El informe titulado “La larga sombra del ganado”, que publicó la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) en 2006, intentó “llamar la atención” de los técnicos y del público en general sobre la “gran responsabilidad que la producción animal tiene en el cambio climático, en la contaminación atmosférica, en la degradación de la tierra, del suelo y del agua, y en la reducción de la biodiversidad”. Así lo sostiene ese organismo en dicho trabajo, que sacudió al sector de los productores, industriales y comerciantes de carne: a prácticamente una década de su divulgación, el asunto figura en la agenda de algunos gobiernos, como el de Uruguay.
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Uno de los autores del estudio, Pierre Gerber —quien es oficial en política ganadera de la FAO—, dijo a Campo que este tema los gobiernos y empresarios “lo toman en serio porque es un problema del consumidor y por lo tanto, también del productor”.
Gerber estuvo en Montevideo a fines de agosto para participar en la presentación del proyecto “Ganadería clima-inteligente y restauración de pastizales uruguayos”, financiado por el Fondo Mundial del Medio Ambiente (GEF, por su sigla en inglés).
Consultado sobre la vigencia de las conclusiones de “La larga sombra del ganado”, Gerber reafirmó que “todos los datos de ganadería y los resultados clave de emisiones, de biodiversidad, uso del agua e impacto del suelo se mantienen perfectamente”.
Ese informe indicaba que el sector ganadero era responsable de 18% de las emisiones totales de gases de efecto invernadero (óxido nitroso, metano y otros), medidos en equivalentes en dióxido de carbono, y que ese porcentaje es superior al correspondiente al transporte. “Ahora son 14,5% de las emisiones totales, pero no porque bajaron las emisiones del sector, sino porque aumentaron las emisiones totales”, aclaró Gerber aludiendo a estudios recientes. Y acotó que “en toneladas es la misma cantidad” de gases que en 2006.
El alerta generado por ese documento de la FAO “fue un electroshock” para el público en general y los productores de carne en particular, graficó el técnico. Recordó que en aquellos años también “hubo otros informes sobre cambio climático que fueron muy visibles” y que llegaron a “un sector que estaba poco preparado para ver esa realidad”.
En relación con las críticas de algunos sectores a aquel trabajo, Gerber dijo que el primer año hubo intentos por encontrarle fallas, pero que con el tiempo los productores vieron en esto “una oportunidad”. El sector lechero en Estados Unidos analizó las emisiones de gases de efecto invernadero y revisó la eficiencia del sistema productivo, el manejo de los tanques de frío y el transporte, y con eso “lograron mejorar la rentabilidad económica del sistema”, comentó el técnico a modo de ejemplo.
Una situación algo similar ocurrió en la lechería uruguaya, donde técnicos del gobierno y privados detectaron el uso inadecuado y excesivo de fertilizantes en los tambos que terminan contaminando los cursos de agua. Esa situación perjudica el medioambiente y genera pérdidas en cuanto a la cantidad de fertilizante utilizado por los tamberos.
“A veces la eficiencia en el uso de los recursos naturales tiene un impacto positivo en el ambiente y en el resultado económico”, dijo.
En cuanto al impacto de la ganadería en el cambio climático, Gerber manifestó que “el sector privado tiene metas y estrategias más fuertes que el sector público”.
“Uruguay es uno de los pocos países que tienen metas” para 2030, establecidas en el documento denominado Intended Nationally Determined Contribution (INDC), en el marco de la Convención de las Naciones Unidas para el Cambio Climático de 2015, reconoció.
El gobierno uruguayo tiene previsto reducir la intensidad de las emisiones de gases que afectan el cambio climático. Específicamente en la producción ganadera, fijó entre otros objetivos disminuir 33% la intensidad de las emisiones de metano y 31% las de óxido nitroso.
Los sectores lecheros en Francia, Inglaterra y Estados Unidos tienen sus metas pero provienen del sector privado en una discusión con el sector público. Se trabaja más en intensidad de emisión (medida por kilos de carne, por ejemplo) que en emisiones absolutas.
Carne, leche y cigarrillo
Uno de los mayores desafíos es encontrar el equilibrio entre la oportunidad que representa actualmente la creciente demanda de carne de algunos países, como China, y los planes de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. La interrogante pasa por cómo intensificar la producción, para obtener más kilos de carne o granos por hectárea, y al mismo tiempo adoptar medidas de mitigación del impacto en el cambio climático y cuidado del medioambiente.
En ese sentido, el técnico de la FAO destacó que hay un “cierto alineamiento de los hábitos de consumo hacia una dieta más occidental, donde la proteína animal es más importante”. En Estados Unidos el consumo promedio de carne es de 100 kilos por habitante anuales y China pasó en pocos años de 30 kilos a casi 60 kilos, mencionó.
Para Gerber, “es muy difícil confrontar el argumento de consumo de carne y de leche”. Y agregó: “Muchas veces hacemos una comparación con el cigarrillo: el primer cigarrillo que se consume es malo y lo mejor es parar ya. Entonces, toda la campaña en contra del tabaco es bastante sencilla. Hay que dejar de fumar y está”, analizó. Y comparó que en cuanto al consumo de carne y leche “no es tan fácil, porque esos productos se pueden consumir en una cierta dimensión y está bien para la salud, hace parte de la cultura, da gusto comer”. En el caso de esos alimentos “es difícil hacer una comunicación tan radical como contra el cigarrillo”, consideró.
Opinó, asimismo, que “no tiene sentido que el gobierno se ponga en una línea tan drástica de comunicación”.
En el ámbito de ganadería y el cambio climático, el consumo y la calidad de la producción o la intensidad son importantes, planteó. Dijo que es relevante para el que compra la carne de Uruguay que pueda ver dónde está el nivel nacional de consumo y si el consumo complementario de carne uruguaya sirve o cómo entra en la cultura y la alimentación del país. Y “también está el papel de Uruguay de ofrecer estos productos a baja intensidad de emisión de gases” invernadero, añadió.
Gerber admitió que “el sector más difícil todavía es el de la producción de carne”, en cuanto a la adopción de medidas de mitigación del impacto en el cambio climático y el ambiente. “La ganadería vacuna tiene el mayor nivel de intensidad de emisiones porque la vaca da leche y carne”, comentó.
Comparó que ese sector “es mucho menos integrado que la lechería, porque la empresa procesadora de leche tiene mucho interés en la relación con los productores”. En es sentido, señaló que “las grandes multinacionales de leche tratan de trabajar en el tema cambio climático porque ven la preocupación de los consumidores”.
Pasto versus granos
“Lo siento pero no hay uno que sea mejor que el otro”, respondió el oficial en política ganadera de la FAO ante la consulta de si lo recomendable es producir carne alimentando a las vacas con pasto o con granos. Dijo que lo importante es ver que “si mejora la calidad del alimento para el animal en términos de digestibilidad, entonces bajará la emisión” de gases de efecto invernadero.
“El pasto tiene una digestibilidad menor que el grano, pero si para producir este grano estoy reduciendo una pradera natural e histórica entonces el balance es negativo, ya que está sacando todo el carbono de esa pradera”, analizó.
Consideró que “en sistemas donde ya hay cultivos agrícolas, ya hay maíz, y se pasa a una fase de engorde de animales suelen bajar las emisiones”. “Pero si hablo del caso de Uruguay y otros países como Nueva Zelanda o Irlanda, y se reemplaza una pradera para producir granos, entonces el balance es negativo, porque la conversión del uso del suelo de una actividad a otra generará más emisiones”, advirtió.