Fue librero, ahora es editor de la revista para niños La Mochila de Banda Oriental y siempre fue escritor. Incluso en los tiempos libres que le dejaba la casa de repuestos donde trabajó durante 10 años, Horacio Cavallo (Montevideo, 1979) escribía. Allí fue registrando un diario destinado a su hijo mayor, Genaro. “Es el texto que más quiero, el que sacaría de un incendio de mi casa. Cuando Genaro cumplió 18 años tenía un volumen de 500 páginas y aún me queda otro”.
Cavallo es poeta y narrador de libros para niños, jóvenes y adultos y por su obra ha obtenido el Premio a las Letras del Ministerio de Educación y Cultura (MEC) en Poesía, en Narrativa y en Literatura infantil y juvenil; también el premio Onetti de la Intendencia de Montevideo. Este año publicó la novela Tegalis (Puck, 2025), una aventura fantástica cuyo protagonista es un niño llamado Gabriel que sale en busca de su padre, que ha desaparecido. “Busqué a mi padre en los lugares más extraños a los que el destino me fue empujando, como si fuera él mismo quien escribía cada una de las cosas que sucedían a mi alrededor”, dice el protagonista narrador. Entre seres fabulosos como una tortuga monstruosa, un caballo de 100 patas y un gato parlante, transcurre esta historia que recupera la imaginación de los antiguos libros de fantasía. Cavallo tiene una visión crítica sobre la situación del libro uruguayo, de la que habló en esta entrevista con Búsqueda. Sobre otras situaciones recientes en torno al libro infantil-juvenil, prefirió no opinar.
—No, para mí el público más difícil es el de los más pequeños. Hacer literatura para los más chicos. Porque a veces hay libros que son “Juan va a la escuela”, “Juan se lava los dientes”, que no tienen vuelo. Se pueden usar para enseñar distintas cosas, pero no tienen literatura. Sí hay algunos autores, como Ruth Kaufman en Argentina con su editorial Pequeño Editor, que tienen libros para chiquitos muy creativos. Pero no es lo más habitual. El rango de edad de los 10 años es en el que me siento más cómodo y el que más recuerdo cuando yo lo viví. Me parece que es un momento en el que los niños siguen teniendo un desarrollo fuerte de la imaginación, pero la infancia se está terminando. Están en una zona medio border entre dos etapas.
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Javier Calvelo/adhocFOTOS
—Publicaste libros de poesía y de narrativa, tanto para niños como para adultos. Ese cambio de registro no debe de ser sencillo, ¿en cuál te sentís más cómodo?
—Creo que en la literatura infantil, porque hay un ida y vuelta. Uno termina yendo a las escuelas, donde hay una apuesta en la promoción y tenés contacto con los chiquilines. Los adultos compran un libro y no te dicen nada. Creo que me pasó dos veces en mi vida. Una vez iba con mi hijo mayor por Tres Cruces y uno pasó y me dijo: “Qué bueno Oso de trapo”, y se fue. Yo me quedé con ganas de que no se fuera, ganas de hablar. A eso se suma que con la literatura de adultos uno busca, por lo general, dejar salir lo más doloroso. Es una literatura en la que uno está muy solo y no tiene filtros. No quiere decir que en la literatura infantil sea todo feliz, pero hay cierto filtro para que haya una lucecita en el fondo.
—En tu narrativa de adultos, como en los cuentos de El silencio de los pájaros, tenés historias en las que aparecen niños, incluso algunos con cierta maldad. La infancia parece rondar siempre tu literatura…
—Sí, capaz que por la falta de análisis (se ríe). Para mí la infancia es el momento más importante de la vida. No lo había pensado, pero seguramente veo la infancia desde distintos lugares. En Oso de trapo está la voz de un niño semiabandonado junto a su hermana. En Tegalis, el momento que más me gusta es en la segunda parte, cuando aparece una Montevideo alterada por una especie de dictadura. Lo que sostiene a los niños es la fuerza entre ellos. Ahora me doy cuenta de que cuando yo era chico me gustaba leer libros en los que los niños podían conseguir cosas al juntarse. Leía los libros de Enid Blyton que tenía mi hermana, como la serie de Los cinco, en la que había una unión muy fuerte entre niños. Creo que eso aparece en algunos cuentos, como el del abuelo en El silencio de los pájaros, en el que los niños se juntan para llevarlo hasta la costa.
—Tegalis es una aventura fantástica y de aventuras. Tiene algo de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carrol, o de La historia interminable, de Michael Ende ¿Cómo te influyeron estos autores?
—A ambos los conocí en su momento, sobre todo a Michael Ende, cuando era niño, pero no por el libro sino por la película La historia interminable. Conocí los libros de Lewis Carroll cuando fui más grande y me entusiasmé muchísimo, igual que con Roald Dahl y con muchas películas de animación. Pero ahora se ha impuesto el realismo. Me pasó con la primera versión de Tegalis, que es muy vieja. Se la había llevado a una editorial y me dijeron que no la iban a publicar. Un día el dueño me llamó para conversar y me dijo que si quería escribir para niños, tenía que escribir realismo, con personajes reconocibles como uruguayos. Además les tenía que gustar a las maestras. Yo tenía unos 26 años y quería escribir lo que me gustaba. Después fui viendo fenómenos literarios sostenidos e impulsados por las maestras. Uno trata de seguir y de no guiarse por eso, aunque esas cositas te susurran: “No te va a comprar nadie”.
—En Tegalis hay algo duro, por momentos oscuro, que se mezcla con la aventura. Tratás temas como la orfandad, la desaparición, la identidad. ¿Los tenías desde el inicio o la escritura te fue llevando hacia allí?
—En la primera versión yo me había separado no hacía mucho de la mamá de Genaro, que tenía 5 años. Como lo iba a ver menos, quería escribir algo que sintiera que nos mantenía juntos, como un juego entre los dos. Entonces pensar en un hijo que buscaba a su padre fue una trama relacionada con lo que vivía en ese momento. Pero después la historia fue creciendo y aparece la parte medio oscura, como el doble del padre que se encuentra o un corazón que gotea… Pueden ser imágenes muy fuertes para un niño, pero creo que son apropiadas para los 10 años.
—Algunos personajes recuerdan a los clásicos o a la mitología, como el caballo de muchas patas que no se puede mirar, igual que la Medusa. Hay gatos que hablan como en Alicia o una nave en forma de ballena…
—El caballo de 100 patas que si alguien lo mira queda ciego se me ocurrió crearlo cuando tenía 24 años. Pero lo dejé ahí porque era un personaje para el que no tenía historia. Después terminó entrando en Tegalis y teniendo un peso importante. No hice lo de J. K. Rowling con Harry Potter. En algunos liceos me encontré alguna vez con chiquilines que hablaban de un montón de seres mitológicos, pero que en realidad los conocían por Harry Potter y no por la mitología. Esos personajes no tienen derecho de autor, se pueden usar, pero no fueron creados por la autora. No es ese mi caso.
—¿Te parece que ahora hay un cuidado excesivo con las historias para que no impresionen a los niños? Cuentos de la selva de Quiroga tiene tramas muy crueles, sin embargo, varias generaciones crecimos leyéndolas…
—A mí me pasó cuando iban a reeditar cuentos de Quiroga en Banda Oriental y había que hacer una selección. Revisé El loro pelado y pensé que hoy sería difícil escribir una historia con esa crueldad, con sangre y tigres masacrados. Escribí un libro que se llama En el corazón del río, que se publicó en Chile y lo están traduciendo al alemán porque lo compró una editorial alemana chiquita. Es un libro para niños de tono poético y maravilloso, muy triste. Los personajes son dos niños que emigran y la madre los está esperando al final del camino. Los niños van en una balsa que se empieza a llenar de agua, mientras ellos se van transformando en una especie de tortuga y en un pájaro. Así los recibe la mamá. La gente cuando lo lee termina llorando. Yo pensé que le iba a ir bárbaro, estaba contento con las ilustraciones y la edición de tapa dura. Pero no se vendió un carajo (se ríe). Es cierto que todos los temas están a la orden del día, y los buenos autores y teóricos de la literatura infantil defienden eso. Pero podés escribir esos libros si sos un autor superconocido, de esos autores que hagan lo que hagan les va a ir bien. Alguna vez un editor uruguayo me dijo: “Claro, lo que pasa es que ustedes quieren vivir de la literatura”. Y a esta altura no sé si quiero vivir de la literatura, pero me gusta que pase algo con lo que hago.
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—¿Cuál es el mayor problema hoy para el libro infantil?
—Creo que el problema mayor es que la gente les empieza a dar las pantallas a los niños desde muy chicos. Entonces conocen las pantallas antes que los libros. Si conocen los jueguitos y después les decís “mirá esta página, si la leés te vas imaginando cosas”, es muy difícil que les atraiga. Si empiezan conociendo los libros y después conocen los jueguitos, puede ser distinto. También los adultos estamos todo el tiempo con esto (señala el celular). Después, el libro uruguayo está muy aplastado. Las propias multinacionales que nos publican o las editoriales uruguayas vinculadas a distribuidoras traen montones de libros que compiten con los nuestros. Están hechos en China, son muy vistosos y salen barato. Pero después se llaman “A mí me gustan las fresas” y los leen niños en un país donde no hay fresas. Las librerías los exhiben más que al libro nacional, y no sé por qué está la idea de que los autores uruguayos no son buenos. Es algo medio sociológico, no creo que pase en Argentina.
—Este año se dieron por primera vez en la Feria Infantil y Juvenil los premios Bartolomé Hidalgo por separado de los que se dan en la Feria Internacional del Libro. ¿Cómo lo viste?
—Escuché que una persona que estuvo vinculada a la Cámara del Libro durante muchos años se preguntó por qué mantuvieron el nombre Bartolomé Hidalgo y no le pusieron uno vinculado a la literatura infantil, como Saltoncito, por ejemplo. Por lo demás, siempre está buenísimo que haya una feria, que haya un espacio donde la gente pueda ir a ver libros y a los autores firmando ejemplares y a chiquilines haciendo fila. Vi que hubo presentaciones con mucha gente, más que en otros años. Trajeron a algunas escritoras argentinas que trataron temas interesantes. Esas cosas siempre suman.
—¿Es cierto que la poesía te llevará pronto a China?
—Sí, me voy en setiembre gracias a la poesía para adultos. El año pasado fui al Festival de Poesía de Buenos Aires y en la mesa había una poeta china, también estaba María Teresa Andruetto. Fue un muy lindo encuentro. Al tiempo me contactó por las redes María Rosa Lojo, la traductora del inglés de la poeta china. Me dijo que me estaban buscando para ir a un festival de poesía de una semana en China y que tenían mal mi correo. A los pocos días me llegó la invitación. Siempre pienso que me tengo que ir de las redes, pero por ahora voy a quedarme (se ríe).