Pedro Almodóvar ha pensado en la muerte a lo largo de su vida. Creció en La Mancha, donde la muerte está arraigada a las tradiciones femeninas del luto. Como cineasta, es un tema que comenzó a explorar en Matador (1986), cuando aún no lo entendía del todo.
La cancelación del proyecto con Blanchett abrió una puerta. Durante el desarrollo de aquella película leyó la novela ¿Cuál es tu tormento?, de la estadounidense Sigrid Nunez. Su historia le pareció inabarcable para el cine. Sin embargo, el encuentro que ocurre en la ficción entre una autora y su amiga enferma, que le hace una propuesta peculiar, lo inspiró.
Lo que le quedó resonando fue el acercamiento que la novela propone sobre la muerte. Decidió explorarlo a su manera y transformó su historia en una película sobre la amistad, las despedidas y la búsqueda de dignidad de cara al final. El resultado, La habitación de al lado, ya puede verse en cines en Uruguay.
En la película, Martha (Tilda Swinton) e Ingrid (Julianne Moore) se reencuentran después de años de distanciamiento. Martha, una experiodista de guerra con una enfermedad terminal, decide recurrir a la eutanasia de manera ilegal para morir y le pide a Ingrid, su amiga escritora, que la acompañe en sus últimas semanas de vida. A pesar de sus miedos y dudas sobre la muerte, acepta la petición.
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La eutanasia, presente en la novela de forma tangencial, se convierte en el eje central de La habitación de al lado, que con la sensibilidad característica del director, pero también con una frialdad emocional que termina por distanciar al espectador, profundiza en la amistad femenina de la novela para tratar de entender la complejidad emocional y la empatía que las dos amigas vivirán en esta situación límite. El director elige una última despedida como el mapa trazado para explorar la empatía y el valor de estar presentes en momentos críticos.
Ingrid, al acompañar a Martha en sus últimos días en una impecable casa que alquilan en los bosques de Nueva York, enfrenta sus propios miedos y un pasado no del todo resuelto. Antes de esa convivencia, las emociones reprimidas entre ambas florecen y el tiempo compartido se vuelve una oportunidad de reconciliación con el pasado y con un futuro incierto, en diferentes sentidos, para ambas. Mientras que Martha, decidida y controlada, se enfrenta a su enfermedad con la certeza de que quiere morir a su manera, Ingrid tiene que aprender a lidiar con la angustia que le trae acompañarla en este proceso.
A lo largo de la película, los contrastes entre ambas mujeres, en cuanto a su forma de ver la vida y la muerte, se vuelven palpables en cada conversación, un recurso central de la película y uno al que Almodóvar recurre constantemente en una obra muy hablada, donde las palabras se cargan de emociones y revelaciones.
Las tensiones no resueltas entre Martha e Ingrid resurgen con fuerza, pero nunca a través de exabruptos, sino con delicadeza. A medida que avanzan en su convivencia, su relación se transforma, se redefine y se fortalece impulsada por la cercanía de la muerte. Aunque no logran resolver sus diferencias, la experiencia compartida crea una nueva dinámica entre ellas que las obliga a enfrentar sus demonios a medida que se aproxima el final.
El precio de la distancia
Sus personajes, sus emociones, su estética, sus temáticas y su sentido de la intimidad hacen de La habitación de al lado una obra innegablemente almodovariana.
Personificadas por actrices angloparlantes, algo inusual para Almodóvar, Martha e Ingrid conservan la esencia de sus personajes femeninos: son fuertes, independientes, marcadas por su pasado y con una gran capacidad de expresión verbal que hace que la película se centre en sus conversaciones.
Aunque más sobrio que en otras de sus películas, la estética dentro del plano sigue siendo primordial para el director, tan detallista como siempre. Su uso de la luz y los encuadres no solo busca proveer a la historia de una belleza por fuera de las palabras, sino también que la atmósfera se convierta en un reflejo de la intimidad y los sentimientos compartidos por los personajes.
La habitación de al lado continúa la línea que Almodóvar ha explorado desde Dolor y gloria, una película cuya relevancia parece aumentar con cada nuevo trabajo del director. Sin embargo, su última realización no alcanza a ser completamente satisfactoria y no cumple con las expectativas que había generado, especialmente después de recibir el León de Oro en el último Festival de Venecia. En retrospectiva, ese premio parece haber celebrado más la trayectoria del cineasta que los méritos de la obra.
El tono emocional de La habitación de al lado, aunque sobrio de forma intencionada, cae en una frialdad que termina resultando excesiva. Almodóvar evita el sensacionalismo salvo cuando, a través de sus personajes secundarios, inserta sus comentarios sobre el calentamiento global y el avance de la extrema derecha. Sin embargo, esa distancia emocional con los personajes hace que la película se sienta desconectada, como si estuviera suspendida en un espacio vacío que impide que los temas de la muerte y la despedida lleguen al espectador de forma auténtica. Lo que podría haber sido una herramienta estilística se convierte en un obstáculo.
Los diálogos a menudo suenan rígidos y forzados. Aunque intentan transmitir la claridad de los pensamientos de los personajes, no se logra capturar la naturalidad en las interacciones. Esto crea una desconexión que resta credibilidad a las conversaciones y afecta a toda la película, que depende enormemente de los diálogos.
La relación entre Martha e Ingrid, eje central de la trama, por momentos se queda en la superficie, sin ahondar en las complejidades que cabría esperar de un drama tan marcado por sus problemas existenciales. El enfoque contenido acaba debilitando el vínculo entre las dos mujeres, transforma su convivencia en una experiencia más distante de lo que la historia exige y pone a prueba la paciencia del espectador.
Las actuaciones de Moore y Swinton, marcadas por un hermetismo excesivo, no logran aportar la profundidad emocional que la historia requiere. En lugar de enriquecer a los personajes, esta sobriedad los hace parecer planos, como si estuvieran desconectados de sus propios sentimientos. En la primera mitad de la película, sus interpretaciones carecen de la energía necesaria para que los momentos más delicados, hacia el final, tengan el impacto esperado. Los personajes quedan atrapados en una representación superficial de sus conflictos internos, los cuales se expresan con facilidad en palabras, pero nunca se traducen en acciones.
Al centrarse casi exclusivamente en Martha e Ingrid, la película construye una narración contenida que se desarrolla en una burbuja emocional, limitada en su alcance. Al no incorporar dinámicas externas, los conflictos de las protagonistas permanecen circunscritos a su relación, lo que da lugar a una historia más íntima pero menos compleja. La ausencia de otros personajes relevantes refuerza esta estructura cerrada, evitando que la trama se expanda o se enriquezca con nuevas perspectivas.
La habitación de al lado se adentra en los dilemas de la vida, la muerte y la eutanasia, pero sus reflexiones, tan familiares para Almodóvar, no logran romper el hielo de la distancia emocional que la envuelve. Los ecos de la polarización política y la búsqueda de empatía, aunque presentes, se disuelven en un murmullo que nunca alcanza la intensidad necesaria para provocar lo que podría haber sido una meditación poderosa sobre el final de la vida.