A 10 años de la muerte de Manuel Martínez Carril, quien dirigió la Cinemateca Uruguaya durante cuatro décadas, la institución decidió homenajearlo con un ciclo centrado en las películas sobre las que el director escribió como crítico, una faceta que, según los actuales responsables, nunca pudo desarrollar plenamente. La muestra, que concluyó su primera parte y espera una segunda, ha puesto a su coordinadora general, María José Santacreu, periodista y cabeza de la institución en el siglo XXI, en una reflexión oscilante entre el pasado, cuando estuvo bajo la orden de su antecesor, y el presente. Ahora lidera un equipo que ha visto a Cinemateca transformarse desde un conjunto de salas dispersas en Montevideo a un complejo cinematográfico en Ciudad Vieja.
—Teníamos muy presente la fecha del 3 de agosto, los 10 años de su muerte, y desde entonces estábamos pensando en cómo homenajearlo. Es una fecha luctuosa, pero para nosotros, que hemos continuado con su gestión, estaba bueno comunicar que su legado quedó en generaciones futuras, así como nuestra gestión quedará en otras personas. Queríamos decir que esta sigue siendo la Cinemateca de Martínez Carril, con un cuerpo nuevo, pero con la misma idea sobre el cine y una fuerte base en la preservación.
—Manuel no era didáctico. No te daba instrucciones detalladas, sino que trabajaba a tu lado, en un entorno sin paredes. A pesar de que no siempre sabías cómo te transmitía ciertas cosas, te enseñaba sobre el funcionamiento de la Cinemateca, sus limitaciones y su papel como institución. Esa institucionalidad, cuando se pierde, desdibuja la entidad. Manuel lo transmitió muy bien. Otras cosas, no tanto. Tenía grandes ambiciones con pocos recursos, algo que perdura, aunque no siempre es positivo. Las grandes ambiciones con recursos limitados pueden generar altos niveles de compromiso y entrega del equipo, pero también es necesario contar con recursos económicos para hacer las cosas bien.
—La mudanza a las salas nuevas, en 2018, estuvo precedida por una situación económicamente frágil. ¿Cómo se encuentra hoy Cinemateca?
—En general, estamos mucho mejor que antes, y la realidad de Cinemateca ha cambiado y se nota. Si los recursos provienen de la exhibición en casi un 80%, mejorar sus condiciones y poder exhibir bien es una gran ayuda. Tener las salas nuevas fue excelente, ya que se reconoce lo que se viene haciendo. También hay otros desafíos, como mantener el Centro de Documentación Cinematográfica para investigadores, y preservar el archivo fílmico, lo cual es un peso grande.
—¿Cuántos socios tienen hoy?
—En realidad es un número bajo. Estamos en 2.500 socios. Ha cambiado la lógica. Para ser socio tenés que venir mucho. Antes también, pero ahora hay una batalla por la atención de las personas. Nadie viene cuatro o cinco veces al cine como antes. Se asocian o se borran según la cantidad de veces que van a venir. Eso es intermitente.
—Alejandra Trelles figura en las áreas de Coordinación y Programación. ¿Cómo es la dinámica de trabajo entre ambas?
—Alejandra tiene la parte linda y yo la parte fea. Nos dividimos así: como Alejandra vive en Europa durante seis meses, tiene la posibilidad de visitar los festivales y se encarga de la gestión de estrenos, la compra de películas para nuestro festival internacional, se relaciona con diferentes institutos y gestiona ciclos. Yo me ocupo más de la programación, sobre todo de los ciclos con películas de archivo, y, además, coordino la Cinemateca y todas sus áreas, ya sea el Centro de Documentación, la Escuela de Cine del Uruguay, o cualquier problema o necesidad que surja.
—¿Qué clase de equipo dirías que hacen?
—Alejandra es uno de mis interlocutores para tomar decisiones, aparte de la Comisión Directiva, con miembros de la “vieja Cinemateca”. Trabajamos en una institución que resguarda la memoria, y, si no tuviera una historia, sería paradójico. Esa memoria institucional también la tenemos quienes trabajamos con Manuel. Vendrá el cine más comercial a decir que lo que hay que ver es el cine de superhéroes, por eso nos parece que fortalecer las instituciones que tienen una visión distinta es importante, porque si no, se crea un gusto único. El negocio industrial del cine está 24 horas al día, siete días a la semana, pensando en cómo lograr tu atención y poniendo mucho dinero en eso. Si no existiera Cinemateca, el cine uruguayo, que nunca va a ser como el de la industria, se debilitaría. Fortalecer la Cinemateca es fortalecer el cine uruguayo, porque, si te acostumbrás a ver otro cine, ver cine uruguayo no te va a parecer raro.
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Javier Calvelo / adhocFOTOS
—¿Los estrenos cobraron una mayor relevancia dentro de la programación actual?
—El cambio de sala implicó también un cambio de formatos. Antes nosotros estrenábamos en DVD o pasábamos partes de las cosas en DVD. Ahora es mediante DCP (Digital Cinema Package, formato estándar para proyectar películas en cines). ¿Por qué hay menos ciclos, de repente? Porque son más difíciles de gestionar en el sentido de que antes había mucho más apoyo a la cultura en todos lados. Quedan muy pocos países que tienen ese tipo de preocupaciones, como, por ejemplo, Francia, que tiene una gran consideración con su cine y una gran protección, y, por lo tanto, sigue siendo fácil programar películas francesas. Eso afecta lo que podemos hacer, reduce la cantidad de ciclos, y también tenemos menos salas que antes. Mucha gente lo reclama, pero tampoco es sensato lo que hacía Manuel, que programaba 100 películas por mes. Ahora estaríamos realmente solos. Cambió la manera como la gente ve el cine y cómo llega a él.
—Hablando sobre los ciclos, muchas veces son comunicados con poca anticipación antes de su comienzo. ¿Hay un aspecto a mejorar ahí?
—Sí, eso se llama exceso de trabajo y poca gente. Somos pocos y hacemos muchas cosas. Realmente es algo a mejorar y algo de lo que somos conscientes. Nos pasó con el de (David) Lynch, que casi nos linchan porque avisamos muy sobre la fecha. Esa cosa de ser ambiciosos también tiene esto de creer que podemos hacer todo y, a veces, hacés agua. Es complejo. Por ejemplo, ahora que está ocurriendo el festival Divercine, en setiembre viene (la escritora) Mariana Enríquez, habrá cosas con bandas... Son buenos problemas para tener, pero, a veces, cuando los resolvemos, salen los anuncios y no dimos tiempo suficiente.
—¿Cuál es tu visión del público juvenil que asiste a las salas?
—A veces nos dicen “ahora se pusieron un poco de moda”, y yo pienso, “ojalá que no pase nunca la moda”. Creo que hay un montón de chiquilines que les gusta encontrar una librería chiquitita, pero con una curaduría, con unos vinilos, con camisetas de la tienda que no sean las típicas, sino que tengan una vuelta más de tuerca. Eso lo aprecian porque no es tan obvio, como el cine que pasamos. Es algo que tiene un concepto y una gracia, a veces, un toque de humor, como nuestra comunicación en Twitter. Es el lugar que nos gusta ocupar. Y ser un lugar donde pasan cosas, donde les gusta venir. Ojalá que los jóvenes encuentren acá alguna alternativa a lo que está dado. Los jóvenes tienen mucha capacidad para buscarse sus propios espacios. Por suerte, siguen teniendo un alma que escapa a cualquier intento de describirla. Me parece que lo que más nos falta es más confianza en ellos.
—¿Qué futuro te gusta imaginar para la Cinemateca y para ti en ella?
—Para la Cinemateca: la misma línea histórica but with a twist. Que haga lo que siempre hizo, pero que se mantenga al día. Lo que quiero para el futuro es que quien esté acá, en este lugar, tenga esa inquietud de estar atenta a lo que pasa, atraiga a los jóvenes y que tenga menos problemas. Después, yo no sé. Tengo 56. No me va a pasar, como a Manolo, que hasta el último día fue director honorífico y estuvo en Cinemateca. Espero que no me pase eso, que esté en otro lado. Ya veremos.