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Fue comunista por un tiempo, católico de por vida y un gran novelista para la posteridad (El tercer hombre, El americano impasible, El poder y la gloria, El cónsul honorario, todas llevadas al cine). Y quienes le conocieron aseguran que antes que nada fue un británico flemático (había nacido en Inglaterra en 1904 y murió en Suiza en 1991), un caballero con un refinado sentido del humor.
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Cuentos selectos (Edhasa, 2016, 245 páginas), con selección y prólogo de Guillermo Piro, recoge los relatos más destacados de Greene. El prologuista considera entre los mejores La sugerencia de una explicación y Al otro lado del puente. En el primer caso, estamos ante la conversación entre dos extraños en un tren, una historia que alterna consideraciones religiosas, las malas experiencias a una temprana edad y la existencia de Dios —en particular la postura de Dios ante la corrupción, la injusticia y la muerte de inocentes—, con la oscuridad de los túneles. Los extraños dialogan y de pronto el tren ingresa rugiendo en una boca negra; el tren sale y el diálogo es retomado. Sigue la conversación sobre Dios y otro túnel. En algún momento también se mencionará un tren de juguete. Y uno de los extraños despejará con toda claridad su postura cuando se conozca un detalle de la prenda que viste.
En el otro caso tenemos a un señor mayor que se encuentra en la frontera entre México y Estados Unidos. Es buscado por dos detectives debido a un presunto fraude. El hombre no es nada simpático, y para colmo patea al perro que tiene a su lado. Su presencia oficia en cierto modo entre dos polos geográficos, más o menos reales, más o menos imaginarios: el pueblo miserable donde se habla español y del otro lado del puente, la ciudad idílica, con altos edificios, donde todo es mucho más caro y reluciente.
En otros cuentos el protagonista es un niño o una mujer flaca en un hotel de veraneo. También hay un hombre al que se le ocurre robar la Torre Eiffel. Sintéticos, imprevistos, extraños, siempre eficaces. Así son los cuentos de Graham Greene.