Ese proceso “se hace más visible en la etapa de retracción agrícola desde 2014 en adelante e involucra ingeniosas articulaciones entre actores muy diversos: empresas agrícolas, dueños de los campos, técnicos, contratistas, vendedores de insumos”, entre otros, comentan.
Indican que “las prácticas y las estrategias que despliegan los actores de la producción se redefinen como forma de sostener de alguna manera su rentabilidad”.
Ese tipo de estudios sobre los cambios en la producción agropecuaria uruguaya permite tener una idea del impacto de las transformaciones y el movimiento que se dio en el mapa productivo, y del nuevo proceso que podría darse en adelante, considerando las inversiones previstas en forestación y los desafíos para la ganadería.
Así como puede esperarse para los próximos años una expansión de las plantaciones forestales y una combinación de actividades, específicamente de las producciones de carne y de granos, los problemas en la lechería y el cultivo de arroz pueden significar una menor participación de esos rubros en el campo.
Avance y repliegue
El análisis en cuestión se focalizó por un lado en dos territorios ubicados en la zona tradicionalmente agrícola, como son las zonas de influencia de las ciudades de Ombúes de Lavalle, en el departamento de Colonia, y Young, en el departamento de Río Negro, y un tercero, representativo de los lugares “no tradicionales” sobre los que se instaló la agricultura en su etapa de expansión, como son las zonas de influencia de Durazno.
Los autores realizaron una clasificación de imágenes satelitales para la identificación de los cultivos de verano y luego, el análisis espacial de la localización y cambios de las zonas de estos cultivos. Esa tarea, que involucró distintos momentos de la evolución de la actividad en los últimos años, fue complementada con entrevistas en 2017 y 2018 a informantes calificados y representantes de empresas agrícolas que operan en los lugares estudiados.
El trabajo plantea que “Uruguay experimenta desde hace dos décadas un proceso de transformaciones agrarias basado en la expansión de la forestación primero y de la agricultura de secano después, que impacta fuertemente sobre la estructura productiva, los actores de la cadena productiva, las formas de organización de la producción, el trabajo, los territorios y el paisaje rural”.
“La faceta más evidente de ese proceso de transformaciones involucra el uso de la tierra y es claramente visible a través de la expansión de plantaciones forestales y de soja, que irrumpen o se intensifican en territorios con tradiciones productivas diferentes”, señala.
Sostiene que “los cambios se desarrollan en el marco del avance del agronegocio, entendido como un modelo productivo que despliega una nueva agricultura con lógicas diferentes a las del empresariado agrícola clásico, menos vinculada con actores y territorios locales y un mayor grado de conexión con redes globales”.
“El capital transnacional que invierte en la agricultura uruguaya reconfigura el paisaje, redefiniendo la identidad local del territorio y las relaciones de este con quienes lo habitan al mismo tiempo que lo producen”, asegura.
Y considera que “el territorio es usado por el capital movilizado por el agronegocio y va moldeando la destrucción de ciertos territorios y su reconstrucción sobre nuevas bases”.
Si bien la expansión del capital en el agro uruguayo “no es un fenómeno nuevo”, en las dos últimas décadas ocurre a “una velocidad e intensidad inusitadas” para Uruguay, “provocando transformaciones cuyo alcance e impactos ameritan ser analizados en profundidad”, consideran los autores.
Los cambios registrados en el uso del suelo tienen su sustento en dos pilares principales: la expansión de las plantaciones forestales a fin del siglo pasado y el cultivo de soja a comienzos de este siglo. Así, por una parte, entre 1989 y 2018, las plantaciones forestales aumentaron del 0,2% al 6% de la superficie agropecuaria uruguaya, indica la investigación en base a datos de la Dirección Forestal.
Recuerda que en la zafra 1999-2000 el cultivo de soja era “insignificante”, abarcando un área equivalente al 0,05% de la superficie agropecuaria, mientras que para la zafra 2017-2018 superó el millón de hectáreas, representando el 6,7% de la superficie agropecuaria, según registros del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca.
Al mismo tiempo que se registró la expansión de esos rubros, hubo un “fuerte” aumento de las escalas de producción y una reducción en el número de explotaciones, a la vez que “la expansión geográfica de la agricultura determinó una relocalización y disminución territorial de la actividad ganadera”, analiza.
Gobiernan la red
La penetración del agronegocio asociado a la agricultura de secano, y en particular a la expansión del cultivo de soja, produjo una “reconfiguración de la matriz social” con la llegada de “nuevas formas empresariales que se diferencian del empresariado agrícola típico, en tanto se observa una menor vinculación con actores y territorios locales y una lógica de articulación a redes globales”, indica el trabajo.
Menciona entre los principales actores asociados a la expansión agrícola a terratenientes, agricultores familiares capitalizados en proceso de diferenciación social, contratistas que ofician de intermediarios entre empresarios y asalariados, empresarios agrícolas tradicionales y empresarios agrícolas de nuevo tipo donde aparecen “gestores del negocio” e inversores de diversa índole.
La agricultura asociada a la extensión de las plantaciones sojeras está vinculada al “creciente protagonismo de inversores motivados por la acumulación de ganancias generadas por la producción y la acumulación financiera que se apoya en la toma de riesgos y en la flexibilidad del capital”, sostiene.
Describe que esos inversores “trabajan mayoritariamente sobre activos que no son propios invirtiendo en el cultivo mientras este genera ganancias superiores a otros tipos de inversión financiera agraria o no agraria”.
“La organización del trabajo y de la producción busca maximizar la flexibilidad, por lo que arriendan máquinas y tierras definiendo las superficies de cada cultivo en función de las perspectivas de corto y mediano plazo”, explica.
Para los autores, las empresas en red son “productoras principalmente de commodities que tienen un funcionamiento basado en la renta de la tierra, la tercerización de las actividades productivas y prácticas de gestión, que las distinguen claramente del pequeño y mediano productor agrícola, representando un modelo de alta profesionalización empresarial”.
“Quienes gobiernan la red, subcontratando asesoramiento técnico y tareas agrícolas, anticipan las informaciones comerciales y financieras”, advierten. Y comentan que eso ubica a las empresas en “posición de fuerza para negociar tanto con el agroabastecimiento como con el exportador, dado que manejan volúmenes considerables de producción”.
Algunas de esas conclusiones del trabajo plantean una competencia en la incorporación de tecnologías innovadoras en el campo que permitan una mayor eficiencia y mejores resultados en productividad en los establecimientos rurales de cara al futuro.