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    La reivindicación de Sudamérica: el fútbol es demasiado global como para ser solo de Europa

    Nadie gana solo y cada victoria implica una mamuskha de victorias, en especial en los deportes colectivos y en los partidos que valen por miles, como esta final de Catar 2022 jugada sobre un toro mecánico: en 120 minutos y una tanda de penales se produjo material suficiente para los próximos 120 años, ya sea en documentales, libros, memes, murales, pósteres, camisetas, canciones y los formatos tecnológicos que todavía no fueron creados.

    Ganó la Selección Argentina, ganó un eterno como Lionel Messi, ganó un nuevo héroe como el Dibu Martínez —su reacción en el minuto 123 ante Randal Kolo Muani equivalió a defender el imperio de Messi con un escarbadientes—, ganaron los centenarios clubes argentinos —Julián Álvarez y Enzo Fernández jugaron en River hasta julio pasado y se fueron tras dos derrotas ante Tigre y Vélez—, ganaron las nuevas generaciones de argentinos y argentinas —que ya no tendrán que ver videos de 1986 en VHS para vivir su propia épica— y ganó también, sí, el fútbol sudamericano y latinoamericano.

    El deporte vive gracias a sus rivalidades y la Selección Argentina nunca levantará la Copa del Mundo de la simpatía en América Latina pero, por diferentes razones, durante Catar 2022 comenzó a contar con mayor aceptación que en ocasiones anteriores. El “América Latina, menos Argentina” seguirá cantándose, y por supuesto que en Bogotá, Montevideo o Monterrey no se juntaron multitudes con camisetas celestes y blancas a festejar como sí ocurrió en Bangladesh e India, pero esta vez se percibió mayor afinidad con la flamante campeona del mundo. Medir la importancia de Lionel Messi en ese cambio de hábito es imposible pero central: es muy posible que miles o millones de futboleros en Uruguay, Brasil, Colombia o México quisieran mucho más la victoria albiceleste por Messi que por la Argentina misma. Lo dijo Jorge Valdano en estas horas, con dos frases distintas: “No querer a Messi es no querer al fútbol” y “nunca vi a tanta gente de tantos lugares deseando el triunfo de un país solo por un hombre”.

    Pero también es probable, y no es un punto menor, que en Argentina y el resto de América Latina estuviera la necesidad de cortar con una idea que desde hace 15 o 10 años comenzó a establecerse al otro lado del océano Atlántico, la de una Europa que comenzó a adjudicarse el fútbol mundial y a borrar, lentamente, el pasado sudamericano. Es cierto que los últimos resultados jugaban a su favor: a fuerza de dinero, infraestructura y buen trabajo, la tendencia de una prevalencia europea comenzó con los clubes y luego se trasladó a las selecciones. Recuerdo la pregunta de un estadígrafo español cuando el Barcelona venció a River en el Mundial de Clubes de 2015, el mismo resultado que los europeos consiguieron sobre los sudamericanos 14 de las últimas 15 veces, las últimas nueve de manera consecutiva. “¿Qué le pasó al fútbol sudamericano que ya no gana las copas intercontinentales?”, publicó en un tuit que fue respondido por una evidencia: “Lo que pasó es que la delantera del Barcelona es argentina, brasileña y uruguaya: Messi, Neymar y Luis Suárez”.

    Fabio Cannavaro, capitán de Italia en el Mundial de 2006, levanta la copa tras vencer a Francia por penales. Foto: AFP

    Antes de Catar, Europa se había quedado con los últimos cuatro mundiales consecutivos: Italia en 2006, España en 2010, Alemania en 2014 y Francia en 2018. Subtotal: 4 a 0. Incluso tres de los cuatro subcampeones también habían sido del mismo continente: Francia, Holanda (hoy Países Bajos) y Croacia, con la única excepción de Argentina en 2014. Subtotal: 3 a 1. Y también, de los ocho restantes semifinalistas en esos cuatro mundiales, sin contar a los ya citados finalistas, se sumaban Portugal, Croacia, Inglaterra y, otra vez, Países Bajos y Alemania (dos veces). Sudamérica se anotó esta vez con la gesta de Uruguay en 2010 y con el cuarto puesto con sabor a nada de Brasil en 2014. Subtotal: 6 a 2. Total de los últimos 16 semifinalistas hasta Catar 2022: 13 europeos y tres sudamericanos.

    Kylian Mbappé, esa gacela francesa que seguramente tomará el relevo de Lionel Messi de mejor futbolista del mundo cuando el argentino se retire (¡hizo tres goles en una final del mundo y no la ganó!), había dicho a mediados de este año una frase que casi nadie escuchó o leyó en su totalidad pero que muchos argentinos, brasileños y uruguayos criticaron a partir de un título: “En Sudamérica el fútbol no está tan avanzado como en Europa”. Atrás quedó un intento de explicación, bastante razonable, fundamentado en el poder económico: “La ventaja que tenemos es que siempre jugamos partidos de mucho nivel”. Tal como escribió proféticamente en junio el periodista Roberto Parrottino en Tiempo Argentino: “Mbappé pudo haber pecado de soberbia, eurocentrismo, pero también, memes y chicanas al margen, lo asiste la razón. Brasil y Argentina mordieron el polvo en los últimos cuatro mundiales ante selecciones europeas. Y Europa levantó la copa. La paradoja es que Brasil y Argentina exhiben sensación de equipo y juego colectivo como muy pocas selecciones a 168 días del comienzo de Catar 2022”.

    Más allá de la frase de Mbappé, algunos medios de Europa parecieron borrar la historia sudamericana del fútbol. El diario inglés The Telegraph publicó, antes de la final, un artículo titulado Mbappé puede consagrarse el mejor jugador de todos los tiempos, como si el legado de Pelé y Diego Maradona fuese menor, o como si Lionel Messi no llevara 18 años a un nivel estratosférico, o como si el fútbol hubiese nacido en el siglo XXI. Muy pocos suelen tener en cuenta que, para entender el fútbol actual, hay que recurrir a la ley Bosman, surgida a fines de 1995 y por la que los jugadores europeos dejaron de ser considerados extranjeros en otras ligas de su continente: fue entonces que cambió el mapa geopolítico del deporte. Para la alegría económica y la libertad profesional de los futbolistas sudamericanos, se trató de una noticia positiva, pero no para los clubes de este lado del mundo, que empezaron a sufrir una sangría ya indetenible.

    Kylian Mbappé mirá la Copa del Mundo tras recibir la medalla de plata tras la derrota de Francia contra Argentina. Foto: AFP

    No es solo que Lionel Messi se fue a Barcelona antes de los 11 años: Emiliano Martínez tampoco llegó a debutar en el fútbol argentino. Hasta 2002, cuando Brasil ganó el Mundial, los sudamericanos llevaban más copas del mundo ganadas que los europeos: nueve contra ocho. Tampoco es casual que, por esos años, se dieran los últimos triunfos sudamericanos en el Mundial de Clubes, Boca ante Real Madrid y Milan en 2000 y 2003, respectivamente, San Pablo contra Liverpool en 2005 e Inter de Porto Alegre ante Barcelona en 2006.

    La redención de Messi y Argentina era necesaria porque, además, no puede hablarse de un buen Catar 2022 para los equipos sudamericanos ni latinoamericanos: Uruguay se despertó tarde y a medias y quedó eliminado en primera fase, Ecuador no sostuvo el empate que necesitaba ante Senegal para pasar a octavos, México se despidió en primera ronda por primera vez desde 1978, Costa Rica perdió 7-0 con España y podría haber recibido otros siete frente a Alemania, y Brasil continuó su maldición moderna, la de quedar eliminado ya por quinta vez consecutiva ante un equipo europeo, al que no le puede ganar un mano a mano desde 2002. En 2006 perdió contra Francia, en 2010 ante Países Bajos, en 2014 el 1-7 ante Alemania (y luego 0-3 ante la entonces Holanda por el tercer puesto), en 2018 contra Bélgica y ahora frente a Croacia, al que estuvo a punto de ganarle —y mereció hacerlo— hasta siete minutos antes del final. Perú, además, había quedado en el camino ante Australia en el repechaje.

    Argentina y Messi, el país y el genio, no solo se convirtieron en Catar en campeones del mundo sino también en símbolos de resistencia y de alternativa al poder europeo, un movimiento acompañado en el Mundial desde otras geografías como el cuarto puesto de Marruecos y las gestas de Japón ante España y Alemania. El fútbol es demasiado global como para ser de un único continente: amamos la Champions League pero Dibu Martínez nunca atajó en un partido en el gran torneo de clubes de Europa, así como Alexis Mac Allister tampoco jugó ni una vez, y Enzo Fernández solo lleva cinco, y Nahuel Molina y Julián Álvarez, apenas seis, y hasta el Cuti Romero no lleva más que 12. Los futbolistas de este lado del mundo entendieron esta redención sudamericana: Arturo Vidal —a pesar de toda la rivalidad deportiva que hay entre Argentina y Chile— felicitó a Messi y festejó con la camiseta celeste y blanca, mientras que el brasileño Ronaldo también se alegró por el 10 argentino. Sabíamos que Messi era un jugador en el que cabía un equipo o un país entero pero no que, también, podía albergar a casi todo un continente, desde el sur del río Bravo hasta Tierra del Fuego. América Latina no se escribe tan distinto de Amessica Latina.

    *Colaborador de El País de Madrid y autor de diversos libros, como El partido. Argentina vs. Inglaterra 1986.

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    2022-12-21T17:40:00