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    Diputado Mujica: los civiles tenemos una versión superficial de los militares y por eso los juzgamos peyorativamente

    En el ’66 recorrimos la campaña buscando lugares para una guerrilla rural, pero al final desistimos y a riesgo de cometer una herejía, decidimos no dar pelota a los teóricos cubanos

    Entrevista publicada el jueves 22 de febrero de 1996

    Primero, como para desalentarme, me dijo que vivía lejos, en una zona chacarera sobre el Camino Colorado. Luego me hizo una advertencia que tal vez juzgó decisiva para frenarme: “Mirá que vivo en un rancho de verdad, no vayas a asustarte”. Creo que mi respuesta terminó de desarmar sus aprensiones: “Si no me asustan algunos diputados, menos me van a impresionar los lugares donde viven”. Podía referirme a él, a otros o a ninguno, pero le hizo gracia y aflojó. Cuando conocí su casa, comprobé que contra las tradiciones imperantes, a veces los diputa- dos dicen la verdad. El Representante Nacional José Mujica Cordano habita un rancho de cuento, de esos que dibujan los niños, de cumbrera medio ladeada, techo de paja a dos aguas y sendero torcido partiendo desde el alambrado. No tiene teru teros ni aljibe ni caballo atado al palenque, pero “insociable y huyendo del camino”, igual que en el poema de Fernán Silva Valdez, “no se eleva, se agacha sobre la loma/como un pájaro grande con las alas caídas. “En la pieza que hace de cocina y lugar de reunión, las arañas parecen están ganando una larga batalla. Al reparo del quinchado han construido telas que ennegrecidas por el humo de la estufa de leña, cuelgan amenazantes por todas las paredes como en una escenografía de terror. “No puedo con ellas”—explica el antiguo rehén tupamaro— “Son terriblemente tenaces. O nos dedicamos a exterminarlas o a cultivar las flores. Tiempo para todo no tenemos”. Le digo que permanezca tranquilo. Las arañas sorben moscas y posiblemente los diputados les caigan mal al hígado. Bajo su atenta vigilancia en las alturas, hemos conversado durante dos mañanas de cosas que se pueden publicar y de otras que los hombres suelen volcar en los pozos de silencio del mate compartido mano a mano. Agachado y con su decoración de telas, el rancho de Mujica ha hablado tanto como él.

    —Me decías que la influencia de la Revolución Cubana y el fracaso electoral de la Unión Popular en el '62, habían incubado los movimientos violentistas posteriores.

    —Sí. Ya se notaba mucha agitación estudiantil. El año anterior el gobierno había expulsado al embajador cubano García Incháustegui “por interferir en problemas gremiales” y la gente se había radicalizado rápidamente.

    —Te olvidas de otro hecho fundamental: la conferencia de la OLAS (Organización Latinoamericana de Solidaridad) que se pronunció a favor de la lucha armada en el continente.

    —América entera hervía y la derecha se aprestaba a defenderse. Aquellos años por lo menos aquí, los grupos de izquierda marcaron un tiempo de doble disciplina. Se dependía de los partidos, pero había algunos que actuaban por su cuenta. El Bebe Sendic se había largado a movilizar a los cañeros de Artigas, en La Teja había un grupo que funcionaba con escindidos de Ariel Collazo, que también actuaba solidariamente con los campesinos del norte. Esa conjunción de Bella Unión con La Teja es una rara pata de nuestra historia. Y había además otros grupos chicos independientes.

    —Pero actuando todos inorgánicamente, sin una dirección común.

    —Exactamente. El MLN- T todavía no existía.

    —De acuerdo al libro “La Subversión. Las Fuerzas Armadas al Pueblo Oriental” la palabra “Tupamaros” aparece por primera vez en unos panfletos arrojados en ocasión de un atentado contra la firma Bayer en agosto del '65.

    —Debe ser así, la verdad es que no me acuerdo. Tengo presente que en el '64, en cumplimiento de una expropiación para juntar fondos para los cañeros, cayeron presos Vique, Santana y Castillo (se refiere a un asalto al Banco de Cobranzas) y la propuesta solidaria que surgió fue rescatarlos en el tren que los iba a conducir de Montevideo a Artigas.

    —En el estilo de los pistoleros del Oeste norteamericano de finales del siglo pasado.

    —Algo así. Desde el punto de vista militar aquello parecía factible, pero el problema era la retirada. Sendic decía que las ciudades del interior eran bosquecitos ralos donde nadie se podía ocultar. El rescate no pudo realizarse por una debilidad humana. No quiero dar nombres porque los actores viven, pero el asunto fue que no pudimos enterarnos del momento en que iban a viajar porque quien tenía el dato se “apretó” y no nos dijo nada. Eso nos reafirmó en el principio de que no se puede tener doble disciplina como te dije recién. Una de las teorías que surgió de inmediato como consecuencia de eso y se discutió mucho, fue la de que debíamos unir a toda la gente sin ambivalencias, tratando de no fragmentar más. Nos dábamos cuenta que penetrábamos en una etapa de riesgo pero nuestro pensamiento esencial era todavía la autodefensa. Esquematizando, la propuesta era ésta: el país va cada vez más hacia la derecha y terminará desembocando en una dictadura. Hay que tratar de organizar el movimiento popular para enfrentar esa eventualidad. Tal vez madrugamos mucho, pero ese era el pensamiento matriz. El tema es que más allá de las percepciones teóricas, cuando uno entra a jugar con fuego, éste mismo establece sus propias leyes: el secreto, la compartimentación, una metodología distinta. No se puede jugar a la legalidad por un lado y a la ilegalidad por otro. O se es o no. Esa por lo menos era mi posición.

    —¿Qué ocurre cuando fracasan en el rescate de Vique, Santana y Castillo?

    —Hasta ahí éramos grupos que nos juntábamos para una tarea concreta, pero la relación era federal. A partir de ese hecho vamos a desembocar en una disciplina que va a dar origen al MLN-T. Hasta ese momento las cosas que ocurrían eran responsabilidad de cada grupo.

    —¿Cuál fue el paso inmediato?

    —Hicimos una primera convención clandestina en un balneario con determinada gente invitada. Incluso allí no existió unanimidad. Hubo algunas personas vinculadas al anarquismo que se separaron porque imponían como condición el revisionismo del Partido Comunista. Nosotros en cambio pensábamos que no podía haber propuestas de ataque para ningún grupo de la izquierda. Hubo otros fenómenos paralelos en esa época, como los del grupo Tacuara de la Argentina que venían huyendo y a los que tuvimos que dar refugio y ayuda.

    —Concretando: a partir de esa convención comienzan las acciones del Movimiento de Liberación Nacional.

    —Ese es el inicio de todo. Pero fundamentalmente se trata de acciones tendientes a conseguir pertrechos, a desarrollar la infraestructura y a reconocer el país. Las revoluciones triunfantes exportan sin proponérselo su modelo y con eso lo único que logran es favorecer a las fuerzas contrarias que no se duermen en el estudio de los antídotos. Nosotros dimos vueltas y vueltas por el país analizando las posibilidades de la guerrilla rural y terminamos desechándola, pero con eso cometimos una herejía con el legado de la Revolución Cubana, que afirmaba que las ciudades eran el cementerio de los revolucionarios. No escribimos documentos ni papelitos pero simplemente no le dimos pelota a los teóricos de Fidel.

    —¿Qué pasó con aquellos disidentes?

    —Siguieron su camino y tuvieron que ver con los esfuerzos del grupo denominado OPR 33. Otros continuaron en el grupo pro chino que constituía el MIR.

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    José Mujica, en su época de líder tupamaro

    José Mujica, en su época de líder tupamaro

    La enfermedad del éxito

    —He escuchado decir que los Tupamaros padecieron en su primera etapa la enfermedad del éxito. ¿Qué significó eso?

    —Que los éxitos iniciales nuestros crearon una visión peyorativa del trabajo sindical. Ya no se pudo contener a la gente que quería pasarse a las estructuras clandestinas. Y éstas tenían un punto de saturación. Las organizaciones muy grandes siempre son difíciles de ocultar.

    —También precipitó los enrolamientos, la visión romántica de algunos jóvenes que soñaban con transformarse en héroes, admirados por toda la sociedad.

    —Es verdad, hubo mucho de eso. Y los que hacían trabajo de masas se veían a sí mismos como devaluados. Esto fue nefasto y lo pudimos analizar recién mucho después. Un espacio determinado permite determinados movimientos y no puede saturarse. El aumento de la cantidad propicia una carencia de la calidad. La reposición es demasiado acelerada porque la lucha implica la pérdida de gente formada, que debe ser sustituida por gente nueva a la cual hay que preparar en condiciones muy difíciles. Pero lo más grave es que los éxitos nos daban una visión aparatista de los sucesos cuando la verdad es que los cambios sociales no los hace ninguna organización. Las estructuras políticas o militares pueden ser parte pero no son el agente central. La priorización del trabajo clandestino por sobre el trabajo de masas era una desviación tan profunda como la que había ocurrido en otros lados cuando el partido sustituía a la gente. Y te digo de paso que yo no creo que los partidos sustituyan a nadie ni representen a nadie. La representación es intransferible.

    —Teorías políticas aparte, me dijiste que el MLN-T arrancó haciendo pertrechos. Esto es: armas, locales, medicamentos, vehículos.

    —En esa génesis no fuimos propiamente una guerrilla. Durante cierto tiempo le dimos preponderancia al valor político de las operaciones. De ahí que eligiéramos muy bien los objetivos procurando que éstos se entendieran por sí mismos. Esto es una etapa de propaganda armada y acumulación de fuerzas.

    —Te refieres a la ocupación de la financiera Monty, a la del escritorio comercial de Mailhos, a la incautación de documentos y denuncia de otras situaciones irregulares.

    —Eso es. Todo eso colocó nuestras maniobras en la mesa de los boliches y concitó un apoyo muy grande. Pero a partir de ahí se planteó un cambio de estrategia, porque esos operativos habían puesto en guardia al enemigo. Para serte gráfico, no se puede poner un detonador veintidós en una carga de quinientos quilos porque desperdicias explosión y organizas el susto. Quienes se asustaban y observaban los fenómenos que creábamos, comenzaron a tomar sus providencias. La alternativa era continuar indefinidamente con propaganda armada o cambiar de estrategia y decidirse por la guerra.

    —Creo que la inmediata pregunta tiene que ser: ¿era necesaria esa guerra?

    —Yo también me lo he preguntado. En ese momento nosotros nos fuimos quedando sin estrategia, porque teníamos una visión de saltito de colina en colina, es decir cumplir una etapa y pasar a la siguiente. El éxito nos dio una visión degradada de nuestros propios valores.

    —¿Eso quiere decir que sobrevaloraron sus propias fuerzas?

    —Hay algo de eso. Decía HG Wells en la década del 30 analizando el fenómeno armamentista previo a la Segunda Guerra Mundial, que los ejércitos eran como las gallinas. Estas estaban programadas para poner huevos y los ejércitos para arreglar todo a los tiros. Las

    organizaciones armadas pretenden solucionar todo a los fierrazos y desde ese punto de vista tienen una enorme cortedad histórica. Los tiros pueden ser inevitables, pero a lo sumo pueden tener el valor del purgante, de algo que te crea una crisis momentánea. Los tiros por sí solos no definen jamás la historia, si no crean soluciones a largo plazo. Pueden ser ineludibles pero si no están acompañados de otras cosas resultan inútles.

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    El día de la liberación de los últimos presos tupamaros en 1985, en una conferencia de prensa en el Colegio de los Padres Conventuales. En primera fila se encuentran José Mujica, el hijo de Adolfo Wassen (quien falleció en prisión) y Mauricio Rosencof

    El día de la liberación de los últimos presos tupamaros en 1985, en una conferencia de prensa en el Colegio de los Padres Conventuales. En primera fila se encuentran José Mujica, el hijo de Adolfo Wassen (quien falleció en prisión) y Mauricio Rosencof

    Los errores del MLN-T

    —¿Y cuál fue la opinión de ustedes con relación a la reacción de la opinión pública nacional?

    —La gente quedó como espectadora, observando la lucha de una organización armada con el ejército, pero sin participar.

    —¿Puede afirmarse que el gran fracaso del MLN-T fue no haber sabido despertar simpatías populares?

    —El pueblo no se sentía intrínsecamente representado en esa lucha. Pero nosotros estamos haciendo ahora un análisis como de historiadores frente a un fenómeno que está cumpliendo treinta años. Las cosas no pasaron porque sí y ya entonces muchas de ellas las teníamos muy claras.

    —¿Cuáles por ejemplo?

    —En el movimiento cayó muy tempranamente la gente más y mejor formada, con mayor experiencia. El costo de la lucha clandestina es muy grande y siempre caen primero los más comprometidos. Al mismo tiempo, el movimiento no dejó de crecer y siguió ingresando gente nueva. En un momento determinado los que estábamos en Punta Carretas hicimos un promedio de nuestras edades y nos dio veintiún años. Eramos una organización de chiquilines y les estábamos pidiendo cosas que no podían cumplir, pero que estaban exigiendo los hechos. Esto debimos haberlo previsto, es muy cierto, y no lo hicimos.

    —Sigamos paso por paso. Primer error no haber sabido Integrar a la opinión pública que nunca dejó de ser meramente espectadora.

    —Habíamos despertado simpatías pero no las supimos vertebrar.

    —Segundo error que ya mencionaste, haber sido superados por un número de militantes demasiado jóvenes e inexpertos. La cantidad por encima de la calidad.

    —¿Recuerdas lo que dijo a una vez Aparicio? “¡Si yo el hubiera tenido cinco mil hombres menos!”Y te voy a decir a un tercer error: no haber sabido crear una retaguardia. Toda organización armada necesita una retaguardia.

    —Eso implica una base popular que no existía. Salvo que se considerara como tal al movimiento Veintiséis de Marzo.

    —Pudo haber sido, pero no lo fue. No tuvimos retaguardias territoriales. Nos sorprendimos cuando el Tejazo, que fue aquella asonada que sirvió de distracción para la primera fuga del Penal, pero no supimos aprovechar ese calor popular. La verdad es que nuestra posterior supervivencia política sólo se explica en profundidad por esa base popular ganada. Si no, habríamos desaparecido. Salimos de la cárcel deshechos y el calor de la gente suturó nuestras heridas, nos trajo los primeros pesos, nos dio las primeras soluciones.

    —Y en algunos casos hizo olvidar los errores.

    —Puede ser, cada cual tiene su interpretación. El hecho innegable es que gracias a nuestra acción en las calles, se había acumulado a nivel popular un capital político interesante y la historia de los años siguientes, es decir el período en el que los militares liquidaron las actividades del MLN-T, es la historia de la forma en que un capital político se puede despilfarrar por falta de una visión estratégica. En alguna medida cuando nosotros respaldamos y participamos en la fundación del Frente Amplio, en los meses finales del año 70, vaya si se hicieron negociaciones dentro de la cárcel! Vaya si vinieron ilustres abogados y dirigentes a hablar con nosotros en aquellos pasos previos! Alguno ni siquiera está ya en el Frente. Fue absolutamente paradojal y sorprendente en América Latina, que un grupo de presuntos guerrilleros —yo creo que en en el fondo éramos políticos con armas— le dieran apoyo crítico a un partido que se estaba formando, contribuyendo a inventar el Movimiento 26 de Marzo, que a nosotros mismos nos pasó por arriba. Esa decisión del apoyo crítico no fue fácil imponerlo en la interna nuestra, pero resultó un gesto de madurez. Para mí fue uno de nuestros últimos gestos políticos profundos, con perspectiva.

    —Puede haber sido una equivocación desde el punto de vista del Frente, porque el apoyo de ustedes le restó los votos de quienes optaban por una línea más moderada.

    —Tal vez tengas razón, pero habría que ver si hubiera sido posible el nacimiento del Frente sin la presencia nuestra. Desde luego que la tuya y la mía son meras hipótesis indemostrables. Lo más destacable de todo es esa posición de la izquierda uruguaya, capaz de crear un núcleo que camina codo con codo respetando tantas diversidades ideológicas. Ya había antecedentes. En el campo de los trabajadores se había construido una Central en la que había diferencias de opinión y contradicciones, pero a pesar de ellas se había caminado. Te resumo: nuestra acción armada, la crisis en que estaba sumido el país y la apariación del Frente como palanca fueron tácitamente organizando lo que se ha denola minado “el susto desde el otro lado”. Pienso que todos contribuimos.

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    La visión civil de los militares

    —Cuando estas notas salgan a la calle, se habrán cumplido veinticinco años de la fundación del Frente.

    —Si con eso me querés decir que ya somos parte de la historia, te lo agradezco (se ríe). Te voy a contar algo absolutamente personal. Intentando bucear más hondo, así como hemos hablado de la incidencia de Battle y su pensamiento, legado que logró apartar a los militares a sus cuarteles, entre los muchos componentes al que tuvo ese Uruguay que heredamos hay uno que ha pasado inadvertido. Si la guerra es una continuación de la política y si hay momentos coyunturales nada más, en que la política se manifiesta detrás de la guerra, podemos convenir en que ésta última, más allá de sus anécdotas, es algo muy serio en cuya actividad la humanidad ha desarrollado un largo oficio. En la guerra hay pensamiento también, más allá de lo táctico. Los civiles en general tenemos una imagen excesivamente superficial de las cosas militares y por eso las juzgamos peyorativamente. Despreciamos ciertas cuestiones formales, que no son más que manifestaciones de un orden cerrado. “¡Póngase firme! ¡Media vuelta a la derechal ¡Paso redoblado!” Todas esas deformaciones impuestas por la dialéctica militar tan propensa a la burocracia en sus tiempos de paz, en el fondo no son más que la consecuencia operativa de saber que un campo de batalla representa una tragedia tan sustantiva que el hombre no está largamente educado y formado como para responder a un cuerpo organizado y adaptarse a mitigar sus reacciones Individuales, un conjunto de personas se comporta más bien como una murga. Y de las antiguas, ni siquiera las de ahora. Esa imagen exterior nos da apenas un estereotipo de lo militar.

    —¿Debemos interpretar esa reflexión como otro error en el accionar de los Tupamaros?

    —Hay muchos que lo creen. Mirá: la violencia tiene mucho de partera de la historia y no hago una afirmación absolutista. No deja de llamar la atención que hechos semejantes hayan tenido lugar durante largos períodos. Desgraciadamente no hemos encontrado fórmulas para superarlo.

    —¿Lo ves ahora y ya lo veías entonces?

    —Lo he ido viendo con los años, un poco de antes con un poco de después. La guerra popular está condenada a parir cosas nuevas o a sucumbir, porque en el fondo replantea el viejo dilema de David contra Goliat

    —¿Y la guerra popular siempre es necesaria?

    —Yo no tengo la bola de cristal y sueño con un tipo de guerra sin tiros donde se imponga la voluntad popular. Además hemos sido testigos de sucesos de ese tenor. Todos hemos visto caer al Sha de Persia sin levantamientos armados, porque hubo un ejército que no quiso combatir. Eso es una forma superior de la guerra. Y además está lo que logró Gandhi.

    —En el año '70 cuando se produce el punto de inflexión del MLN-T su dirigencia estaba casi toda presa. ¿No fue ese hecho el que hizo cambiar la estrategia del grupo?

    —Es muy posible. No estaba demasiado metido como para poder afirmarlo. Yo creo en las formas colectivas, en las organizaciones, pero hay veces que un comité central o una convención no equivalen a la visión de fulano o mengano porque ellos por algo son líderes. Un verdadero líder es quien convence a sus contemporáneos de una jugada que está muy por delante del pajonal que no deja ver. Fue evidente que algunos compañeros muy notorios no estuvieron a la hora de tomar decisiones.

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    —Voy a poner encima de la mesa un cuarto o quinto error de los Tupamaros que tú no has mencionado: la infravaloración que tuvieron de las fuerzas militares.

    —Pienso que eso es algo todavía más complejo: no valoramos la profundidad que tiene la expresión de lo político cuando se transforma en guerra. Eso implica el conocimiento de la fuerza del enemigo, pero también el de sus debilidades y al mismo tiempo de ambos factores aplicados a nosotros mismos. No se puede pretender que una guerra acepte las leyes del enemigo.

    —Lo que tampoco se puede entender, observando las cosas desde afuera, es que un grupo de escasos miles de militantes mal armados, pueda enfrentarse a un ejército de más de cuarenta mil hombres con armas sofisticadas en sus manos. Tú me dirás que Fidel pudo, pero se enfrentaba a un régimen corrompido que caía como una fruta podrida.

    —Miradas las cosas así, estábamos fritos de antemano. El asunto era no ir a los enfrentamientos directos. David no podía pelear mano a mano con Goliat. Había que adoptar determinadas estrategias. Esos cuarenta o cincuenta mil tenían la necesidad de controlar todo el territorio. Saravia tenía fuerzas minoritarias y trataba de crear foquitos por todos lados. La verdad es que nosotros no pusimos en el tapete un análisis de fondo de estas cuestiones. No medimos que había una etapa que se había agotado y debía comenzar otra. Esta pudo haber sido negociar o ganar tiempo en alguna forma. Sin embargo se optó to por los enfrentamientos.

    —Negociaciones hubo.

    —Pero más adelante

    —¿Llegaste a participar en ellas?

    —Participé sí, primero desde afuera y luego cuando caí detenido la segunda vez. No te olvides que yo participé en las dos fugas masivas del Penal de Punta Carretas.

    —Antes de hablar de las conversaciones de tregua entre los Tupamaros y las jerarquías militares en el año ´72, quisiera preguntarte algo. ¿La primera fuga del Penal con quien fue negociada?

    — Con nadie. Fue trabajada, muy trabajada.

    —Me resulta difícil creer que toda esa tierra se pudiera ocultar sin que nadie se diera cuenta y que los golpes abriendo el hormigón no fueran escuchados por la guardia.

    —Una cárcel es algo que se va poniendo gris y termina pudriéndose. Ninguna cárcel del mundo se salva. Pero te puedo asegurar que no había ningún jerarca metido. Arreglito, sí. “No me hagas requisas”. “Si escuchás algún ruido disimulá”. Y asimismo todo fue hecho con un margen de riesgo muy grande, a cara o cruz.

    —¿Ninguna de las cuatro fugas, las dos de Punta Carretas y las dos de la cárcel de mujeres fue “conversada” a alto nivel?

    —Ninguna. Y fueron baratas porque si empleás demasiada plata, se te asustan y no agarran viaje.

    —Así que has sido veterano en fugas. Sólo te falta escaparte del Palacio Legislativo.

    —Hay veces que tengo muchas ganas, no vayas a creer... (se ríe a carcajadas).