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“Demos vueltas en torno al caldero; echemos en él entrañas ponzoñosas: sapo, tú que te has pasado treinta y un días y noches bajo la piedra fría, sudando veneno, hierve el primero en la olla hechizada”. Con estos versos de Macbeth, el escritor británico Martin Amis abre su última novela, La Zona de Interés (Anagrama, 2015, 303 páginas), y comienza a generar el clima que atraviesa esta historia durante el nazismo, centrándose en los verdugos, su máquina de exterminio, y en una historia de amor poco probable. Amis ya había escrito sobre este período en La flecha del tiempo, novela publicada en 1991.
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“Si lo que estamos haciendo es bueno ¿por qué huele tan mal?”, se pregunta uno de los personajes. Amis logra tocar la banalidad y puerilidad del mal en esta novela que tiene como escenario un campo de concentración. ¿Cómo hablar del horror? ¿Cómo describir la frialdad de algunas cabezas? Lo resuelve echando mano a la sátira, a fin de construir personajes que se parecerán más al salvaje gerente de alto rango de una multinacional que a un jefe de campo de exterminio. Importan las decisiones, los fines y no los medios ni los efectos colaterales del sufrimiento. Se describen las convicciones de los artífices del Holocausto, no regidas por una lógica humana sino por un plano mental binario que lleva a acatar sin cuestionar y a vivir sin sentir.
Desde el comandante que quiere amenizar la llegada de nuevos prisioneros con violines, haciéndoles creer que serán alojados cómodamente y alimentados a cambio de trabajo, hasta las cenas opíparas en las que se conversa livianamente de un nuevo operativo, todo parece natural, no cuestionable, obvio.
“Sentiría un consuelo infinitesimal, creo, si pudiera persuadirme de que existe compañerismo, de que hay comunión humana, o al menos un sentimiento de camaradería respetuosa, en las literas de encima del horno crematorio en desuso. Se dicen multitud de palabras, sin duda, y nuestros intercambios verbales son siempre serios, elocuentes y morales. ‘O te vuelves loco en los primeros diez minutos’, se dice con frecuencia, ‘o te acostumbras a ello.’ Podría argüirse que aquellos que se acostumbran a ello, de hecho, se vuelven locos. Y aun existe una tercera posibilidad: ni te acostumbras a ello ni te vuelves loco”. Son las reflexiones de Golo Thomsen, un oficial joven y seductor recién llegado, sobrino de un jerarca nazi, que tiene la misión de montar una fábrica con trabajadores esclavos.
Todo está al servicio de la maquinaria enajenada de muerte y, más allá los encuentros sexuales, ahí nadie es dueño de nada, ni siquiera de una identidad, sino que son engranajes del enorme artificio. “¿Quién eres? No lo sabes. Entonces llegas a la Zona de Interés y ella te dice quién eres”, resume Golo.
Como suele suceder en los escenarios donde predomina lo espantoso y lo ominoso (la muerte, la enfermedad, la degradación), crecen como maleza inevitable los escarceos amorosos y la lascivia. Ni bien llega, Golo se enamora de Hannah, nada menos que la mujer del comandante del campo, Paul Doll, un hombre más bien patético y alcohólico.
En la línea de esta acertada descripción de la banalidad del mal, los problemas que surgen en esta historia y que tienen que ver con cómo contar los muertos, si por las calaveras (algo ineficaz pues terminan despedazadas) o por las rótulas, o cómo eliminar los olores fétidos, o cómo administrar mejor los recursos del campo, podrían presentarse en cualquier dependencia pública una tarde calurosa de enero mientras se bebe un té helado. Es que la maquinaria de dolor y el asesinato es burocrática, repetitiva y carente de sentido.
“Yo no he decidido escribir otra novela sobre el Holocausto. Mi subconsciente me ha enviado un mensaje. Así es como funciona. Lo de las novelas. Cuando tienes una idea es como si recordaras un sueño que creías haber olvidado”. Así le contó Amis al diario El Mundo cómo nació la idea de esta obra. “Supe que podía hablar de las víctimas, como no había hecho en ‘La flecha del tiempo’, una novela, por otro lado, fantástica, porque estoy casado desde hace más de 20 años con una mujer medio judía, y su familia es mi familia, y eso me da derecho a ponerme en su piel”, sintetizó el autor. En un principio, tanto Gallimard como Hanser, editoriales que han trabajado con Amis, se negaron a publicar el libro, argumentando que no era “lo suficientemente convincente”, cuando al parecer opinaron que era “demasiado frívolo”.
Sobre el final de La Zona de Interés, el británico escribe sobre los hechos históricos concretos, relatando cómo tomó contacto con el genocidio judío. “Entre esas fechas apuré montones de libros sobre el tema; y, si bien pude ganar en conocimiento, no gané nada en comprensión profunda. Los hechos, consignados por una historiografía de decenas de miles de volúmenes, no se ponen en duda en absoluto; pero, en cierto sentido, siguen siendo increíbles, superan nuestra capacidad de creer, y no pueden asimilarse por completo. Con suma cautela, aventuro que parte de la excepcionalidad del Tercer Reich radica en su pertinacia inflexible, en la severidad eléctrica con la que repele nuestro contacto y nuestro asimiento”. Enseguida cita al italiano Primo Levi: “No hay racionalidad en el odio nazi; es un odio que no está en nosotros; es un odio ajeno al hombre...”. Amis dedica la novela a las víctimas —vivas o muertas— de esta masacre sistemática y a su familia política judía: su suegra y su esposa, la estadounidense Isabel Fonseca, hija del pintor uruguayo Gonzalo Fonseca.