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    Rob Reiner: el corazón de un cine popular al que siempre se vuelve

    El director de Cuestión de honor, Cuando Harry conoció a Sally... y Misery murió, junto con su esposa, en un crimen por el que fue acusado su hijo. Dejó una obra de clásicos cálidos que definieron el Hollywood de los ochenta y noventa

    El lunes 15 de diciembre de 2025, la policía de Los Ángeles respondió a una llamada de emergencia en la residencia de Brentwood del cineasta, actor y activista estadounidense Rob Reiner. Lo que encontró fue una escena conmocionante. Reiner, de 78 años, y su esposa, Michele Singer Reiner, de 73, habían sido asesinados a puñaladas.

    Las autoridades centraron la investigación en su hijo, Nick Reiner, de 35 años, a quien arrestaron bajo sospecha de homicidio. El fiscal del condado de Los Ángeles lo acusó formalmente de dos cargos de asesinato en primer grado con “circunstancias especiales”, lo que podría derivar en la pena de muerte o cadena perpetua sin libertad condicional.

    El episodio, calificado como un asesinato intrafamiliar, desencadenó una avalancha mediática que osciló entre el shock por el crimen y la reevaluación de un director cuya imagen se dividió, en los últimos años, entre la del cineasta de clásicos populares y la del activista político fervientemente opositor al presidente Donald Trump.

    De hecho, horas después del arresto, Trump publicó en sus redes sociales que las muertes se debían al “síndrome de trastorno anti-Trump” y describió a Reiner como “un cineasta y comediante que alguna vez fue muy talentoso, pero que estaba atormentado y en crisis”.

    Las declaraciones, condenadas incluso por voces republicanas, añadieron una capa de politización a la tragedia, en algunos casos hasta reduciendo a Reiner a la caricatura de un opositor político que él mismo había alimentado con orgullo.

    Pero si hay una trayectoria que resiste simplificaciones es la de Reiner. Su vida tuvo el ejercicio permanente de narrar la vulnerabilidad humana, tanto en la pantalla como dentro de su propia historia familiar. En él convivieron múltiples facetas: la de un hijo bajo la sombra monumental de un padre cómico legendario; la de un director exitoso que a veces desdeñaba su propio oficio; la del perfeccionista técnico que creía en la colaboración, y, en sus últimos años, la del padre que volcó su arte en un intento fallido por rescatar a un hijo.

    Un solucionador

    Embed - Stand by Me (1986) Trailer #1 | Movieclilps Classic Trailers

    Rob Reiner nació en Nueva York el 6 de marzo de 1947. Su padre, Carl Reiner, fue una fuerza creativa de la posguerra, creador de El show de Dick Van Dyke y colaborador de leyendas como Mel Brooks. Para un joven Reiner, crecer bajo esa sombra le trajo tanto una educación privilegiada como una profunda inseguridad.

    Tímido e introspectivo, visitaba el set de su padre y miraba sus premios Emmy sintiéndose incómodo. El propio Carl dudaba del talento de su hijo y llegó a decir que no creía que Rob tuviera “sentido del humor”. En una ocasión, después de verlo actuar en una obra, Carl intentó convencer a un productor para que desalentara su carrera.

    Esa herida nunca cerraría del todo, pero sí hubo un punto de inflexión. Llegó a los 19, cuando Rob dirigió una producción de teatro de Sartre. Al día siguiente, su padre le aseguró que no estaba preocupado por él. “Vas a estar bien, hagas lo que hagas”. Fue la primera validación genuina. El salvavidas de quien consideraba un gigante.

    Su carrera comenzó siguiendo no los pasos, sino las risas de su padre. Su primera película, Esto es Spinal Tap (1984), fue un falso documental en clave de comedia sobre una banda de heavy metal. La película, filmada casi por completo con improvisación, desconcertó tanto a los ejecutivos del estudio Columbia como al público inicial, que a veces la tomó por un documental serio. La clave del humor de la película, decía Reiner, no estaba en burlarse de sus personajes, sino en mirarlos con atención. Esa distancia justa se convertiría en una constante de su cine.

    Su primera consagración llegó con Cuenta conmigo (1985), una adaptación de un relato de Stephen King que Reiner convirtió en un drama sobre el crecer, con un tono melancólico reflejo de su mundo interior. Optó por un enfoque alejado de toda condescendencia, con silencios y tiempos vacíos que pesaban más que la nostalgia convencional. La película no solo se convirtió en un éxito de crítica y taquilla, sino que funcionó como declaración de independencia. Por fin hacía algo diferente a lo que habría hecho su padre. Forjó, además, un estilo propio, una mezcla de humor y vulnerabilidad que reunió en una de las películas más conmovedoras sobre la niñez en el cine estadounidense.

    Proveniente del teatro, su estilo como director se fue basando en crear un ambiente seguro en el que el talento a su alrededor pudiera brillar. La filmación de La princesa prometida (1987) es un ejemplo.

    Reiner insistió en filmar su “libro favorito de todos los tiempos” contra el escepticismo de los estudios, que no sabían cómo vender una mezcla de cuento de hadas, aventura y sátira. En el set el director practicaba una suerte de “comunismo creativo”. Por un lado, exigía un rigor extremo, como a los protagonistas Cary Elwes y Mandy Patinkin, que entrenaron durante meses para ejecutar cada movimiento de la pelea de espadas. Por el otro, alentaba la espontaneidad y experimentación.

    Cuando Elwes se fracturó un dedo y temió por su trabajo en la película, el director lo tranquilizó con una frase que definía su espíritu de equipo: “Estamos todos juntos en esto”. Es que veía al director no como un autor al que había que tenerle miedo, sino como un narrador humanista y solucionador de problemas.

    Embed - When Harry Met Sally... Official Trailer #1 - Billy Crystal Movie (1989) HD

    La genialidad de Reiner podía ser de dos tipos: la que requería tiempo para ser apreciada y la que era inmediatamente reconocible. En Cuando Harry conoció a Sally... (1989), un éxito comercial instantáneo, se desmarcó de Woody Allen al redefinir la comedia romántica moderna. Ofendido por la comparación (“¿Entonces nadie más puede hacer una película sobre relaciones en Nueva York?”, llegó a preguntarse), Reiner, con el guion definitivo de Nora Ephron, capturó con precisión los ritmos de la amistad, el deseo y el paso del tiempo.

    Su versatilidad, sin embargo, también brilló en terrenos más oscuros y técnicamente exigentes. En Misery (1990), demostró un dominio absoluto del suspenso psicológico, renunciando a todo lo superfluo para construir una claustrofobia perfecta, que le valió a Kathy Bates un Oscar. En Cuestión de honor (1992) alcanzó una nueva precisión formal al dirigir un drama judicial anclado en el duelo actoral entre Tom Cruise y Jack Nicholson. En estas tres películas, la comedia romántica canónica, el suspenso opresivo y el drama judicial, Reiner demostró ser un narrador que encontraba, en cada historia, la forma humana y precisa para contarla.

    Mientras tanto

    Paralelamente a su carrera cinematográfica, Reiner desarrolló una segunda vida como activista político, siendo incluso una voz influyente en la campaña por el matrimonio igualitario. Ese trabajo no era un hobby, sino una pasión que llegó a opacar al cine en su propia escala de valores.

    “Me gusta dirigir… pero ahora veo la dirección como recreo porque es algo divertido de hacer”, dijo, comparándola con su activismo, que le daba “más placer y una tremenda satisfacción”. Sentía, sin embargo, que Hollywood era indiferente a esta otra faceta, la que él consideraba, quizás, más significativa.

    Los últimos años de Reiner estuvieron marcados por una lucha privada y dolorosa: la adicción de su hijo Nick. La familia había lidiado públicamente con el problema durante años, con Nick pasando por 18 programas de rehabilitación y episodios de crisis. En un intento por sanar y conectar, padre e hijo colaboraron en Being Charlie (2016), una película semibiográfica sobre la adicción dirigida por Rob y coescrita por Nick. Era un proyecto destinado encontrar catarsis en el arte.

    Más que un visionario, Reiner era reconocido como un narrador empático, un facilitador que priorizaba la verdad emocional sobre el artificio. Construyó un legado no de una firma autoral egocéntrica, sino de películas extraordinariamente diversas que se volvieron algunos de los títulos más exhibidos por la televisión por cable.

    Murió, trágicamente, en medio de la historia más oscura que le tocó vivir. Pero su legado cinematográfico es lo opuesto a la oscuridad. Es un conjunto de películas que celebran, con humor, inteligencia y una calidez profunda, la complicada experiencia de estar vivo. Reiner, el hombre que solo quería dar al público el mejor asiento en la sala, se aseguró de que, durante décadas, millones encontraran consuelo, risas y entretenimiento en la sala de cine.

    Heredero de una tradición cómica familiar que veneraba el chiste rápido y una personalidad fuerte, Reiner optó por un camino inverso. Construyó su carrera como director privilegiando la colaboración sobre el ego. La vulnerabilidad que tan bien supo dirigir en pantalla fue, hasta el final, el método que creyó más eficaz para conectar con el mundo a su alrededor.