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    José Rilla: el sistema político sobrevivió a la dictadura y se corrió al centro

    El historiador destacó que el resultado de los comicios mostró la resiliencia del sistema de partidos y que las críticas a la salida negociada con los militares, que incluyó candidatos proscritos, “no lograron erosionar del todo” la expectativa que alimentaba el retorno de la democracia

    Para el historiador José Rilla, el resultado de las elecciones de 1984, en parte similar a las últimas antes de la dictadura, mostró que el sistema de partidos resistió, aunque se moderó y corrió al centro.

    Rilla, cuya producción académica explora ese período histórico, destacó que “no fueron elecciones libres” porque “no se cumplió” la promesa de que no hubiera excluidos. Aun así, las críticas a la salida negociada “no lograron erosionar del todo” la expectativa que alimentaba el retorno de la democracia.

    —¿Cómo valora hoy el proceso previo y el resultado de las elecciones de 1984?

    —Hacia 1983-1984 había una especie de consenso respecto a un par de conceptos: había un país en crisis social y económica, con deuda externa, caída salarial y pobreza, calamidades todas imputables a la dictadura; el segundo consenso o acuerdo generalizado, necesario en algún sentido, era que, si la crisis se asociaba a dictadura, la democracia se asociaba con su superación o con el camino a las soluciones. Esta idea era muy simple y bastante fuerte, se parecía a una ilusión por la cual, con la democracia, se llegaría a la estabilidad y la bonanza. Argentina pasaría por el mismo espejismo.

    Las críticas fundadas a las negociaciones de agosto de 1984 en el Club Naval no lograron erosionar del todo esa expectativa y, a partir de allí, Julio María Sanguinetti fortaleció su liderazgo. Con el “cambio en paz” tradujo ese estado de opinión y de espíritu, que lógicamente perdería pie con el desencanto general de los noventa. La idea no era del todo errada ni mucho menos inoportuna, pero la democracia restaurada, incluso con sus enormes imperfecciones, no resolvió los problemas, los hizo más visibles y controversiales.

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    Humberto Ciganda y Enrique Tarigo tras reunión de negociación con las Fuerzas Armadas para la transición democrática. Al fondo, Julio María Sanguinetti y José Pedro Cardoso. Sede del Estado Mayor Conjunto. 6 de julio de 1984.

    Humberto Ciganda y Enrique Tarigo tras reunión de negociación con las Fuerzas Armadas para la transición democrática. Al fondo, Julio María Sanguinetti y José Pedro Cardoso. Sede del Estado Mayor Conjunto. 6 de julio de 1984.

    —¿Fue acertada entonces la postura mayoritaria del Frente Amplio al respaldar lo acordado en el Club Naval?

    —Es evidente que las del 84 no fueron elecciones libres; la promesa del Obelisco de que no hubiera exclusiones no se cumplió. ¿Cuánto de las exclusiones era evitable? Es una discusión enorme que no tiene sentido si no contamos con más datos. Hubo un pacto y eso afectó a varios jugadores: liberó a los presos, habilitó a casi todos los proscritos, fue beneficioso para los militares, los colorados de Sanguinetti y los frentistas de Seregni, aún proscrito. Era una coalición de salida muy fuerte, les servía a varios, no a todos.

    Nadie debería enojarse con la pregunta acerca de si las cosas podrían haber sido de otro modo. ¡Claro que sí! La historia es lo que fue, en el límite de lo que podría haber sido.

    Lo que me parece claro es que en el Club Naval no quedó resuelto el tema de las violaciones a los derechos humanos ocurridas durante la dictadura. Con los datos que tenemos hasta ahora no puede afirmarse que el Club Naval fuera un pacto de impunidad; casi todos los participantes de primera línea han fallecido y las actas publicadas, obviamente parciales respecto a un evento tan denso, no autorizan a afirmar algo así. ¿Es imposible? Desde luego que no… años más tarde la ley de caducidad habló de la “lógica de los hechos”.

    Debe agregarse que, en el contexto precario e incierto de las elecciones del 84, el tema de los desaparecidos y la cuestión del revisionismo no formaban parte del centro neurálgico de la contienda electoral. La izquierda, además, estaba “recién casada” con el lenguaje global de los derechos humanos.

    Una buena pregunta es cómo quedó el sistema de partidos después de las elecciones. El golpe de Estado se había dado bajo la premisa de que los políticos eran todos corruptos y pusilánimes; en su delirio autoritario, Juan María Bordaberry quiso eliminar los partidos como forma de organización estable de la opinión ciudadana. Cuánto de esa prédica antiliberal había calado, no se sabía bien. Pero había señales: en 1980, el resultado del plebiscito que perdió la dictadura y también, en 1982, el resultado de las internas fueron un indicador del vigor de la política uruguaya tradicional.

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    Manifestación durante la llegada de Julio María Sanguinetti al Palacio Estévez para la asunción como presidente de la República. Plaza Independencia. 1 de marzo de 1985

    Manifestación durante la llegada de Julio María Sanguinetti al Palacio Estévez para la asunción como presidente de la República. Plaza Independencia. 1 de marzo de 1985

    —¿Cómo analiza hoy el resultado de aquellas elecciones históricas?

    —Las elecciones de 1984 debían responder qué pasó con el sistema de partidos y la respuesta fue interesantísima: quedó más o menos incambiado, quedaron los mismos componentes, lo que cambió fue la distribución dentro de los partidos, cómo quedaron las mayorías y minorías, y eso se puede leer de manera ambigua: como algo bueno, la sobrevivencia de la tradición democrática, liberal y republicana; y como algo perturbador, tal vez, que mostraba que el mundo había dado mil vueltas y que el Uruguay amanecía de pie, con lo suyo, como si nada.

    En el Partido Colorado, la fórmula Pacheco-Pirán quedó en minoría frente al batllismo. Los blancos votaron en torno a un 30% y el senador Dardo Ortiz acompañó a la mayoría wilsonista.

    Aunque hubo ministros blancos, su referencialidad no era el Partido Nacional: allí estuvieron Raúl Ugarte (Salud) y Enrique Iglesias (Relaciones Exteriores). Chiarino, de la vieja Unión Cívica, que había sido clave en la negociación con los militares y socio directo de Sanguinetti, sería nombrado ministro de Defensa en un período especialmente delicado. Juan Pivel Devoto, fiel acompañante de Wilson Ferreira durante muchos años, sería puesto en la presidencia del Codicen, cargo que desempeñó con polémica autonomía. El gobierno de Sanguinetti no fue de coalición como lo entendemos ahora, sino de “entonación nacional”, para usar los términos de la época. Incluso hubo directores frenteamplistas en entes autónomos.

    Antes de eso, la Concertación Nacional Programática (Conapro) había sido una experiencia interesante, que incluyó la primera versión del feminismo posdictadura.

    Con la fórmula de Crottogini y D’Elía se había buscado una síntesis muy simbólica de la tradición de la izquierda frenteamplista: a Seregni proscrito le gustaba entonces decir en los estrados de campaña: “Crottogini es la Universidad” y “D´Elia es la CNT”, “esto es el Frente Amplio” y “está vivo”. El FA del 84 proyectó con fuerza a Hugo Batalla, que recogió una enorme cantidad de votos; a la vez, comunistas y socialistas lograron entonces un buen respaldo electoral.

    Muchos hablaron entonces de la salida moderada y de algún modo moderadora, del “triunfo del centro” como decía Juan Rial, el politólogo de moda en 1984.