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    Javier Milei, economista del siglo XIX y candidato del siglo XXI

    Columnista de Búsqueda

    Javier Milei, un líder alimentado por la indignación que propagan las redes sociales del siglo XXI, se define como un economista de la escuela austríaca, una corriente de pensamiento del siglo XIX.

    Es cierto que la teoría económica clásica quizá tenga como punto de partida el siglo XVIII con la publicación del libro Riqueza de las naciones de Adam Smith, y más aún en el tiempo las excavaciones más antiguas de los mercantilistas y los fisiócratas. Pero digamos que es en el siglo XIX, con las obras de David Ricardo, John Stuart Mill y Karl Marx, que arranca el derrotero de la economía como la conocemos hoy y que en el siglo XX la “ciencia sombría” desplegó toda su popularidad de la mano de John Maynard Keynes. Pero Milei desestima los avances del siglo XX en materia económica y se retrotrae a los del XIX.

    La escuela austríaca es una corriente del pensamiento económico ultraliberal que nació en Viena, en 1871, con los aportes de Carl Menger. Su mayor protagonismo fue entre 1920 y 1930 con las obras de Ludwig von Mises y Friedrich Hayek, y más en concreto con debates importantes frente a intelectuales socialistas y los macroeconomistas de Cambridge como el propio Keynes y también Joan Robinson.

    La escuela austríaca representa una corriente del pensamiento que sostiene básicamente que en economía hay principios que rigen en todo espacio y tiempo. Por ejemplo, reconoce que la utilidad marginal, específicamente la ley de utilidad marginal decreciente, es la explicación de por qué el consumidor obtiene una satisfacción subjetiva menor cada vez que consume unidades adicionales de un bien y puede explicar por sí misma la formación de precios sin incluir los costos de producción. Para los austríacos los precios de los bienes y servicios se explican por el juego de la oferta y la demanda y listo.

    Keynes refuta la noción de leyes en la economía. El inglés sostuvo que no hay cosa tal como principios excepto las consecuencias de las políticas y las decisiones de los individuos, que aquello que puede tener un efecto en un momento de la fase del ciclo económico puede no ocasionarlo en otra.

    Estudió y analizó un caso en particular de la economía que llamó “la trampa de la liquidez”, que es cuando un país o una economía atraviesa una depresión severa. Y concluyó que para salir del pozo lo mejor que podía hacer un país es accionar una política fiscal expansiva, es decir, aumentar el gasto público.

    Hayek respondió que no sirve de nada intervenir o maquillar las imperfecciones de la economía. Los austríacos sostienen que los relieves se acomodan solos sin importar si la desocupación aumenta a niveles insoportables y ocasiona penurias en la población. Llegará un momento en que los salarios bajarán tanto que los márgenes de los empresarios alcanzarán un nuevo punto de equilibrio y de ahí en adelante las firmas volverán a contratar empleo y la rueda del crecimiento arrancará de cero.

    Keynes advirtió sobre los riesgos de esa estrategia. Temía que le agregara inestabilidad al capitalismo pudiendo llevar tensiones a la democracia de las que uno luego se arrepentiría en vez de que el Estado benefactor actuara de inmediato desplegando una red de protección social. En contextos de niveles elevados de desocupación, sostenía el inglés, una solución a la austríaca alimentaba el nacimiento de ideas y soluciones radicales como pasó en Europa en los años 20 que dejaron al mundo al borde de una guerra mundial cuando un loco puso al mundo en vilo.

    Los líderes populistas suelen representar crisis de representación porque toman el enojo de la sociedad, la mayoría de las veces personas sin trabajo o con problemas de subocupación. Quienes logran canalizar esas demandas terminan arrojando la misma cólera contra los políticos y se presentan como antisistema. El último libro de Martin Wolf, La crisis del capitalismo democrático, toma ese punto.

    Veamos el caso de Donald Trump en Estados Unidos.

    El estadounidense abrazó los reclamos de los millones de desocupados del Rust Belt, o el corredor industrial del nordeste y medio oeste, vapuleado no solo por un marcado proceso de decadencia industrial a partir de los años 1970 sino también de la crisis de Lehman Brothers de 2007 y la irrupción de China, que ocasionó el cierre de fábricas. Fue en 2008-2012 que los puestos de trabajo de esa zona demoraron en recuperarse en relación con otros sectores de la economía. Para colmo el gobierno de Barack Obama puso un paquete billonario para salvar a los bancos y no a la industria. Trump canalizó aquella bronca y sucedió a Obama. Puede hacer lo mismo ahora con Joe Biden.

    ¿Hay motivos para pensar que Milei no es Trump?

    Sí, los hay.

    Trump es un proteccionista, Milei no.

    Los preceptos comerciales de Trump retroceden más atrás en el tiempo que los de Milei, se asemejan más a los del mercantilismo del siglo XVIII, cuando regían los principios de acumulación de superávits comerciales y el oro.

    El estadounidense está obsesionado con China. Revertir el déficit de la balanza comercial bilateral y librar una batalla de fondo en la agenda de seguridad resultan sus prioridades (hay que decir las de EE.UU.): hay acusaciones por parte de Washington de que insumos chinos sirven para espiar al gobierno de EE.UU. y sus empresas.

    Milei criticó al gobierno chino y dijo que no hará trato con “comunistas”, aunque dejó claro que no presentará obstáculo al comercio entre privados. China es el segundo socio comercial argentino y un actor relevante para el campo. Compra componentes del ganado que ningún otro país del mundo consume.

    Trump llegó a ser presidente a través de un partido político tradicional como el Republicano. Hasta Bolsonaro proviene de las entrañas de la casta para utilizar la categoría que explotó Milei en la campaña (Milei acusa a los políticos argentinos de pertenecer a una casta dueña de privilegios y beneficios financiada por los argentinos que pagan sus impuestos).

    A diferencia de Trump y Bolsonaro, el argentino construyó entonces un vehículo para ganar las elecciones primarias de la nada que le valió una conexión con vastos sectores de la población por edad, sexo y condiciones socioeconómicas diferentes y como ninguna estructura partidaria pudiera prestar. Quizá solo las redes sociales recojan un fenómeno así. Alguien decía el otro día que la historia de Milei no fue vista en las encuestas pero sí dentro de Twitter. Tal vez haya algo de razón. Hace tiempo que las estructuras clásicas de la política no reflejan lo que sucede a diario en la vida de los argentinos.

    La pregunta del millón y que muchos se hacen es: ¿Milei hará en el gobierno todo lo que dice en campaña o no?

    Probablemente, no. En las últimas horas ha dado señales de que su plan de shock no será tan así y muchos se preguntan si es como Carlos Menem en 1989, que decía que iba ir para un lado y finalmente no hizo prácticamente nada de lo prometido. Milei se define como de “libremercado y austríaco” pero luego en definitiva habrá que ver cómo negocia políticamente. No por nada llamó a un amigo suyo y que hasta hace minutos era funcionario del gobierno kirchnerista, Guillermo Francos, un lobbysta que también estuvo con Carlos Menem en los 90. Francos podría llegar a ser ministro de Interior de Milei.

    También el líder de La Libertad Avanza ha dicho que habrá reformas que no se lograrán de la noche a la mañana como la dolarización o el despido de empleados públicos (aclaró que solo prescindirá de los puestos políticos). Todas aclaraciones que suenan lógicas para un dirigente que arrancó de cero en la política sin la utilización de un aparato preestablecido y que en caso de llegar a la Casa Rosada el 10 de diciembre tendrá que tomar la conducción de un país con una tasa de inflación que podría rozar el 200% anual y una tasa de pobreza de más de 40%.

    Milei se autodefine también como “bilardista”, una expresión muchas veces utilizada en la Argentina para referirse a que, como el exdirector técnico de la selección argentina de fútbol, no importa cómo se juega sino ganar.

    Entonces, ¿qué expresa Milei?, ¿principios del siglo XIX o solo el enojo que hoy reina en la Argentina con la mala conducción de una economía indomable y por eso termine siendo alguien más pragmático?

    La incertidumbre al palo.

    (*) El autor es editor jefe de Economía en el diario Clarín. Especial para Búsqueda.

    2023-08-23T19:25:00