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    En ‘El monte de las furias’, Fernanda Trías construye un universo sofocante atravesado por la violencia y la fuerza de la naturaleza

    La nueva novela de la escritora uruguaya, autora de Mugre rosa, se publicó en Random House en febrero y será presentada el 3 de abril en el Club Cultural Charco de Montevideo

    Para llegar a donde vive la mujer hay que irse lejos. Hay que subir montaña arriba, dejar atrás la ciudad roja, pasar Pueblo Pobre y el caserío de los Rurales. Hay que seguir hasta donde se abre el camino de asfalto bueno, pasar la caseta del Celador, dirigirse hacia donde comienza el asfalto roto y pasar el terreno destapado. Allí, donde “ni el aire abunda”, se encuentra la casa de la protagonista de El monte de las furias, la última novela de Fernanda Trías.

    La escritora uruguaya, reconocida internacionalmente por el multipremiado libro Mugre rosa, escribió su nueva novela desde su apartamento en Bogotá (donde vive hace 10 años), encerrada a causa de la pandemia de Covid-19 y con la vista fija en la ventana, que da hacia los cerros Orientales, de Colombia. Sin embargo, Trías es enfática al aclarar que su novela “no ocurre en Colombia, ocurre en una montaña que no se sabe dónde es, que está deslocalizada”.

    A la mujer que protagoniza esta historia —cuyo nombre nunca es revelado— se le encomendó una tarea: preservar el alambre y el portón que separan a su jardín de la montaña. Su labor no es menos que intentar controlar la inmensidad rebelde de la naturaleza. Este trabajo que le fue designado le da a la mujer un propósito y un sentido de responsabilidad, que se acentúa cuando los primeros cuerpos sin vida aparecen en su jardín y en las inmediaciones del alambrado.

    El monte de las furias es una ficción que presenta y entreteje dos voces principales: la de la mujer y la de la montaña. La voz de la primera se desarrolla —sobre todo— a través de lo que ella misma escribe en sus cuadernos a modo de diario y está atravesado por su frustración más grande: no haber terminado la escuela. Pero su subjetividad no es la única que construye al relato. La montaña también habla, tiene su punto de vista y reflexiona sobre su existencia.

    Esta es una novela sobre la ira —o el veneno, como le llama la mujer—. A veces, la rabia está presente de manera sutil, casi imperceptible. Pero por momentos lo tiñe todo. “Al nacer, ahorcada con el cordón que me unía a mi madre, la sangre se me envenenó y ya no pude amar el mundo”, escribió la protagonista en uno de sus cuadernos.

    Fernanda Trias - El monte de las furias.jpg

    La violencia marca el pulso de esta descarnada historia. Trías construye un universo en el que una madre es violenta con su hija mientras que un hombre ejerce violencia sobre una mujer, que a su vez es violenta consigo misma y se autolesiona, provocándose heridas como las que presentan los cuerpos, que aparecen cada vez con más frecuencia. Pero las dinámicas que desencadena la ira no están reservadas solo para los humanos. La montaña también siente rabia hacia las personas que, allá abajo, en Pueblo Pobre, clavan los dientes de sus máquinas en la cantera y la agujerean.

    Este es, ante todo, un relato que explora —y denuncia— el vínculo entre los humanos y la naturaleza. La relación entre la mujer y la montaña atraviesa diferentes etapas. Por momentos, entre ambas se desarrolla “un estado de comunión”, que según la autora “puede verse como un estado místico, o un estado de locura, o tal vez de verdadera sabiduría, lo que implica que la mujer está mucho más avanzada” que la mayoría de las personas. En ocasiones, ella se esmera en contener la fuerza de la naturaleza y cuidar de su jardín y, en otras tantas, se deja invadir por lo salvaje de las plantas, la niebla y la maleza. Así se produce entre las dos fuerzas de esta historia (la humana y la natural) una dinámica de puja constante. “A veces miro por la ventana y siento que la montaña me acepta. Otras veces siento que no, y me digo: Mirá si la montaña te va a elegir a vos”, escribe la protagonista.

    La obsesión con el lenguaje

    Puesto así, una nube es solo una palabra.

    Esta n u b e son cuatro letras y nadie podría afirmar que esta n u b e tenga algo que ver con la masa de aire turbia y suspendida que ahora veo por la ventana.

    ¿Cómo se escribe, entonces?

    La mujer no habla con muchas personas, a excepción del Celador, las testigos de Jehová que la visitan o el chico del almacén. La mujer no habla mucho, pero escribe. Lo hace con determinación y casi por necesidad. Busca conocer las diferencias entre las cosas y las palabras. Escribe sobre lo que ve, sobre lo que piensa y sobre escribir. Le hace preguntas al lenguaje. Se obsesiona con las palabras, con los significados y las diferentes formas de nombrar.

    En una de las visitas del Celador, por ejemplo, la mujer se esfuerza por dejar claro que un patio (como el Celador llama al espacio que rodea su casa) es distinto a un jardín (como ella lo llama). Otro de sus desvelos es la necesidad de crear palabras nuevas para los sentimientos nuevos, o los sentimientos no humanos, como los de las plantas.

    Para la mujer, la pulsión por escribir y entender las palabras nace del deseo frustrado de aprender. A la autora le interesó que su personaje tuviera esta particularidad porque reconoce que a ella misma le obsesiona el tema. “ Yo estoy obsesionada con este tema, con cuál es el efecto que generan las palabras, cuál es la diferencia entre una palabra y otra, cómo buscar esa palabra precisa y la importancia y fuerza lírica que tiene la precisión”, comentó Trías a Búsqueda.

    Para la autora de la novela, que la protagonista escriba es un gesto empoderador. La mujer toma el lenguaje y se lo apropia. Intenta nombrar sus vivencias, su vínculo con la montaña y sus sentimientos. Con este gesto, la mujer empieza a transformarse, “porque hay algo transformador en el acto de escribir y en el acto de reclamar esa primera persona que dice ‘yo’”, subraya.

    Donde la “uruguayidad” y la “colombianidad” se encuentran

    En El monte de las furias, el aire de montaña que remite a Colombia convive con hombres que dicen “mirá”, “che”, “vos” y comen choripanes hechos en mediotanques. Esta escritura amalgamada es el resultado de una vida repartida entre Colombia y Uruguay: si bien lleva 10 años viviendo en la capital colombiana, Fernanda Trías vivió casi 30 en Uruguay.

    La escritora buscó intencionalmente el “enrarecimiento” que se produce al mezclar dos modos, el uruguayo (a través del lenguaje) y el colombiano (a través de las imágenes). “Yo quería trabajar con una deslocalización de ciertas palabras sin dejar de escribir en uruguayo, que es de la manera que puedo escribir”, explicó. Esta forma de escribir es, para la autora, un reflejo de sí misma. “Fernanda Trías es esto”, dice la propia Trías, “porque, lo quiera o no, soy el resultado de esta amalgama y de todos los lugares en los que viví, que me han atravesado de múltiples maneras y que se mezclan con mi uruguayidad”.