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La expectativa era muy alta. Y en ocasiones esto puede jugar en contra. El estreno de una obra icónica como Fuenteovejuna por la Comedia Nacional materializa la posibilidad de ver en el escenario a una de las mayores leyendas del teatro mundial. Una historia poderosa. La rebelión de un pueblo ante su gobernante a causa de sus continuos abusos sexuales a las mujeres. Matar al violador. Eso es lo que hacen los protagonistas de esta historia escrita por Lope de Vega hace ya 400 años… y más vigente que nunca. Con el detonante de la violación de la joven Laurencia en la misma noche de su boda con su amado Frondoso, los vecinos entran en cólera y la turba invade la casa del Comendador (máxima autoridad local) y procede a lincharlo. Una oreja es el pedazo más grande que queda de su cuerpo, escribe Lope. Ante la investigación oficial de lo sucedido —y aquí está la raíz del mito— el pueblo entero cierra filas: “Fuenteovejuna lo hizo” es la respuesta unánime. Muchos de los habitantes son torturados —incluso niños— y nadie habla. Todos a una, Fuenteovejuna.
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Este argumento hizo de Fuenteovejuna una bandera contra la tiranía. Una bandera que hasta ahora había flameado dos veces en las tablas uruguayas: la primera en 1953, a cargo de la Comedia Nacional, y la segunda en 1969, por El Galpón, en una recordada puesta dirigida por Taco Larreta. El contexto político y social de esa época acentuó el componente político de la obra. Además, si bien pasaron 55 años de aquella última vez, Fuenteovejuna es una pieza bastante conocida en Uruguay porque desde hace décadas integra los programas de Literatura en Secundaria.
Entonces, cuando a comienzos de esta temporada la Comedia anunció que este sería su clásico estreno aniversario (cada 2 de octubre el elenco pone en escena el título más importante del año), la expectativa comenzó a hacer su trabajo. El director artístico de la Comedia, Gabriel Calderón, eligió para la puesta en escena a uno de los máximos especialistas en el Siglo de Oro y en el verso español, el catalán Xavier Albertí, un hombre de vasta trayectoria en las tablas ibéricas, que actualmente se desempeña como dramaturgo de la Compañía Nacional de Teatro Clásico de España. Albertí y Calderón mantienen un estrecho vínculo artístico y humano desde hace mucho tiempo. De hecho, el catalán fue clave para el desembarco del uruguayo en Europa con su obra Mi muñequita, en la primera década del siglo.
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Diego Arbelo interpreta al Comendador
Carlos Dossena
Albertí nunca había montado Fuenteovejuna y para este trabajo emprendió una profunda investigación histórica. En los reportajes previos al estreno, como el que dio a Búsqueda, el director explicó que, si bien era consciente del significado político de esta obra en Uruguay, a él le interesaba iluminar otras zonas sensibles de la obra y no tanto la rebelión popular. Su foco estaría puesto en el sentimiento amoroso y el deseo del Comendador hacia Laurencia y en cómo ese deseo derivaba en su acto violento. En las notas, Albertí también se explayó sobre el contexto histórico de los hechos reales, ocurridos en un pueblo español a fines del siglo XV. Un contexto que es necesario comprender, sin dudas, por sus características políticas y especialmente económicas.
El verso, que configura todo un desafío para los actores y para el público, es una dificultad, pero una que se supera conforme transcurren las escenas. Luego de un comienzo arduo, el oído se va a acostumbrando a esta versión que respeta al pie de la letra el texto de Lope.
Ahora bien, esta Fuenteovejuna estrenada el jueves 3 en el Solís presenta un problema que trasciende el énfasis que el director haya querido darle a esta historia. Y es el tono. La radicalidad extrema de este argumento choca de frente contra una teatralidad contenida y minimalista de esta versión. Lógicamente que durante los 100 minutos de acción el arco interpretativo no es invariable. Hay algunos momentos más expansivos en la expresión de los intérpretes. Pero son mayormente aquellos en los que se manifiesta la identidad cultural de los pobladores de Fuenteovejuna, como la boda, o momentos donde aparece el humor para (intentar) alivianar algo tan tremendo como la tortura. Pero resulta muy llamativo que los pasajes más intensos y que configuran el ADN de esta historia son tratados de un modo extrañamente sosegado, tanto en la oralidad como en la dimensión corporal de la actuación. Una rebelión popular de baja intensidad, como si todo el pueblo se hubiera tomado un ansiolítico antes de ir a descuartizar al Comendador. Por momentos, incluso, la escena se basa en gente de pie, casi inmóvil, recitando pasajes dramáticos al extremo en un tono más propio de Chéjov que de esta historia.
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Camilo Ripoll (Frondoso) y Florencia Zabaleta (Laurencia)
Carlos Dossena
En una muestra de coherencia, este minimalismo está presente en los decorados del escultor Pablo Atchugarry, que aportan un marco tan sobrio y correcto como intrascendente. El único elemento escénico son las cuatro sillas que ocupan el cuarteto de cuerdas a cargo de la certera banda sonora, compuesta por el mismo director, quien también es un reconocido compositor.
El Comendador de Arbelo está demasiado frenado. Aunque también es preciso señalar que el actor, una de las grandes figuras de la Comedia y del teatro uruguayo, se las ingenia para plasmar la tiranía y la perversión de su personaje. Se parece más, pese a la partitura que interpreta, a un ser despreciable que a un ser humano que comete errores, como señaló Albertí en las entrevistas. Un freno similar se aprecia en la Laurencia de Florencia Zabaleta, una actriz que ha alcanzado su plenitud artística en los últimos años. Aunque, en este caso, la parálisis expresiva que refleja en el clímax de la obra cuadra mejor con la tragedia de la que es víctima. Así, el planteo de Albertí resulta efectivo.
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Juan Antonio Saraví interpreta a Esteban, el alcalde
Carlos Dossena
Entre la veintena de intérpretes se destacan también Gabriel Hermano con su Mengo, que aliviana la tensión con su ingenua torpeza, el debutante Camilo Ripoll (un correcto pero muy medido Frondoso) y Juancho Saraví, en el rol del alcalde Esteban, que con su habitual grandilocuencia promueve una desobediencia civil que, en este marco directriz, parece un acto de desobediencia actoral.
En síntesis, esta Fuenteovejuna es un espectáculo sobrio, formal y correcto, pero con la emoción en estado latente.