido Colorado y se abrazó con Sanguinetti. Seregni, más discreto, lo llamó por teléfono esa misma noche para felicitarlo.

    El triunfo colorado en las urnas no se debió solo al tono de la campaña y al dinero invertido. Sanguinetti era el claro favorito y había logrado hacer acuerdos tanto con la izquierda como con los militares.

    En agosto del año anterior, en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia), también habría intentado convencer a Wilson Ferreira Aldunate de que los blancos regresaran a las negociaciones, porque pensaba que ese era el mejor camino para la salida democrática.

    “Él consideraba que el régimen estaba agotado y que si seguíamos golpeando caería. La (interpretación) nuestra era que, aún agotado políticamente, poseía la capacidad de sostenerse, tanto como lo demostraba el régimen chileno (que duró cinco años más)”, escribió el expresidente, en agosto pasado en El País.

    Según recordó Sanguinetti, “le informamos que el general Seregni estaba totalmente de acuerdo en esta estrategia, advirtiéndole que aun sin el Partido Nacional podía alcanzarse el acuerdo. Wilson pensaba que el Frente finalmente no entraría en la negociación con los militares y, a la inversa, nos señalaba los riesgos políticos que corríamos los eventuales acuerdistas”.

    Décadas después, la polémica en parte continúa, sigue sin saldarse, sobre todo para los blancos. Durante un debate realizado en 2019 en Canal 12, el exsenador nacionalista Juan Martín Posadas, que también fue protagonista directo de la salida, reconoció que la “ingeniería política florentina” de Sanguinetti había sido exitosa, pero reivindicó la postura adoptada entonces por Wilson Ferreira: seguir al pie de la letra la consigna del acto del Obelisco de noviembre de 1983 y exigir “elecciones sin exclusiones”. “Había otras salidas posibles”, insistió.

    Para entonces, el periodista Alfonso Lessa había publicado la confesión que le había hecho el excomandante del Ejército, Hugo Medina: en paralelo a las negociaciones en el Club Naval de Carrasco había mantenido reuniones secretas con Sanguinetti en la casa de un amigo de este, Emilio Conforte (ver entrevista al historiador Carlos Demasi).

    Sin Wilson, Seregni ni Batlle

    En la interna de la lista 15, el camino de Sanguinetti había quedado despejado porque Jorge Batlle, aunque finalmente también fue desproscrito por la dictadura, aceptó que no era su momento, que la fórmula del sector la encabezaran Sanguinetti con Enrique Tarigo y se conformó con ser el primero en la lista al Senado. Lo hizo también pensando en la siguiente elección, lo que luego le provocaría una fuerte ruptura con Sanguinetti, porque este respaldó a Tarigo.

    Algo parecido hizo Luis Alberto Lacalle: apoyó la fórmula de compromiso Zumarán-Aguirre y presentó su propia lista al Senado, pensando en 1989, cuando resultó ganador al derrotar a Tarigo, con Wilson ya fallecido de cáncer.

    Los casos de Wilson y Seregni eran diferentes. El caudillo nacionalista, quien fue el más votado en 1971 en su partido y había denunciado fraude, estaba desde hacía años en el exilio y sabía que debía volver, pero también que iría preso, aunque confiaba en ser liberado antes.

    Durante la campaña, Wilson había enviado una carta cuestionando el Pacto del Club Naval que provocó una dura respuesta: “El señor Ferreira, que no razona con tranquilidad, que usa adjetivos impropios, desliza cosas a veces con ironía e injusticia. Habla del pacto Medina-Sanguinetti, ¿qué tendría que decir yo del pacto Álvarez-Ferreira?”, jugó fuerte el candidato colorado el 9 de agosto en un debate en el programa En vivo y en directo conducido por Néber Araújo, aludiendo a las versiones de que hubo conversaciones entre representantes del dictador y el caudillo.

    Por su parte, el líder frentista, que ya había cumplido una larga estadía en la cárcel, dejó de ser señor Seregni para recuperar la jerarquía de general, aceptó conducir desde la línea de cal, sin ser candidato, pero asegurándose la sobrevivencia de la fuerza política que entonces muchos —dentro y fuera— creían condenada a desaparecer. Con sentido estratégico, Seregni apostó a su famosa “mañana siguiente” y, además, hubo fuertes movilizaciones populares durante todo el año, algunas muy reprimidas.

    Para mantener a estos dos pesos pesados fuera de la competencia, los mandos se escudaban en decisiones de la justicia militar, aunque no había que ser ningún zahorí para comprender que esta no era independiente, porque los magistrados estaban subordinados a los jefes. Eso también quedó claro cuando el rehén tupamaro Adolfo Wasem Alaniz murió en el Hospital Militar el 17 de noviembre, poco antes de las elecciones. Le negaron la prisión domiciliaria a pesar de tener un cáncer terminal.

    En las negociaciones con los tres comandantes de las Fuerzas Armadas que comenzaron en la sede del Estado Mayor Conjunto (donde hoy está el Ministerio de Defensa) y luego pasaron al Club Naval de Carrasco, Seregni estuvo representado por Juan Young (presidente del Partido Demócrata Cristiano, PDC) y José Pedro Cardoso (presidente del Partido Socialista).

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    Humberto Ciganda y Enrique Tarigo tras reunión de negociación con las Fuerzas Armadas para la transición democrática. Al fondo, Julio María Sanguinetti y José Pedro Cardoso. Sede del Estado Mayor Conjunto. 6 de julio de 1984.

    Humberto Ciganda y Enrique Tarigo tras reunión de negociación con las Fuerzas Armadas para la transición democrática. Al fondo, Julio María Sanguinetti y José Pedro Cardoso. Sede del Estado Mayor Conjunto. 6 de julio de 1984.

    Cardoso era un viejo dirigente que se había mantenido actuando en la clandestinidad, mientras que Young, un contador con perfil académico, había tomado la posta en el PDC junto con Héctor Lescano cuando Juan Pablo Terra y otros que habían jugado un papel relevante, como el exdiputado Daniel Sosa Días, optaron por abandonar el Frente y tomar distancia de la exótica alianza entre comunistas y católicos.

    La fórmula para noviembre fue Juan José Crottogini-José D’Elía. El principal candidato no era precisamente un político. En un documental realizado por Aldo Garay para TV Ciudad (disponible en YouTube), el entonces integrante del equipo honorario de la campaña frentista Milton Fornaro contó las dificultades que tuvo para grabar spots con Crottogini, un ginecólogo y académico, absorbido por las actividades médicas, y poco receptivo a las demandas publicitarias.

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    A la izquierda: Germán Araújo. A la derecha: Juan José Crottogini. Caravana del Frente Amplio. S.l.

    A la izquierda: Germán Araújo. A la derecha: Juan José Crottogini. Caravana del Frente Amplio. S.l.

    Zumarán tampoco era un político con experiencia, así que tuvo que improvisar. Sin embargo, las imágenes de Wilson y Seregni no fueron ajenas a la campaña y, en el caso del general, su presencia era in situ, no como ocurría con el líder de los blancos, que mascaba bronca incomunicado en el cuartel de Trinidad.

    Sumando votos a las listas que apoyaban a Sanguinetti (15, 85 de Tarigo, 89 de Manuel Flores Silva y 515 de Amílcar Vasconcellos, quien se postuló a la Intendencia, pero fue superado por Aquiles Lanza), el Partido Colorado presentó la fórmula Pacheco-Pirán. El expresidente representaba al sector más conservador del lema y su propaganda apuntaba a “frenar al comunismo”, aunque también había tenido la habilidad de volver a juntar a dirigentes como Raumar Jude, que habían votado el No en 1980 con los que habían respaldado el proyecto de los militares.

    En el Partido Nacional, además de Zumarán, compitieron Dardo Ortíz, secundado por Conrado Ferber y Juan Carlos Payssé acompañado de Cristina Maeso. Esta fórmula, marcada por su vínculo con la dictadura, prometió “prosperidad”, en medio de una fuerte crisis económica, pero sin mayor éxito, ya que obtuvo apenas el 1,1% de los sufragios blancos.

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    Alberto Zumarán. Elecciones nacionales. Sin datos de lugar. 25 de noviembre de 1984

    Alberto Zumarán. Elecciones nacionales. Sin datos de lugar. 25 de noviembre de 1984

    También se presentaron el Partido de los Trabajadores y el Partido Convergencia, que no llegaron a obtener representación parlamentaria.

    Balances provisorios e históricos

    Además de las complejas negociaciones, que dejaron dudas y despertaron críticas, hubo imprevistos puntuales: el vice del FA, José Pepe D‘Elía estuvo con hepatitis, Sanguinetti fue operado de apendicitis y Lacalle y Flores Silva sufrieron accidentes en la carretera. La peor suerte, sin embargo, fue para el coronel Néstor Bolentini, que se presentó sin mayores respaldos como candidato independiente y murió en plena campaña, mientras mantenía una entrevista en los estudios de Difusora Soriano (ver nota aparte).

    Aunque la alegría era notoria, no todos quedaron conformes. “El resultado de la elección es en gran parte el efecto de una manipulación desde el poder”, concluyó entonces el exdirigente democristiano Terra.

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    Al centro, Wilson Ferreira Aldunate, el día de su regreso a Uruguay desde Buenos Aires en el Vapor de la Carrera. 16 de junio de 1984

    Al centro, Wilson Ferreira Aldunate, el día de su regreso a Uruguay desde Buenos Aires en el Vapor de la Carrera. 16 de junio de 1984

    “Miren lo que han tenido que hacer para poder con el Partido Nacional”, advirtió Wilson, que fue liberado poco después de las elecciones y viajó de Trinidad a Montevideo ovacionado por miles de personas al costado de la ruta, para dar un histórico discurso, ya de tono más moderado y convocando a dar “gobernabilidad”, en la explanada municipal.