—Haber trabajado en esta obra completa y al mismo tiempo junto con Milita Alfaro en el libro El montevideano, y también junto con Torrón y Mauricio Rodríguez para los libros de la editorial Estuario fue de las cosas más sabias que hice en mi vida. Fue una puesta a punto necesaria. Estuve 40 años para hacer esa obra y después le dediqué cuatro para dejarla en un estado decente. Valió la pena, y con creces. Eso detonó la idea de hacer un cierre en vivo de semejante trabajo en estudio. Además, y no es menor, sentí una gran presión del público para volver a tocar en vivo. “No te hagas rogar”, me decían. Tenía sentido tocar esta obra completa en vivo. Tenía sentido volver a los escenarios. Necesito a esta altura de mi vida encontrarles sentido a ciertas cosas que uno hace automáticamente, según indica la profesión. Y esta vuelta resultó ser una de las emociones más fuertes en mi vida artística. No tenía por qué ser necesariamente así. En resumen: qué suerte que llevamos adelante este proyecto contra viento y marea.
—En estos años tocaste con la banda más grande de tu carrera y el desempeño interpretativo fue ampliamente elogiado. Incluso alcanzaste cumbres instrumentales como en Durazno y Convención, con la banda verdaderamente completa. ¿Quedaste conforme con lo logrado?
—Me quedé corto. Faltó una sección de vientos, faltó una sección vocal femenina con cuatro solistas que además fueran cuatro coristas, faltó un contrabajo, un bandoneón, otro sintetizador. Mirá todo lo que faltó para hacer lo que considero sería la orquesta adecuada para llevar al escenario lo que hago en el estudio. Ahora, es la banda más numerosa que logré presentar en mi vida. Me hizo muy feliz tocar con estos músicos. Y, efectivamente, las canciones sonaron con mucho mayor peso al ser interpretadas tal cual fueron concebidas. Compongo música dentro de lo que es la canción popular, que es hacer melodía y armonía. Entonces el arreglo musical es parte de la composición. Podemos hablar horas de esto. En la música académica clásica el arreglo es fundamental. Siempre toqué con bandas con menor cantidad de músicos que las que interpretaban los arreglos originales, en las grabaciones. Me subía al escenario con 11 y me decían: “¡Cuánta gente!”. Y yo respondía: “Faltan 20 más” (ríe). Por eso armé Banda Completa. Después del primer Centenario, en 2022 hice solo dos shows, una cosa absurda: una noche de tormenta en Punta del Este y el segundo Centenario, que no lo decidí yo sino el productor, y yo por contrato tenía que tocar donde la producción lo determinara. Jamás imaginé que iba a hacer un segundo Estadio. Pero lo hicimos y sonamos muy bien. No tuvo la mística del primero, pero fue un gran concierto. Y ahora en el Sodre fueron 19.500 personas. En todos estos shows te marco dos puntos altos, en lo musical y en lo emotivo: el primer Estadio, algo curioso, puesto que era el primer partido, y el cierre, donde jugamos en el mejor césped imaginable. Tocar en el Sodre es jugar en Wembley. Es la mejor sala del Uruguay. Tengo 70 años, y si hablamos de popularidad, creo que a mediados de los años 90 fue mi punto más alto. Todo artista lo tiene. Ahora, que a esta altura del partido me pasara lo del Sodre y que artísticamente pudiéramos llegar a ese nivel de interpretación... (hace un silencio) ha sido una sorpresa. No todo está tan planificado. Nunca hay partidos ganados de antemano. Lo del Sodre fue una enorme emoción repartida en jornadas. Raro. Todos los días se vivía lo mismo.
Jaime Roos concierto 2024
Jaime Roos durante uno de los shows en el Sodre, mayo 2024.
Marcos Mezzottoni
—Hablás de emoción. La emoción puede jugar en contra pero da la impresión de que jugó a favor...
—No sé qué jugó a favor. Ante todo lo que nos ayudó fue la enorme preparación que tuvimos. Estuve tocando solo en casa durante tres meses, tratando de descubrir las canciones que había tocado durante 30 años. Tratando de entenderlas mejor para cantarlas mejor. Como si fueran otras canciones. A las canciones no las entiendo como parte de mi ser. En todo caso son hijas. Ensayamos cuatro meses en 2020 y cuatro más en 2021, en plena pandemia, con barbijo, una locura. Recuerdo que me hiciste una nota antes del Estadio y te dije: “Lo único que quiero es sonar bien. Si tocamos bien, todo va a estar bien”. Y así fue. Ahora, para el Sodre marqué una disciplina de ensayos severa, y a la vista está: sirvió.
—Decís que durante las funciones en el Sodre entraste en un estado al que le llamás “la locura”. ¿Cómo viviste esos días?
—Solo recuerdo concretamente el primer día, el segundo y el décimo. Después es todo lo mismo, es todo una unidad. No tengo recuerdos definidos de cada concierto. Sin embargo, tengo un recuerdo muy intenso de lo que es ese concierto imaginario que se arma con las partes de todos. Sentí una gran felicidad, como en los años 90 y en la temporada 2001, con la banda Contraseña. Hacía mucho tiempo que no vivía la música de esta manera. Hablo y veo que son todas rosas; parece como si estuviera en un estado de euforia. No lo estoy. Estoy en un estado de paz, con una gran alegría por lo que pasó y al mismo tiempo un gran alivio, porque había una gran expectativa y no hay nada peor que defraudar a la audiencia. Yo me he sentido defraudado a veces por directores de cine. Recuerdo haber ido a ver una de (Martin) Scorsese con mi hijo, a comienzos de los 2000. Mejor no digo el nombre. Fuimos a ver una goleada, nos preparamos. Los primeros 20 minutos fueron espectaculares y después se cayó a pedazos. Salimos en silencio y nos dirigimos la palabra recién a los 10 minutos (ríe). Ese recuerdo me marcó. Y cuando estábamos ensayando pensaba: “No puede pasar eso”. Entonces, por eso no solo siento alegría sino que siento alivio.
—Como Pelé, que después de ganar su tercer Mundial dijo que ante todo sentía alivio por no haber perdido esa final, la de México 70...
—Me diste el pie. Un día escuché a (Roberto) Rivelino hablar de esa final y de qué pasó cuando llegaron al vestuario con la Copa Jules Rimet en la mano. Contó que Pelé se puso a saltar arriba de algo gritando: “¡Eu não morreu, não!”. Y cuando hicimos Tal vez Cheché en el Estadio, después de todo lo que había pasado, en ese momento de la canción en el que yo me siento un hincha agarrado del alambrado, hago el grito de la hinchada de Fénix y grito cualquier cosa, me puse a gritar: “¡No nos morimos nada, no nos morimos nada!”. Sentí lo mismo que Pelé después de aquel partido.
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Jaime Roos le canta a la Olímpica, noviembre 2022.
Marcos Mezzottoni
—Este ciclo dejó algunas frases icónicas como “Ustedes son los de Mediosiglo”, dirigida al público del primer Centenario. Ahora en el Sodre, entre todo lo que dijiste, saludaste al presidente y contaste que era la primera vez que actuabas para un primer mandatario. ¿Y los presidentes anteriores?
—No me fueron a ver(ríe). Sería soberbio de mi parte pretender que alguien tenga ganas de ir a verme. Lo conté con cierta dosis del humor que manejo en el escenario, que es un humor de sonrisa y no de carcajada. Lo mencioné porque siempre me llamó la atención que estuve en aniversarios nacionales, inauguraciones, festivales, fiestas empresariales importantes y todo tipo de fechas oficiales en los 19 departamentos y durante 54 años jamás coincidí con un presidente. Sí con todos los vicepresidentes. Es más, fui íntimo amigo de un par de ellos: Hugo Batalla y Danilo Astori. Entonces, cuando antes del primer concierto en el Sodre me avisaron que el presidente estaba en la sala, pensé algo que me hizo gracia: “Tengo 70 años, quizá este sea el último concierto de mi vida y finalmente aparece un presidente” (risas). Tuve que esperar hasta hoy. Y lo enganché con una respuesta de Borges, con su típico humor, cuando le preguntaron qué sentía con que jamás le dieran un Nobel. Y él respondió (imita la voz del escritor argentino): “Mire, existe una antigua tradición escandinava que dice que jamás me van a dar un Premio Nobel”. Entonces dije: “Existe una antigua tradición presidencial de no venir a verme y la está rompiendo el señor presidente. Muchas gracias por venir”. Y punto. Ahora, siempre están los que chiflan... Si hubiera estado Tabaré Vázquez hubiera dicho exactamente lo mismo. Y no voy a estar dando explicaciones de por qué saludo la presencia de la investidura presidencial.
—Actuaste en varias ciudades de Uruguay y Argentina pero no fuiste a gran parte del interior. ¿Te quedaste con ganas de tocar en ciudades como Salto, Paysandú, Rivera, Tacuarembó o Minas, por nombrar algunas?
—Sí, eso fue lo único que quedó pendiente. Estaba armada la gira, íbamos a hacer ocho ciudades, pero un par de meses antes del inicio, por una serie de sucesos que tienen que ver con la producción, se cayó la gira. La única fecha que quedó fue Colonia del Sacramento. Hicimos algunas ciudades de Argentina muy importantes para mí.
—¿Quizá en un futuro se cumpla esa materia pendiente?
—Mirá, hay un libro de Ciro Alegría llamado El mundo es ancho y ajeno. Bueno, el futuro es ancho, inescrutable y ajeno (risas). La vida me ha determinado una y otra vez, y en estos últimos cinco años en forma aún más contundente, que es temerario decir “voy a hacer esto” o “nunca más voy a hacer esto”.
—Después de los espectáculos en el Sodre, tu actual productora, Tres Cuartos, anunció la realización de un concierto al aire libre en la rambla, en noviembre, pero después se desechó esa idea. ¿Por qué?
—Pasó algo inédito dentro de lo inédito (risas). Primero, las 10 fechas del Sodre, primer punto inédito, se agotaron 15 días antes del estreno, segundo punto inédito. No había más fechas disponibles en la sala en las noches siguientes. Hubiera sido lo ideal, no hubiera quedado gente afuera. En el fragor de la batalla, en esos días previos al estreno en el Sodre, la productora me propuso hacer un show extra a fin de año. Y primero acepté esa idea. Pero ese show tenía que ser a fin de año, con calor. Se manejó una fecha y un lugar pero no se llegaron a poner las entradas en venta. Ni siquiera salió un afiche. Me fui de vacaciones después de los shows y allá a los 15 días me cayó la ficha de que no iba a poder hacer ese concierto en diciembre. Tengo una serie de actividades y proyectos pendientes, no solo profesionales sino personales y familiares. Hubiera sido una sobrecarga de trabajo ese espectáculo porque lo que poca gente sabe es que, cuando vos apagás los motores de una banda y la dejás siete meses fría, volver a encender todo es muy complejo. Ese show iba a significar tanto trabajo como el Sodre. Implicaba muchas semanas de ensayo y otros aspectos de la producción, como la comunicación, que son muy complejos. Somos muchos. Sin ir más lejos, en el Sodre había 70 personas trabajando. Lo medité y llegué a la conclusión de que era hacer una de más. Como el Burrito Ortega, que jugaba muy bien pero siempre hacía una de más. Lo descarté y estoy seguro de que hice lo correcto. Me hubiera vuelto loco y ya no estoy para estos trotes.
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Jaime Roos se despide del Sodre, mayo 2024.
Marcos Mezzottoni
—Hablaste de proyectos. Hablemos del futuro: ¿en qué medida esta fue una despedida? ¿Qué planes tenés?
—El ciclo del Sodre fue un cierre de temporada como cualquier otro. Bajamos de cartel. Ahora, la pregunta es: ¿me voy a retirar del escenario o no? Hubo un spot de radio que decía: “Se despide Jaime Roos, cierra su temporada”. Y sí, me estaba despidiendo. Lo que pasa que esa palabra dio lugar a confusión. Pero siempre fue cierre de temporada. Nunca dije “este es el último concierto de mi vida”. Es más, me lo endilgaron. Hablaron del síndrome de los Chalchaleros, que me despido una y otra vez para hacer más plata. Pues no. Se cerró la temporada, y con respecto a si me retiro la respuesta es: no me retiro y nunca digas nunca más. Sí considero improbable que vuelva a presentar en vivo un espectáculo como este que presenté en estos años.
—Una pata renga en esta historia es el registro audiovisual. La filmación del show del Estadio no te conformó y no está disponible...
—Ni estará...
—¿Cómo quedó la del Sodre?
—Hubo un primer proyecto audiovisual de registrar la edificación, vale el término, de este espectáculo tan complejo, y su estreno en diciembre de 2021. Dado todo lo que pasó antes de ese concierto, era ideal para una película de suspenso (risas). Pero resultó ser que el material filmado fue defectuoso, por lo cual se podía llegar a hacer una edición de 10 o 15 minutos, a modo ilustrativo. Pero ese rodaje no alcanzaba de ninguna manera para un largometraje. Entonces le di de baja a ese proyecto, con todo el dolor del alma, porque hubo mucho trabajo mío y de quienes lo hicieron. Luego comenzamos con otro proyecto más conceptual, más ambicioso si se quiere, con toques sociológicos, psicológicos, históricos, muy interesante. Ahora decidí hacer una filmación con el mejor nivel posible del concierto del Sodre. Vi una primera canción, editada a modo de prueba, y quedé muy contento con el nivel de este registro realizado por Federico Sallés, que además de documentalista es músico. Hizo un excelente guion fílmico. Al mismo tiempo el Mono (Álvaro) Reyes lo grabó en sonido de alta definición, con un sonido incluso superior al del Estadio. Entonces, tenemos registrado el show en el mejor escenario del Uruguay, porque en lo visual cuenta con un panorama, esa tela blanca que está al fondo, que se colorea con gran intensidad. A veces eso en vivo queda medio chuminga pero en este caso la imagen es muy poderosa. Algo muy importante: el libreto funciona como un seguimiento a la partitura del arreglo. Cuando hay un flautista que hace un do, la cámara lo toma en el preciso momento en que sopla y hace el do. Eso, en las dos horas 15 minutos de show. Estoy muy contento y estoy aliviado de que todo este proceso no se perdió en el adiós, pero aún no sé qué es lo que se va a hacer.
—O sea que tenés la materia prima...
—Pienso dirigir algo. En esta ocasión quiero ser el director pero todavía no sé qué será. Por ahora, el audiovisual es el proyecto del proyecto. Pero sí sé que todo está registrado de la mejor manera. Entonces estoy tranquilo. Filmamos el show completo a 10 cámaras en la tercera noche, el sábado 18 de mayo. Por suerte tocamos muy bien ese día, por lo que el audio del audiovisual está muy bien también. Después hicimos tomas en otros días, que siempre sirven para insertar algo. Ahora en los próximos días me voy a encerrar en el estudio con el Mono para empezar a hacer los chequeos y las pruebas de premezclas. Hay dos cosas que son obvias: tenemos un documental musical entre manos y tenemos un disco en vivo entre manos. Van en paralelo. Porque en lo sonoro tenemos una gran ventaja: grabamos los 10 conciertos. ¿Sabés lo que es eso? (Sonríe con gran placer). ¡Diez tomas de cada canción! Podemos elegir la mejor, siempre. Las escuché todas: 260 canciones (risas).
—¿Y?
—(Vuelve a sonreír). Estoy muy contento. Es increíble apreciar las diferencias de estados de ánimo. Dentro de un buen nivel profesional, cómo un proceso humano es tan diferente a un proceso digital, tal cual estamos acostumbrados en tantas órbitas del arte.
—¿Influye el público en eso?
—Bueno, el público no es una primera variable que cuenta. Es el estado de ánimo de la banda en el momento en que se levanta el telón. Pero cuando el teatro se viene abajo eso sí que influye. Hay momentos maravillosos del público. Hay uno que dice: “¡Vine de Porto Alegre!”; una señora grita: “¡Vine a verte de Barcelona!”; y se escucha un tipo: “¡Vine de Rocha!” (risas). La metió tan bien..., al ángulo. El disco en vivo se maneja con leyes propias, diferentes de las del audiovisual. En la película Let It Be, la primera, la que se iba a llamar Get Back, nombre que fue cambiado debido a la separación, Harrison hace un solo de guitarra, por lo que reconozco fácilmente esa versión. Pero poco después salió el single con un solo diferente. Y después salió el álbum con otro solo. Hay poca gente que se haya dado cuenta de esto (ríe). ¿Qué te quiero decir? Que el audio de la filmación y del disco en vivo pueden ser distintos. Quizá en el disco en vivo queden algunas canciones que pertenezcan al 18 de mayo. Pero otras serán las versiones que tocamos otros días.
—Se te nota muy entusiasmado...
—No quiero parecer entusiasmado pero... No me gustan esas personas que están siempre tan felices..., me hacen desconfiar. Hay una frase de una canción de Dylan que vengo repitiendo desde los años 80. Del disco Street legal. Dice: “Si querés, te muestro las cicatrices”. No todo es divino. Te muestro las cicatrices: fue durísima esta temporada. Es más: pasaron las mejores cosas y las peores en simultáneo. Nunca viví una situación semejante. Y mirá que he vivido de todo en la carretera. Como todos en la vida. Pero esto fue en simultáneo. Pasaban cosas espantosas y esa noche hacíamos un concierto maravilloso. Nos íbamos con una emoción hermosa. No se condecían ciertas situaciones estructurales con lo que pasaba artísticamente en el escenario. Entonces, ¿qué es lo que queda? El escenario. Pasaron otras cosas que mejor dejar atrás. En 2015 le dije a mi mujer: “No toco más”. Es la primera vez que lo digo públicamente. Y bueno, estuve seis años y medio sin subirme a un tablado. Sucedió porque estaba quemado. En ese tiempo aprendí que hay un síndrome llamado burnout. Ahora, lo que viví me tendría que tener muy chamuscado. Tendría que ser un fósil. Y sin embargo aquí estamos, charlando.
Embed - Jaime Roos — Durazno y Convención (versión “Que te abrace el viento”)
—Mencionaste a Los Beatles. ¿Vas a ver a Paul McCartney en el Centenario?
—No. Tengo entradas para el show en Buenos Aires, pero por un lado no puedo, por una cuestión de agenda, y por otro lado siento que McCartney no está bien de la voz y me angustia verlo cantar así. Lo vi por última vez en 2019 en el Polo de Buenos Aires. Tremendo concierto. Y ya no estaba bien. Pero él es muy feliz subiéndose a un escenario. Lo entiendo. Se saca el gusto. Y llena los estadios del mundo. Y es el músico que más admiro sobre la Tierra. Es una de las personas que marcaron mi vida. Pero me provoca cierta angustia, como humilde colega, eso de estar arriba de un escenario y que no te dé la voz. Imaginate a Messi jugando con 45 años. Corre una pelota y no llega...
—Pero él sigue cantando en los tonos originales, no los baja para que le queden mejor, como hacen tantos...
—Debo decirte que (al) cambiar una canción de tono.... la canción cambia. Si la hiciste en la mayor, hacela en la mayor. En mi concierto hubo una canción, Durazno y Convención, con algunas partes que me costó mucho cantar. No quise cambiarla de tono porque por ejemplo se arruina el entramado de guitarras.
—Y pusiste al coro a cantar esa parte...
—¡Y sí! Y además se lo dije a la gente. Quería hacerla y no iba a dejar de hacerla por ese mi y ese fa asesino al cual no llego. Ahora, si lo intento tres o cuatro veces en un estudio, llego. Pero en vivo no hay ninguna garantía de que eso suceda. Y también se puede dar el caso de que me arruine la voz por el esfuerzo.
—Eso que decís de McCartney no lo querés para vos...
—De ninguna manera. Me aterra la idea de salir a jugar un partido rengo. Me parece que voy a hacer el ridículo. ¿Es lógico, no?
—Cuando salió tu último disco con canciones nuevas (Fuera de ambiente, 2006) tenías 53 años. Son canciones de un cincuentón…
—¿Sabés lo que pasó con ese disco? A la gente no le interesó escuchar mis canciones.
—Pero fue uno de tus discos más vendidos.
—Sí, pero la gente compró el disco y no lo escuchó. Nadie lo pasó por la radio.
—Y está entre los mejores.
—Está en mi top tres. Ahora, cuando salió, ¿alguien dijo eso? Ese disco no es más de lo mismo. El problema es que llega un momento en que lo que tenés para decir puede ser más de lo mismo. Hablemos de los últimos 10 discos de Paul McCartney. ¿A alguien le interesa escuchar un nuevo disco de Paul McCartney? Ahora bien, si tengo algo para decir que es realmente relevante para mí mismo (enfatiza esta expresión), me va dar un enorme placer volver al under, porque de eso se trata. Cuando hacés un disco con 70 años te convertís en artista under. Entonces, sé que me voy a zambullir en un proceso de composición en algún momento porque, si no, no sé qué hacer con mi vida. Me gusta mucho viajar, me gusta mucho mi vida familiar, la estoy disfrutando más que en otras épocas en las que vivía con un vértigo tal que mi familia siempre quedaba relegada. Ahora por suerte no es así. Sin embargo, hay momentos de la semana en los que uno siente un voltaje interior, una energía creativa que necesita plasmar. Aunque sea una pavada. Me doy cuenta. No sé hacer otra cosa que dedicarme a lo mío. Las músicas las tengo bastante claras: ando muy metido adentro del candombe. Siempre se vuelve. Polvo al polvo. Ashes to ashes, cantó David Bowie.
—Repetís la palabra viejo. Así como estuvo Tema del hombre solo, ¿ahora viene Tema del hombre viejo?
—Hay. No se llama así pero hay. Te adelanto el título de una de esas dos canciones terminadas: Bergman. Está basada en la carta que le escribió Kurosawa a Bergman cuando el escandinavo dijo: “Me retiro a mi isla, no hago nunca más una película, hasta aquí llegué, no puedo más, veo una cámara de cine y lloro”. Vale la pena leer esa carta. Está en Internet. Tiene mucho que ver con todo esto. En la canción le retruco un poco a Kurosawa. ¡Pero no sé si algún día la voy a grabar! La canción dice: Bergman, tal cosa, Bergman, tal otra. Aprendí que hay que poner como título de la canción la primera palabra de la letra, como hacían Los Beatles (risas). Bromée bastante con eso en el Sodre porque siempre me piden "El último tren" y no se acuerdan de que se llama Nadie me dijo nada.
—¿Tenés alguna canción a la que le tengas especial cariño?
—(Hace un silencio). Tengo un grupo de canciones que muestro con mayor orgullo que otras. No es una. A veces tiendo a pensar en cuál es la mejor canción que hice. ¡Error! Me he movido por estilos muy variados, he hecho distintos tipos de fusiones que no se pueden comparar entre sí. Me gustan las canciones que formalmente alcanzan un mayor nivel de perfección. Por ejemplo, Milonga de Gauna. Ahora, Brindis por Pierrot es una canción que no sé cómo la escribí. Me llevó casi 20 meses. Tema del hombre solo es una de mis mejores letras, sostenida por una buena música, porque, si no, la letra se hunde por más buena que sea. Hubo una canción que cuando la escribí pensé que era una joyita y que iba a tener éxito: Colombina. La escribí en una noche. Salió y nadie le dio bolilla. En aquel disco (Estamos rodeados, en 1991) la gente escuchó El hombre de la calle. A los dos años era la más pedida en los conciertos. Fue de proceso lento. Y otras hicieron ¡bum!, como Amándote o Brindis por Pierrot. Si me voy antes que vos también salió en una noche y fue muy bien recibida.
Embed - Jaime Roos - Si Me Voy Antes Que Vos
—Abriste la puerta. Dijiste que tenés dos canciones terminadas. Hablaste de una. ¿Y la otra?
—(Hace un silencio y ríe). ¿No alcanza con una? La otra es una canción de amor que le escribí a mi mujer, Andrea, y que la llegué a ensayar en 2020 con la Banda Completa. Casi la estreno en este espectáculo. Está terminada, me gusta mucho, es un candombe. Pero no tenía sentido tocarla ahora. No venía al caso en este show, quebraba la unidad conceptual del espectáculo, que era una retrospectiva. Quizá sea imprudente contar todo esto. Ahora me van a preguntar mucho. Pero, ¿sabés una cosa?..., está todo bien.