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Con su orquesta animó las pistas de baile y los escenarios fuera y dentro de fronteras, y sus discos acompañaron las mateadas hogareñas. Para la música uruguaya, y sobre todo para el tango, el nombre de Miguel Villasboas significa maestría en el piano y en la conducción de una orquesta típica que llegó a ser la más popular durante los 50 años de su trayectoria. Con sus interpretaciones y composiciones, Villasboas mantuvo vivo el tango de la Guardia Vieja, como se conoce al movimiento tanguero que predominó hasta las primeras décadas del siglo XX. En dos oportunidades, sus trabajos recibieron el disco de oro: en 1976 por su larga duración De pura cepa y en 2009 por su versión de La Cumparsita.
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El maestro Villasboas murió el domingo 27 a los 83 años y dejó un rico legado, que hoy están recordando músicos, tangueros y quienes lo conocieron y disfrutaron de su música. Uno de ellos es el caricaturista y artista plástico Rodolfo Arotxarena (Arotxa), quien creció escuchando su música hasta que un día lo conoció y participó con él en un proyecto que los llevó por todo el Uruguay. Arotxa le decía el Gallego, y Villasboas le decía el Vasco. Ambos se hicieron regalos, producto de sus creaciones, que ahora Arotxa siente como tesoros. Sobre sus recuerdos del Gallego, Arotxa conversó con Búsqueda.
“‘Poneme los discos de Villasboas’, me decía mi abuelo mientras preparaba el mate. Yo era un niño, en los primeros años de la década de los 60, y mi abuelo, Andrés Claro Arotxarena, era un hincha fervoroso de los tangos de la Guardia Vieja. Crecí escuchando aquella orquesta típica de Villasboas y, si bien no pertenezco a la generación de auge del tango, que fue en los años 40, aprendí a diferenciarla de otras. Villasboas había recibido gran influencia de la orquesta de Roberto Firpo (Buenos Aires, 1884-Buenos Aires, 1969), a quien había conocido. Y competía además con muy buenas orquestas que había en esa época, una fue la de Donato Racciatti, otra la de Puglia Pedroza”.
A fines de los 90, ambos se conocieron en persona. Arotxa había presentado en el diario El País, en el que publicó sus caricaturas durante 42 años, un proyecto que se llamó El País en el país, y consistía en una gira para llevar a todo el Uruguay conferencistas que trataran temas de varias áreas que se cubrían en el diario. Daniel, Eduardo y Carlos Eugenio Sheck, directivos del diario, aprobaron el proyecto y le dieron la coordinación a Arotxa.
Miguel Villasboas en el Parlamento de Camberra en 1997
Andrés Parrado / Wikipedia
Entre otros, participaron de conferencias semanales, durante dos años, Carlos Maggi, Nelson Bayardo, Ramón Mérica, Homero Alsina Thevenet. También hubo exposiciones de fotoperiodismo, de caricaturas del propio Arotxa y funciones de teatro y música. Arotxa contactó a Villasboas para que su orquesta estuviera en todos los departamentos del país. Entonces, el Gallego y el Vasco se conocieron.
“Yo lo admiraba desde hacía muchos años. Cuando le nombré mis tangos favoritos, quedó muy impresionado. Él seguía mi trabajo en el diario y nos entendimos, de la forma en que los artistas generalmente nos relacionamos. Enseguida se mostró encantado con la propuesta de la gira. En la primera conversación que tuvimos hizo referencia a mi amistad con Amalia de la Vega. Me dijo que era su admirador y me preguntó si podía presentársela. Cuando le hicieron un homenaje a Amalia en Agadu, se la presenté y quedó absolutamente agradecido”.
Entre los tangos que más le gustaban a Arotxa interpretados por la Orquesta Villasboas estaba Araca y también la versión de La Cumparsita. “La ejecutaba sin la introducción hablada, sin la glosa, simplemente con la partitura. Me gustaba esa interpretación y, sobre todo, el tango El choclo, de Ángel Villoldo, que ejecutaba fenomenalmente”.
Después de la gira que hicieron juntos, empezó una amistad que duró años. Villasboas había quedado muy agradecido porque nunca habían tratado tan bien a la orquesta y además había conocido todo el Uruguay. “Entonces me dedicó un tango, se llama El Vasco Arotxa y está en un CD”.
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Arotxa recuerda que siempre le hablaba con mucho afecto de Pedro Severino, un violinista que permaneció durante 30 años a su lado y que consideraba uno de los mejores. Villasboas había integrado en 1952 el Quinteto Miguelito, y en 1955 el director de orquesta Nicolás Agapios lo invitó a formar parte de la suya como pianista. Al morir Agapios, nació en 1959 la Orquesta Villasboas, un sexteto que tuvo entre otros músicos a Severino y Mario Orrico (violines); Roberto Gómez, Miguel Trillo, Héctor Blengio, Toto Bianco (bandoneones); Vicente Martínez, Mario Bianco y Alfredo Viscuso (contrabajos).
“Siempre estaba de traje y corbata, impecable, igual que el resto de la orquesta. Era un tipo muy afable, pero hiperansioso, hablaba rápido. Dentro de esa ansiedad, decía que nadie se iba a acordar de él cuando muriera, y me mostraba sus manos con artrosis. Yo le decía que no se preocupara, que había hecho lo que tenía que hacer, iba a quedar vivo para la eternidad con su música. Entonces le hice una caricatura y la publiqué en el diario. ‘Gallego, no te vas a morir nunca porque te puse una cuerda; tenés cuerda para rato’, le dije y él se reía”.
Además de músico, Villasboas fue profesor de Historia y de Educación Musical egresado del IPA y dio clases en Secundaria. También fue dirigente de la Sociedad Uruguaya de Intérpretes (Sudei) y presidente de Agadu entre 1997 y 1999. En 2018 fue declarado Ciudadano Ilustre de la ciudad de Montevideo. Su última gira internacional fue en 2001 en Japón.
Para recordar al maestro, el viernes 8 a las 20.30 habrá un concierto homenaje en el Auditorio Nelly Goitiño del Sodre, con Mariana Airaudo en piano, Manuela Hernández en voz y la Compañía de Tango de Julio Sosa, entre otros músicos invitados.
Arotxa recuerda la popularidad de Villasboas entre las generaciones veteranas, y tal vez esa sea una de sus imágenes más lindas. “A mi abuelo Andrés le gustaba bailar canyengue, medio arrollado, porque le gustaba el tango de la Guardia Vieja, y Villasboas fue un referente. A los viejos les encantaba”.