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La escritora canadiense Alice Munro, premio Nobel de Literatura 2013, murió a los 92 años
“Quisiera que el lector, al terminar un cuento, sienta que es una persona distinta”, había dicho la gran narradora con ecos de Chéjov y Flannery O’Connor
Hay atmósferas kafkianas, onettianas, borgeanas, y a esa lista habría que agregar la “atmósfera Munro”, que envuelve y no suelta, que aparece en pequeños pueblos donde todo es cotidiano y donde todo está a punto de romperse. Con sus historias publicadas en 12 libros de cuentos y en dos novelas y con su precisa y finísima escritura, Alice Munro ganó en 2013 el Premio Nobel de Literatura. El jurado la presentó como una maestra del relato corto contemporáneo y destacó su “armonioso estilo de relatar, que se caracteriza por su claridad y realismo psicológico”. Entonces llegaron las reediciones en español y quienes no la conocían agradecieron al Nobel por ese premio, tantas veces vituperado, que reivindicó el cuento de la mano de esta escritora. Munro murió el lunes 13 en Wingham, Ontario, en donde nació en 1931. Hacía más de una década que había dejado de escribir y sufría de demencia.
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Su madre era profesora y su padre era granjero. Ella estudió periodismo y filología inglesa. Empezó a escribir a los 20 años, sin publicar, pero llegó a vender relatos a la radio pública canadiense. En los años 60 se casó con James Munro, abandonó sus estudios y se transformó en un ama de casa en Vancouver. Con su marido tuvieron una librería en Victoria y también tuvieron tres hijas, la primera a los 21 años de Munro.
Con su gran mundo interior no pudo atender solo las tareas domésticas, entonces se puso a escribir relatos mientras sus hijas dormían la siesta. Por suerte. Cuando se divorció regresó a la universidad, se casó de nuevo, aunque mantuvo el apellido de su primer marido. Llegó 1968 y salió su libro de cuentos Danza de las sombras, con el que ganó el Governor General’s Award, el premio literario más prestigioso de Canadá. Había nacido la gran escritora.
Conviene saltar varios años y llegar a 2013, a su libro despedida de la literatura: Mi vida querida (Lumen). Esa despedida, con otro conjunto de cuentos exquisitos, cuando acababa de ganar el Nobel, fue anunciada por la misma autora. Ya estaba enferma. El libro encierra toda la “atmósfera Munro”. A través de 14 historias, cuatro de corte autobiográfico, despliega su agudo sentido del detalle y construye un pequeño universo cotidiano en el que va creciendo “algo” asordinado y, sin darse cuenta, quien lee descubre que ese pequeño universo pasó a ser algo desagradable que a veces pone los pelos de punta.
Sus personajes pueden ser una maestra que da clases en un hospital, una poeta que se encuentra con su amante o la propia Munro como niña, que recuerda su infancia en una granja de Ontario. El libro también tiene espacio para honestas y brutales confesiones de la autora. “No volví a casa la última vez que mi madre cayó enferma, ni para su funeral. Tenía dos hijas pequeñas y a nadie en Vancouver con quien dejarlas. No estábamos para gastar dinero en viajes y mi marido despreciaba las formalidades. Aunque, ¿por qué culparlo a él, de todos modos? Yo sentía lo mismo. Solemos decir que hay cosas que no se pueden perdonar, o que nunca podremos perdonarnos. Y sin embargo lo hacemos, lo hacemos una y otra vez”, dice la narradora en Vida querida.
En otro cuento, hay una ama de casa que escribe en sus ratos libres y que un día conoce a un profesor universitario que la alienta a publicar, pero en realidad quiere tener con ella una aventura. Algo hay allí de la Munro de los años 60 que escribía a la hora de la siesta, hastiada de su vida doméstica. “Hay algo que deberías saber”, es una de las frases escalofriantes con las que irrumpe un personaje. Y nadie la quiere escuchar, ni quien la recibe en la ficción ni quien la lee.
“Algo había ocurrido allí. En la vida tienes unos cuantos sitios, o quizás uno solo, donde ocurrió algo, y después están todos los demás”, dice en el cuento Cara, incluido en su libro Demasiada felicidad (Lumen De Bolsillo, 2010), uno de los títulos literarios más redonditos. Por sus 10 relatos pasa una madre que perdió a sus tres hijos, la soledad de las parejas, la crueldad de algunos niños. “He visto la mirada en el rostro de ciertas personas… abandonadas en islas elegidas por ellos mismos, penetrante, satisfecha”, finaliza el cuento Pozos profundos.
Su estilo es de frases cortas y diálogos sencillos. Algo que captaron enseguida algunos cineastas como Sarah Polley con su película Lejos de ella, una adaptación del cuento Ver las orejas al lobo. Por su parte, Pedro Almodóvar adaptó tres de sus relatos (Destino, Pronto y Silencio) para su película Julieta, que cuenta la relación entre una madre y su hija.
Otro libro de Munro con relaciones turbias y todos los matices de la soledad: Algo que quería contarte (Lumen, 2021). Las protagonistas son mujeres que se resignan o que quieren escapar hacia otro destino. Una cita de su cuento Material: “Las mujeres casadas con los hombres del estrado no están entre el público. Están haciendo la compra o limpiando cacas o tomando una copa. La vida para ellas gira alrededor de la comida y la caca y las casas y los coches y el dinero”. En Todo queda en casa (Lumen, dos tomos, 2014), la propia Munro seleccionó sus mejores cuentos, como otra forma de despedida.
Se la ha comparado con Anton Chéjov por la densidad psicológica de sus personajes. Tiene también algo de las atmósferas de Flannery O’Connor o de Carson McCullers o de Eudora Welty, las otras grandes escritoras norteamericanas del siglo XX. Lo cierto es que su literatura sencilla pero intensa, bella pero terrible deja sin aliento entre un relato y otro. “Quiero que mis cuentos conmuevan a las personas: no me importa si son hombres, mujeres o niños. Quisiera que el lector, al terminar un cuento, sienta que es una persona distinta”, dijo una vez Munro. Y nadie sale igual después de leerla. Ahora que se van a volver a editar sus libros, la recomendación es necesaria: hay que leer a Alice Munro.