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La ópera, ubicada por el libretista en 1969, transcurre entre bambalinas del Teatro Solís, cuando Margarita Xirgu está por entrar en escena para interpretar el rol principal de Mariana Pineda, la obra de García Lorca cuya protagonista es otro personaje de la vida real, una heroína del movimiento liberal español de principios del siglo XIX. Pineda fue ejecutada en 1831, en público y por garrote vil, por orden del funesto Fernando VII, digno precursor de Franco.
Ahora bien, aunque Xirgu estrenó el papel de Mariana Pineda, nunca lo interpretó en el Teatro Solís, y ciertamente no en 1969, año en el que falleció. En la ópera Xirgu empieza a repasar su vida, su exilio, su relación con García Lorca y su martirio durante la Guerra Civil española. La música de Golijov incorpora con mucha habilidad el flamenco, el cante jondo, y la guitarra clásica. También tiene un coro de mujeres que actúa casi como coro griego, pero cantando música con un marcado resabio español.
Los personajes principales son Xirgu, una soprano, García Lorca, interpretado por una mezzosoprano, y Nuria, una de las alumnas de Xirgu, interpretada también por una mezzosoprano. Hay un trío al final que recuerda el de El caballero de la rosa de Richard Strauss. Podría agregar más detalles, pero por razones de espacio me remito al admirable artículo del programa de mano de Susan Youens, profesora de música de la Universidad de Notre Dame (Indiana, Estados Unidos). Está en el sitio web del MET y recomiendo su lectura.
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Disfruté mucho de la puesta en escena, que el MET comparte con Opera Ventures, las óperas de Escocia y Detroit, y la Ópera Nacional de Gales. La régie de la brasilera Deborah Colker, con escenografía y vestuario de Jon Bausor, y luces de Paul Keogan, incluye proyecciones de Tal Rosener y coreografía de Antonio Nagarro.
La sencilla y única escenografía ocupa aproximadamente dos tercios del escenario. Consiste en un enorme cilindro, que llega hasta las alturas de la parrilla, hecho de cientos de flecos transparentes largos y sueltos que se pueden abrir y cerrar de manera indeterminada para crear diferentes espacios. Cuando está completamente cerrado, se proyectan sobre su superficie textos en blanco y negro que acompañan por los parlantes del teatro fragmentos de las emisiones de Radio Falange, incluido el famoso “¡Viva la muerte!,” el macabro eslogan concebido por uno de los más infames esbirros de Franco, el general José Millán Astray. Me resultó escalofriante escuchar la reproducción de estas transmisiones donde se acusaba de los males del mundo entero a judíos, masones y comunistas.
En el centro del cilindro hay una sencilla plataforma de madera de aproximadamente un metro de altura. La escena inicial comienza con un bailaor flamenco con el torso desnudo haciendo cabriolas y zapateando fuerte. La plataforma a menudo se divide en cuatro secciones que giran para crear diferentes formas, siempre con gran eficacia, particularmente durante la escena de la ejecución de García Lorca, cuando las cuatro piezas se juntan en forma de cruz, y él y los otros mártires son colocados cada uno en una de las puntas de la cruz, que luego va rotando lentamente. Fue un momento intensamente conmovedor.
El vestuario es sobrio y de colores de paleta baja, con la excepción de un vestido de fiesta colorado que Xirgu luce en una de las escenas. García Lorca, que en la vida real tenía fama de dandi, está elegantemente vestido, con chaquetas cruzadas y corbatas de moña, muy parecido a como aparece en las fotos. Nuria, la alumna de Xirgu, viste un sencillo vestido verde manzana, y un cárdigan de lana. Ramón Ruiz Alonso, el asesino de García Lorca, lleva pantalones oscuros, una camisa azul y un rifle colgado de su espalda (dicho sea de paso, Ruiz Alonso murió en 1982… ¡en Las Vegas!). Una de las bailarinas lleva puesto un vestido flamenco largo y de color oscuro, con la abultada cola típica.
Colker, que según su biografía en el programa de mano ha dirigido en el Cirque du Soleil, acertó en los movimientos del nutrido coro, así como en el de los bailarines, con una fluidez impresionante. También guio a los protagonistas de manera sutil para integrarlos a la multitud sin que los apabullara, uno de los tantos logros magistrales de su régie. Y en las escenas íntimas fue igualmente hábil, especialmente por la estupenda transición de la exuberancia a la individualidad discreta.
Angel Blue, una de las sopranos hoy más requeridas por los teatros de ópera internacionales, interpretó a Margarita Xirgu. Su actuación fue sensible y captó genuinamente la esencia del personaje. Cantó de manera sobresaliente, segura, y conmovedora, mostrando, como de costumbre, un muy buen dominio del trabajo del passaggio del registro medio a las notas altas, exquisitos agudos y pureza de línea musical. Me cautivó especialmente la forma en que entonó con maestría los numerosos pianissimi sostenidos de la partitura. Mi única queja es que su dicción castellana no fue particularmente buena.
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Daniela Mack representó a García Lorca. Según su biografía en el programa de mano, ha interpretado a Idamante, Bradamante, Dárdano, Sesto, y Romeo, o sea que está familiarizada con los más importantes papeles masculinos (o “de pantalón”) que el repertorio operístico reserva a las mezzosopranos. Su interpretación fue sencilla, a veces mostrando indiferencia, unas veces con fiera intensidad, otras con discreto humor. Tiene una voz de mezzo dúctil y disciplinada, que supo aprovechar bien, cantando con notable uniformidad, flexibilidad, y determinación. Es argentina, por lo que su dicción en castellano no presentó problemas.
Elena Villalón interpretó a Nuria. La había visto hace seis meses, cuando debutó en el Met como Amore en Orfeo et Euridice, y me había gustado. Su actuación confirmó mi primera impresión. Estuvo apropiadamente tímida, tal vez abrumada por la fuerte personalidad de su tutora. Cantó de forma vívida y melancólica, con una musicalidad seductora, infundiendo sus notas con una estudiada expresividad. Su dicción castellana fue impecable, como corresponde a una buena artista cubanoamericana.
El español Alfredo Tejada debutó en el MET como Ramón Ruiz Alonso. Lo interpretó como el villano fanático y despreciable que fue en la realidad, rozando la caricatura, pero sin exagerar. Tiene una voz de tenor inmensa y sonora y cantó con mucho fervor y con un vibrato audaz, así como con pasión y fluidez. El coro de 18 mujeres, conocido como Las Niñas, tuvo un desempeño fantástico, cantando con similar pasión.
No soy ni de lejos un experto en danza, pero la coreografía fue enérgica y cautivadora, unas veces hipnotizante y otras decididamente fascinante. En ningún momento me sentí como mero espectador de uno de esos espectáculos de baile flamenco salpicado con castañuelas y estereotipados con convencionalidades tan remanidas, como las de la velada en la taberna de Lilas Pastia en algunas puestas de Carmen.
El director peruano Miguel Harth-Bedoya (otro debut en el MET), dirigió una inmensa orquesta con mucha habilidad, enfatizó los colores orquestales y aportó una gran perspicacia a la partitura. Sus tempi fueron enérgicos y contundentes, proveyeron una base muy clara a la interpretación musical y un perfil particularmente intenso a las formas musicales de Golijov. Los conjuntos orquestales siempre se ajustaron bien a los detalles y a las dinámicas, y obtuvieron una interpretación perceptivamente afinada de los músicos del MET. Fue meticuloso con los equilibrios, sin nunca abrumar a los cantantes. Las maderas y la percusión aumentada con un destacado xilófono se superaron a sí mismos con una articulación precisa y sensible.
En conclusión, esta fue una función compartida con un talentoso compositor argentino, una inteligente régisseur brasilera, un brillante director peruano, un maravilloso tenor español, una espléndida mezzo argentina y una radiante soprano cubanoamericana. Más que suficiente para despertar el patrioterismo de cualquier iberoamericano. O, tal vez mejor dicho, una genuina satisfacción frente a los talentos artísticos hispanoparlantes. Si a ello se añade el Teatro Solís y la Xirgu, es inevitable que los uruguayos sintamos un orgullo operístico particularmente fuerte.
Decididamente, Ainadamar es una ópera que pide a gritos ser presentada en el Teatro Solís. Y lo antes posible.
Especial para Búsqueda.
Héctor Luisi es crítico de la revista Opera with Opera News de Londres y New York.