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La gastronomía vive un momento estelar desde una perspectiva mediática. Desde las recetas gourmet que inundan los espacios tradicionales hasta la viralidad de las preparaciones exprés en las redes sociales, el fenómeno se ve acentuado, por estos días, ante el esperado arribo de la tercera temporada de la serie El Oso.
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Sin embargo, en todos estos casos la cocina parece estar marcada por una idea: la falta de tiempo. No hay un minuto que perder para satisfacer la demanda de los impacientes comensales, como muestran las escenas frenéticas de El Oso, y tampoco parece haber tiempo para cocinar en casa, donde los atajos suelen ganarle a lo elaborado.
En ese sentido, el estreno en cines de El sabor de la vida, del director Tràn Anh Hùng, puede considerarse una verdadera oda a una gastronomía opuesta y de antaño.
En la película, candidata de Francia para los últimos Premios Oscar, la cocina no es una carrera contrarreloj sino una experiencia que invita a disfrutar cada paso del proceso, a saborear con calma cada bocado y a encontrar la belleza en la preparación de cada plato.
Ambientada en la campiña francesa en 1885, la cocina protagonista es la que llevan adelante el gastrónomo Dodin Bouffant (Benoît Magimel) y su chef de toda la vida, y también amor, Eugénie (Juliette Binoche). Ambos disfrutan de la complicidad que han desarrollado en la cocina, donde se complementan a la perfección. Sin embargo, el romance, que tras 20 años aún no ha culminado en matrimonio, se topa con algunos altibajos que alimentarán sus nuevas creaciones culinarias.
Embed - EL SABOR DE LA VIDA | TRAILER OFCIAL
Como cineasta, Hùng cree que las películas deben ofrecer una experiencia física y hacer sentir a los espectadores como parte del mundo propuesto. Con sus secuencias de cocina y comida, hipnóticas y apetecibles, el director cumple con creces con su objetivo. El sabor de la vida integra a quien la vea a una experiencia culinaria y audiovisual tan sensorial como emocional.
Jonathan Ricquebourg, director de fotografía, destacó que para Hùng era fundamental plasmar cada detalle visual de una cocina, no solo los alimentos. El ardor de las llamas, el sonido del sofrito, las texturas de los pisos y los personajes son captados con la perspectiva filosófica que sustenta la película. En una cocina nada pasa desapercibido. Cada elemento tiene su importancia.
El histórico Château de Raguin, en el departamento de Maine-et-Loire, es el escenario principal. Bañado por una luz solar matinal, ahí se crea el ambiente perfecto para una primera secuencia culinaria inolvidable. Durante casi media hora vemos una cautivadora coreografía liderada por Eugénie, la chef protagonista, quien orquesta la preparación de un menú de cuatro platos junto con sus ayudantes, Pauline y Violette, y su amado Dodin. La cámara, cual hábil observadora, registra con fluidez cada paso de este ballet culinario sin desperdiciar un solo instante.
Para reflejar la esencia de la relación y la cotidianeidad del trabajo y el romance entre Eugénie y Dodin, se exploran los cambios en las personas que una rutina controlada y apacible produce a lo largo de los años. Bañados por la luz natural y su cambiante intensidad, la película está repleta de esa clase de momentos: simples, cotidianos y tranquilos. Es con ellos que nos acercamos a la vida de los personajes y entendemos su relación con el gusto de quien acaba de toparse con un nuevo plato favorito.