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    La última novela de Enrique Vila-Matas

    Puertas y arañas montevideanas de un catalán afrancesado

    En 1954, Julio Cortázar escribió La puerta condenada, un fino y sobrio cuento fantástico ambientado en el Hotel Cervantes de Montevideo. Medio siglo antes, el uruguayo Julio Herrera y Reissig había revolucionado el ambiente literario hispanoamericano con su poesía barroca, críptica y acusadora de la chatura de la sociedad local.

    Ya en fechas más cercanas a nosotros, atraído por esos dos fenómenos del pasado, el reconocido escritor catalán Enrique Vila-Matas llegó por fin a Montevideo. Antes había recorrido estas latitudes con los textos de Onetti, Felisberto, Idea Vilariño, Mario Levrero y otros nativos.

    También había navegado largamente en Internet alrededor del Cervantes, aquel hotel que Cortázar describió como “sombrío, tranquilo, casi desierto”, y de la Torre de los Panoramas, los dos lugares literarios sureños que habían despertado su curiosidad. Tenía especial interés en ir al Cervantes porque sabía por la ensayista argentina Beatriz Sarlo que la puerta condenada de esa habitación, semitapada por un ropero, era “el lugar exacto en el que irrumpía lo fantástico en el cuento de Cortázar”.

    Se supone que una vez que logró ingresar al país (antes, según contó en 2010 en una columna de El País de España, solo había estado en el aeropuerto) durmió una noche en la habitación 205 del viejo y modesto hotel de Soriano y Andes, ahora rebautizado con el larguísimo Wyndham Esplendor Montevideo Cervantes, y recorrió con emoción la Torre de los Panoramas, muy cerca de allí, en Ituzaingó y Reconquista, la casa donde vivió Herrera y Reissig y en la que reunía a sus amigos detrás de un cartel con la provocadora inscripción: “Prohibida la entrada a los uruguayos”.

    En Montevideo (Seix Barral, 2023), el último libro de este exitoso autor catalán de 75 años, la ciudad es necesariamente al vuelo. Es una impresión. La experiencia en la Torre de los Panoramas, que hoy alberga a la Academia Nacional de Letras, no se extiende demasiado en el libro, más allá de la admiración por Herrera y Reissig. Sin embargo, a partir del cuento de Cortázar, relacionado con otro que casi al mismo tiempo escribió Bioy Casares, el autor desarrolla o enrolla una situación en la que intervienen no solo un gerente, como en el cuento del siglo pasado, sino varios empleados del hotel, que el escritor imagina integrantes de cierta logia.

    Vila-Matas es un autor muy creativo y singular, al que los críticos colocaron en el casillero de vanguardista. Ha publicado decenas de novelas y ensayos y recibido muchos premios, entre ellos, el Nacional de Cultura de Cataluña, el Rómulo Gallegos, el FIL de Guadalajara, el Herralde de Novela y el Chevalier de la Legión de Honor francesa.

    Uno de sus libros más vendidos hasta ahora es Bartleby y compañía, donde indaga acerca de los escritores que dejaron de escribir, como Rulfo y Salinger. Bartleby es el oficinista del breve relato de Herman Melville que, cuando se le encargaba un trabajo o se le pedía que contara algo sobre su vida, respondía siempre: “Preferiría no hacerlo”. A partir de eso Vila-Matas desarrolla lo que llama “los laberintos del no”.

    Caminos hacia la nada

    En uno de sus ensayos afirma: “No es conveniente detenerse en los logros y sí muy interesante escapar de ellos, buscar nuevos retos, llevar con alegría la convicción de que, si bien nunca llegaremos a nada, merecen la pena los recodos de ese camino hacia la nada, porque en algunos de ellos habremos de cruzarnos con insensatas aventuras y tal vez también con nuevas formas inesperadas”.

    Montevideo transcurre en la capital uruguaya y también en París, en el balneario portugués Cascais y en otras ciudades donde un escritor en crisis a causa de no poder escribir reflexiona sobre la novela contemporánea y vive las cosas que luego buscará poner, más o menos, en un texto.

    Que el narrador en primera persona sea un escritor no es un recurso nuevo en este barcelonés traducido a casi 40 idiomas y que nunca entró en la gaudiana Sagrada Familia, según confesó hace poco en el programa Sábado Sarandí. En muchos de sus libros, por ejemplo, en Aire de Dylan, el punto de vista es el de un escritor que se enfrenta a problemas similares y en Chet Baker piensa en su arte (ficción crítica) también hay extraordinarias reflexiones por el estilo. Y también protestas contra el arte “como se entiende actualmente” debido a “esa necesidad que hay de ganarse al público”.

    Luego de una pausa por problemas de salud (por los que recibió un riñón de su esposa), Vila-Matas vuelve con fuerza y sobre todo con el oficio adquirido luego de muchos años escribiendo bien. Muy bien, aun yéndose de manera peligrosa por las ramas.

    Cuando el lector llega a la parte de la novela donde la trama transcurre realmente en Montevideo, ya ha sido atrapado por el autor en París, una ciudad muy sentida por muchos escritores uruguayos y por muchos uruguayos en general. Y por supuesto por Vila-Matas, que autoficciona (aunque no le gusta esa definición) la historia de un escritor que en lugar de escribir, poco antes de la muerte de Franco, se sumerge en el submundo de las drogas en la misma callejuela de Montparnasse, donde antes vivieron genios como Gauguin, Breton y Duchamp.

    Antes de sus días verdaderos en Montevideo, Vila-Matas ya ha mencionado a los “escritores franceses” Clarise Lispector (brasileña), Ida Vitale, Felisberto Hernández y Felipe Polleri (uruguayos) y Madelaine Moore (británica), entre otros. A esta última la convierte en protagonista mayor de la historia, que luego va a relacionar con la puerta condenada y con otras cuestiones fantásticas que transcurren en una habitación montada por ella en el centro cultural Pompidou.

    Bastante antes de que el narrador recorra la rambla Sur, Vila-Matas deja claras varias cuestiones. Una de ellas es su admiración por Paul Valery, el poeta y filósofo francés que, cuando un crítico le reprochó que no se entendía lo que escribía, respondió que no había estado levantándose todos los días a las cuatro de la mañana para escribir necedades.

    Vila-Matas también opina con contundencia que no existe la autoficción, una redundancia, “porque todo es autoficcional”, y tampoco la “no ficción”, “porque cualquier versión narrativa de una historia real es siempre una forma de ficción, ya que desde el instante en que se ordena el mundo con palabras se modifica la naturaleza del mundo”.

    En la entrevista de Radio Sarandí, Vila-Matas contó que al comienzo pensó que Montevideo debía terminar en Barcelona, la ciudad donde reside, pero que luego se dio cuenta de que resultaba mejor que finalizara donde había empezado: en París. Allí es donde se sacan conclusiones acerca de la ambigüedad y la elevación, donde se abren las puertas, con y sin arañas.