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    Crónica de una elección histórica en la política argentina

    El día en el que ganó Javier Milei

    Se suele decir que la verdad está ahí afuera, en la calle. Que la realidad política y social es bastante más compleja que la que se discute en largos posteos en redes, que lo que muestra un video viral de TikTok, o lo que se resume como caricatura en un meme replicado hasta el infinito. En ese revoltijo de información digital aparecen distintos recortes que esbozan, con intensidad, solo algunos de los paisajes posibles. Y en los días previos al balotaje presidencial en la República Argentina, todo era desborde de pasión militante en ese micromundo que muestra el celular. Un polvorín. Parecía que solo faltaba una chispa aislada para que se encendiera la mecha y se escuchara el estallido.

    Es la tarde del sábado 18 en el centro de Buenos Aires. Hay veda electoral. Y se nota. Salvo por los grandes carteles políticos que indican desde hace meses que Argentina elige a un nuevo presidente, no hay nada de ese ardor digital ocurriendo fuera de las pantallas. El argentino en la calle fluye tranquilo entre el turismo habitual y constante del centro bonaerense. Se lo ve en las filas de personas para ingresar a los teatros, en la gente que espera ansiosa su foto con los artistas del momento después de la función, en los bodegones y pizzerías repletas. Se lo ve en la dinámica esperable para cualquier fin de semana. Poca discusión política. Poco de esa grieta y tensión irrespirable que habita más cómoda en lo virtual. Y, por ahora, nada del odio de perro rabioso derramado en las redes y amplificado por la televisión. Hay algo de desencanto y hastío quizás. De resignación ante una elección rara por los candidatos en pugna. Por un lado, Sergio Massa, el representante de un oficialismo que busca mantenerse en el poder con una inflación por encima del 100% y casi la mitad de la población en niveles de pobreza. Por el otro, Javier Milei, el fenómeno extraño, la incertidumbre montada arriba de un discurso incendiario con el ruido de una motosierra dispuesta a cortar de raíz los privilegios de la casta política y la presencia paternal del Estado. En unas horas las urnas empezarán a recibir los votos de los argentinos.

    Javier Milei después de votar en la Universidad Tecnológica Nacional, sede de Almagro

    El domingo del balotaje amanece con un sol que al mediodía rebotará insoportable en los edificios de la ciudad porteña. Un solitario artista callejero entrado en años ofrece un tango para ningún espectador. Los pocos que pasan a su lado van apurados sin prestarle atención. “Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir y al fin andar sin pensamiento”, sale la voz arrugada desde su parlante. “Después, qué importa del después. Toda mi vida es el ayer que me detiene en el pasado”, sigue cantando. A unos metros, en la Catedral Metropolitana de la plaza de Mayo, el sacerdote cierra su misa dominical con un ruego a la Virgen de Luján, santa patrona de la Argentina. Pide por el futuro presidente. Y que sea quien sea que gane esta elección no se “olvide de la situación social” que atraviesa el país y “trabaje por la disminución de la pobreza”. “Ahora sí, podemos ir en paz”. Son las 11 de la mañana.

    Un chofer venezolano le pregunta al periodista de Búsqueda si intuye quién es su favorito en esta competencia electoral. Si logra adivinar a cuál de los dos votaría si pudiera hacerlo. “Vengo de Venezuela, vengo huyendo de mi país, del socialismo, del peso que no vale nada, de las empresas que cierran. Somos siete hermanos y solo dos quedan allá, tercos, comunistas. Tenemos discusiones todo el tiempo. Recién les decía: ‘Quiero que gane Milei porque odio a los zurdos’”.

    Simptatizantes de Javier Milei en el centro de Buenos Aires

    La calle Medrano, en el barrio de Almagro, es un caos. En una hora, sobre las 12.30, votará el candidato de la Libertad Avanza, el outsider político surgido de un programa de televisión que lo tenía como el panelista excéntrico de los pelos revueltos y las sentencias desaforadas y radicales sobre cuestiones de la economía. La expectativa es total. Y también es desmesurado el despliegue de la prensa local e internacional para registrar el momento. Está la Policía con sus escudos preparados para el choque y unas ocho personas de seguridad privada de tamaños generosos y vestidos de negro que aguardan tensos en una esquina la llegada de Milei para custodiarlo hasta la puerta del centro de votación. También está la tropa militante y una buena cantidad de curiosos con sus teléfonos listos para disparar. Y entonces, el rugido. Aparece en escena el automóvil del candidato, que saluda con los vidrios levantados. Todos corren. Todos quieren una porción del último fenómeno político de la Argentina. La escena es caótica. Un youtuber transmite desde su celular y mientras se aproxima a los empujones hacia el candidato pide a los gritos que “¡no se olviden de darle like al live!”.

    Empiezan los cánticos de fútbol, la calle es la tribuna de un estadio. “¡Pongan huevo, huevo, libertarios, pongan huevo, huevo sin cesar, que esta tarde cueste lo que cueste, esta tarde tenemos que ganar!”. Aparece ahora sí un poco de grieta salida de lo virtual. Unos militantes pro derechos humanos gritan: “¡Milei, basura, vos sos la dictadura!”. Y la respuesta libertaria: “¡Vayan a comer polenta, hijos de puta! ¡Chorros!”. Milei atraviesa el fervor, vota rápido, y regresa a su coche envuelto en nuevas escenas de histeria colectiva. Cuando baja la espuma, emergen las quejas. Unas cuatro personas, varios periodistas entre ellos, reclaman a los gritos que les robaron sus celulares durante el tumulto. Un venezolano lamenta que ya no tiene su billetera en el bolsillo. Algunos militantes siguen cantando: “¡Libertad! ¡Libertad!”.

    Otro chofer, un argentino cuarentón de clase media, es la encarnación pura del desencanto. No puede creer este escenario político que lo obliga a inclinarse entre “lo malo y lo menos malo”. Le cuenta a Búsqueda que su voto fue en blanco. A ninguno de los dos. “Eso también es una postura: Yo no puedo elegir entre el superministro de la inflación y la pobreza y un inestable emocional”. Su voto protesta, de todas formas, fue marginal. Pese a todos los pronósticos de los analistas, la votación en blanco no llegó al 2% de los habilitados para sufragar. Eso sí, antes de despedirse, el conductor desencantado lanza su propia predicción: “Gana Milei. ¿Viste la cara de Massa cuando fue a votar? Tenía cara de derrota”.

    Simptatizantes de Sergio Massa cantan en la sede del candidato

    El estallido

    Son las cinco de la tarde. Todavía falta una hora para que cierren las urnas y ya empieza a correr con fuerza el rumor de la victoria del candidato libertario. El número promedio de las encuestas a boca de urna impacta en los celulares de los periodistas: “53 a 46”. Y mientras todo es especulación y datos cruzados, inflados o minimizados, el búnker de Milei, el Hotel Libertador sobre la calle Córdoba, se prepara para una de esas jornadas distintas. “No quiero ni creerlo todavía, prefiero esperar”, le comenta un joven militante a otro sobre el murmullo cada vez más audible del triunfo. La puerta del hotel es una Torre de Babel. Periodistas hablando en todos los idiomas para contar lo que estaba por venir. Hay un innegable ambiente a día histórico.

    Un turista japonés charla en un español chapuceado con un simpatizante libertario sobre esa Argentina imposible “que tiene todo, que tiene petróleo, que es el granero del mundo, y que no despega”.

    “Pero olvidate. Si acá el peso no vale. Sale más barato limpiarse la cola con billetes que con papel higiénico”, responde con todo el histrionismo posible el argentino. El japonés se lleva sus manos a la boca y ríe con algo de pudor.

    Pasan las horas. Y se suma toda clase de personajes intuitivos, de esos con el timing perfecto para lo mediático. Aparece en escena entre la muchedumbre el Colorado de Omar, el interminable extra de la televisión uruguaya con un envidiable olfato para ubicarse en el segundo plano de cualquier celebración popular. “¿Quién gana? Gana Milei”, dice. Son casi las ocho de la noche. No hay datos oficiales pero ya todos saben que gana Milei. “¡La casta tiene miedo, la casta tiene miedo!”, ruge la militancia. Se prenden los parlantes. Suena la música. Se ambienta la fiesta. “Soy el remedio sin receta y tu amor mi enfermedad”, canta Fabiana Cantilo. “¡El que no salta es un ladrón!”, “¡Argentina, sin Cristina!”, siguen rugiendo los libertarios.

    Simpatizantes de Milei se acercan al Obelisco de Buenos Aires. Foto: AFP

    Una media hora antes de las nueve de la noche, Massa sale en conferencia de prensa para reconocer la derrota y felicitar al nuevo presidente. Ganó Milei. La gente explota. El encargado de la música por los altoparlantes, bien atento al clamor popular, pone una canción de la banda de rock Bersuit Vergarabat: “¡Se viene el estallido. Se viene el estallido. De mi guitarra. De tu gobierno, también!”. Un nuevo rugido militante.

    Así como ocurrió durante la votación del candidato ganador, luego de la primera oleada de euforia colectiva llega la inevitable resaca. Forcejeos, insultos, robos. Un par de militantes hacen un arresto ciudadano y entregan el ladrón a agentes policiales. Esposado y sentado en la vereda, escucha el comentario recurrente de los que pasan a su lado. “Se les acabó la joda, eh”. “Mirá, todavía no asumió y ya está cambiando todo, ya hay seguridad”. Y otras frases del estilo.

    Todavía faltan unas horas para que Milei salga del hotel a lanzar su famoso grito de guerra a los suyos. Y entre el mar de gente y cámaras que esperan, una persona disfrazada de payaso es entrevistada por dos canales de televisión. “Yo tengo un solo mensaje para el próximo presidente: no seamos tan violentos entre nosotros”.

    Información Nacional
    2023-11-23T00:36:00