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    ¿Milei o Massa? El fútbol argentino juega fuerte para las elecciones

    Los futbolistas argentinos, desde hace varios años (o décadas), no suelen hablar de política. No siempre fue así, claro, y no solo por Diego Maradona, el ídolo que hablaba de lo que quería, aunque se contradijera. De hecho, en el regreso a la democracia, en 1983, los jugadores de Primera División —los de River, Boca, Ferro y Platense— decían abiertamente a qué partido político pensaban votar. Los medios hacían encuestas y los deportistas accedían a publicar su preferencia. Resulta hasta cándido —pero a la vez muy sano democráticamente— que un joven Maradona, de regreso a Buenos Aires por la patada criminal con la que el vasco Andoni Goikotxea le quebró un tobillo, se reunió en octubre de 1983 con tres candidatos a presidente para “conocer sus propuestas”.

    Hoy no sucede y, si sucede, no es tan explícito. Un ejemplo: ya retirado, sin ningún escudo que representar y definitivamente volcado a su función de streamer, Sergio Agüero se quejó hace pocos días del faltante de nafta en las estaciones de servicio de Buenos Aires. Sin embargo, tampoco mencionó abiertamente su preferencia por Javier Milei, la alternativa opositora al ministro de Economía y candidato oficialista, Sergio Massa.

    A grandes rasgos, puede interpretarse que el futbolista obrero, el que se curte en las categorías del Ascenso, es leal a sus raíces peronistas, mientras que las figuras de Primera División —¿y de la selección?— prefieren el espacio de centro derecha que —al menos hasta hace pocas semanas, antes de su ruptura— ocupaba Juntos por el Cambio, el espacio creado por Mauricio Macri, primero presidente de Boca y luego de Argentina. Carlos Tevez, amigo personal de Macri —y socio en negocios millonarios ahora investigados por la Justicia—, sería un ejemplo.

    Sin embargo, no dejan de ser suposiciones e incluso hay salvedades dentro de esa generalización, como que uno de los campeones de Catar 2022, Nicolás Otamendi, sí posó en una foto junto a Malena Galmarini, la mujer de Massa. Lo normal es el silencio. O los supuestos. Juan Román Riquelme, en ese submundo con vida propia entre el deporte y la política que encarnan Boca y el macrismo, acaba de decir que “siempre” tiene claro su voto a nivel nacional. Resulta casi obvio que le dará su boleta a Massa —encima, amigo personal y rival de Macri, su Némesis— pero, cuando su entrevistador le preguntó cinco veces si era peronista o si votará a Massa, el actual vicepresidente e ídolo de Boca enganchó como en sus mejores épocas de futbolista.

    ¿A quiénes votarán Lionel Messi y los otros ídolos del fútbol y el deporte argentino, de Primera División o del Ascenso? Incluso, en medio de los partidos ante Uruguay en la Bombonera este jueves y Brasil en el Maracaná el próximo martes, ¿los jugadores de la selección podrán votar? ¿Existen fotos del 10 —y de otros deportistas, ciudadanos del mundo que cambian de domicilio a cada rato— emitiendo su sufragio? ¿Y Marcelo Gallardo, emblema de River, que en sus ocho años al frente de ese club eludió cualquier posibilidad de quedar atrapado en la grieta entre kirchnerismo y macrismo y jamás habló sobre política?

    ¿Los deportistas están obligados a hablar sobre política? ¿Deberían hacerlo si no se sienten capacitados? ¿Se los debe incluir en la lista de artistas populares como, por ejemplo, los cantantes? A la vez, no puede omitirse que ese silencio también habla de una sociedad dividida en la que, si un futbolista blanquea una determinada preferencia política, será mirado de otra manera por la parte opuesta.

    En todo caso, es notable la diferencia con Brasil, donde los futbolistas sí cuentan abiertamente sus votos. Una mayoría de jugadores de primer nivel apoyó a Jair Bolsonaro en las elecciones del año pasado. No fue casualidad que hace pocos días, cuando Messi ganó su octavo Balón de Oro, el presidente Lula elogió al argentino por sobre Neymar: fue una patadita, porque el jugador brasileño había apoyado a su rival político. Ni hablar de lo que ocurre en el deporte de Estados Unidos, donde los deportistas —fútbol femenino, NBA, WNBA, fútbol americano— dejan en claro sus preferencias, en este caso más abiertamente —a grandes rasgos—, por el Partido Demócrata.

    Sin embargo, en las elecciones del próximo domingo 19, que marcarán la presidencia de Massa o Milei para los próximos cuatro años del país, el fútbol argentino jugó tan fuerte como nunca en la historia. No fueron los jugadores sino los clubes. O, mejor dicho, los dirigentes. Por primera vez, las autoridades de las instituciones apostaron un pleno por la derrota de un candidato —Milei y, por consiguiente, Macri— y por el triunfo del otro —Massa—.

    El candidato de Unión por la Patria, tan flexible y pragmático como hincha original de San Lorenzo —¿y de Chacarita?— pero hombre fuerte de Tigre, es de esas personas que parecen mimetizarse y adaptarse a todos los ambientes. También en el fútbol. Nunca ocupó formalmente el cargo de presidente de Tigre pero desde hace 20 años es su titiritero, quien decide los cargos principales de una institución que, bajo su gestión, pasó de la tercera categoría a clasificar a la Copa Libertadores. Massa estuvo en la AFA, conoció sus pasillos y está en contacto con sus dirigentes. Milei, en cambio, es un outsider de los despachos del fútbol: es cierto que fue arquero de las divisiones inferiores en Chacarita y San Lorenzo, pero luego perdió contacto con el ambiente.

    Pero el encono contra Milei, que además —o sobre todo— es el encono contra Macri, se explica sobre todo en su abanico libertario para el fútbol. De ser presidente, Milei ya dijo varias veces que pretende instalar las sociedades anónimas deportivas (SAD), una figura que los dirigentes del fútbol argentino rechazaron en muchos casos por ideología pero en no pocos por conveniencia. Es tan inviable como si Argentina tuviera que jugar con una camiseta de Inglaterra. El candidato de La Libertad Avanza lo dijo en los últimos meses y lo repitió esta semana: “¿Por qué un club no puede ser como el Manchester City?”, en referencia a los capitales árabes.

    Aunque no queda claro cuán sólida es la sociedad política que Macri y Milei tejieron para el balotaje, entre ambos sí hay una afinidad futbolística. De hecho, el primer empresario que intentó imponer las SAD en el fútbol argentino fue el mismo Macri. En 1993, dos años antes de lanzar su candidatura a presidente de Boca —el primer paso que lo llevaría a la Casa Rosada—, Macri intentó llegar al mundo de la pelota como dueño de Socma, la empresa familiar. Sin relación todavía con Boca, quiso comprar Deportivo Español para mudarlo a Mar del Plata. El club de la comunidad española en Argentina estaba en Primera División pero con poca movilización de sus hinchas.

    Acorde a una época idealizada por Milei, los 90 también fueron años en los que Carlos Menem impulsó desde la Casa Rosada —con éxito parcial— las SAD. Incluso en la Quinta de Olivos hubo una reunión entre Menem y Macri en la que se firmó ese olvidado acuerdo que permitía fundar un club, que se llamaría Deportivo Mar del Plata, y que sería usado por la franquicia comprada a Español. Los socios del Gallego, sin embargo, terminarían negándose a ese acuerdo, de la misma manera en que los dirigentes de la AFA repetirían en el futuro varias veces un freno a las SAD.

    Claro que, en el medio, hubo excepciones. Torneos y Competencias gerenció Argentinos Juniors, lo mudó a Mendoza, y la experiencia fue un desastre. Blanquiceleste y Racing tuvieron de todo en su matrimonio por necesidad: el festejado primer título local para la Academia después de 35 años pero, a la vez, una resistencia marcada por los hinchas que terminarían con el contrato. Los simpatizantes de San Lorenzo se negaron a ISL. Quilmes y el Exxel Group en Quilmes duró un suspiro.

    Macri, primero como dirigente de Boca y luego como presidente de Argentina, intentó dos veces más cambiar los estatutos, pero se chocó primero contra la AFA de Julio Grondona y luego con la AFA de Claudio Tapia. Los dirigentes no se oponen a las llegadas de empresarios, políticos y sindicalistas —en muchos casos lo son— pero siempre bajo la figura de sociedades civiles sin fines de lucro. Las reglas las pone el fútbol, ese poder aparte del poder real.

    La semana pasada, clubes de barrio comenzaron una movida para concientizar que, si Milei cumplía una de sus promesas de campaña —la eliminación de subsidios—, muchas pequeñas instituciones terminarían cerrando. La AFA se sumó después a través de uno de sus vicepresidentes —muy cercano a Massa—, Pablo Toviggino, que bajó una línea muy clara —y nada inocente—: “Los clubes le dicen no a las SAD”, lo que era básicamente un rechazo a Milei y su nuevo socio, Macri.

    Con 99 apoyos —una cifra impactante—, solo se negó Talleres de Córdoba, uno de los clubes más importantes por fuera de Buenos Aires que volvió a sus mejores épocas: pasó del Federal A a la Copa Libertadores a partir de la llegada del empresario Andrés Fassi, de vínculos con México. “Y ya lo ve, es el Pachuca cordobés”, le cantan los hinchas de Belgrano, su clásico rival, sugiriendo el runrún de un dinero de México que viaja a Córdoba.

    En el resto de los clubes, el apoyo era esperable, empezando por Boca, que hoy representa a escala institucional un escenario nacional: Macri se presentará en las elecciones del sábado 2 de diciembre para volver al fútbol, en este caso como vicepresidente de Andrés Ibarra, mientras que Riquelme —amigo de Massa, se insiste— irá esta vez como presidente —en la práctica, durante los últimos cuatro años, Riquelme ya fue el hombre fuerte de Boca, pero dejándole el cargo formal a Jorge Amor Ameal—.

    En ese sentido, la adhesión del club de Riquelme al pedido de la AFA para rechazar a Milei y Macri resultaba obvia. Pero también llegó del lado de Independiente, convertido casi en un brazo deportivo del partido de Macri a partir de las elecciones internas de 2022. Su presidente, Néstor Grindetti —exintendente de Lanús—, forma parte del ala dura de Juntos por el Cambio, el partido de Macri. Aunque el equipo de Tevez —para coronar la sintonía PRO— ya se salvó del descenso, Independiente entendió que no eran horas de pelearse con la AFA. Fue muy fuerte: el poder del fútbol le ganó al poder de la política.

    En las elecciones presidenciales previas, el fútbol argentino nunca había jugado tan fuerte en contra de un candidato y, por consiguiente, a favor de otro. Y eso también habla de un triunfo colateral de Catar 2022, no solo de los jugadores, sino también de los dirigentes. Pasado el balotaje, el próximo paso serán las votaciones en Boca: Riquelme, o sea el fútbol —y el ídolo—, contra Macri, el presidente más exitoso en la historia del club.

    De trasfondo, la política nacional. Y las SA en el fútbol.

    (*) Colaborador de El País de Madrid y autor de diversos libros, como El partido. Argentina vs. Inglaterra 1986.

    2023-11-15T19:34:00