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    Macri prepara un giro radical en la política exterior de Argentina, pero prever un “efecto péndulo” regional puede ser apresurado

    Río de Janeiro (Gerardo Lissardy, corresponsal para América Latina). Mauricio Macri acababa de pronunciar su discurso como presidente electo de Argentina en la noche del domingo 22, cuando surgió su primera señal clara del giro radical que se viene en la política exterior de ese país: en pleno festejo dentro de su búnker electoral, apareció saludando y fotografiándose con Lilian Tintori, esposa del líder opositor venezolano encarcelado Leopoldo López. Si quedaba alguna duda de que la estrecha alianza que Buenos Aires y Caracas forjaron en los últimos años tiene los días contados, el propio Macri se encargó de eliminarla pocas horas después, al anunciar el lunes que pedirá suspender del Mercosur a la Venezuela de Nicolás Maduro, “por los abusos que está haciendo, y la persecución de sus opositores y a la libertad de expresión”.

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    El gesto y las palabras de Macri, un ingeniero de centro-derecha de 56 años, anticipan mucho más que un simple cambio en una relación bilateral. Durante los últimos 12 años de gobiernos del fallecido Néstor Kirchner primero (2003-2007) y de su esposa y ahora presidenta saliente Cristina Fernández de Kirchner después, Argentina se volvió un socio clave para el afianzamiento en América Latina de un “eje bolivariano” que tuvo al chavismo de Venezuela como referente principal, y a Bolivia, Ecuador y Nicaragua como miembros plenos. El analista político argentino Sergio Berensztein anticipó en Búsqueda tras la primera vuelta electoral del 25 de octubre que, con el previsible triunfo de Macri, su país tendría posibilidades de “salir de esa tendencia al populismo autoritario” y “volver a una ruta más democrática, con consensos sobre política económica, social, etcétera, mucho más parecida a Uruguay y Brasil”. A su juicio, esto tendrá un impacto singular en toda la región, alterando su geopolítica.

    Después de confirmar su victoria en el balotaje con 51,4% de los votos contra 48,6% del oficialista Daniel Scioli, Macri ofreció más pistas sobre el nuevo rumbo por el que piensa llevar a Argentina en el plano internacional a partir del 10 de diciembre. Durante la misma conferencia de prensa del lunes en que se refirió a Venezuela, el presidente electo definió a Brasil como “el principal socio a futuro” de su país y probable destino de su primer viaje al exterior, sostuvo que buscará lograr un pacto comercial del Mercosur con la Unión Europea y “avanzar en la Alianza del Pacífico”, dijo que también espera mejorar la magullada relación bilateral de Argentina con Estados Unidos, y habló de derogar un polémico acuerdo con Irán para indagar sobre el atentado de 1994 contra la mutual israelita AMIA, que mató a 85 personas.

    Varios analistas y políticos, dentro o fuera de Uruguay, han ido un poco más lejos que Berensztein. Según ellos, este cambio puede señalar el inicio de una suerte de “efecto péndulo” en Sudamérica, que tras años de inclinarse a la izquierda estaría comenzando a volcarse hacia gobiernos más a la derecha. El razonamiento es que, tras Argentina, el dominó seguirá cayendo en la propia Venezuela con un triunfo opositor en las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre, y así sucesivamente en una región donde diversos presidentes de izquierda luchan por sobrevivir a crisis económicas y escándalos de corrupción, como le ocurre a la brasileña Dilma Rousseff.

    Sin embargo, otros advierten que faltan elementos sólidos para sostener semejante escenario.

    “Es buena idea resistir la tentación de ver una sola elección como marcando el comienzo o el final de una marea, especialmente una elección como la de Argentina, con un margen muy estrecho entre los dos candidatos. No hay ninguna señal de que la región se esté moviendo bruscamente de izquierda a derecha”, sostuvo Michael Shifter, presidente del Diálogo Interamericano, un centro de análisis político hemisférico basado en Washington. “Lo que hay es un cierto cansancio con la política de confrontación y un rechazo a los defensores del nacionalismo económico que, en un entorno global menos benigno, ya no estaban ofreciendo resultados”, agregó en declaraciones a Búsqueda.

    “Ola de expectativas”

    Parte de los planes anunciados por Macri respecto a la región dependerán en buena medida del grado de entendimiento que logre con Brasil. El gobierno de Rousseff le puso paños fríos a la idea de usar la cláusula democrática del Mercosur para suspender a Venezuela, un país al que metió a fórceps dentro del bloque regional y en el que tiene importantes intereses económicos y empresariales. Pero la reacción de Brasilia frente a las palabras del futuro presidente argentino fue cauta, con funcionarios expresando anónimamente a la prensa su desacuerdo y señalando que es necesario esperar para ver qué pasará en los hechos. La cumbre del Mercosur agendada para el 21 de diciembre en Asunción podrá ofrecer nuevas pistas en ese sentido.

    Aunque Rousseff y su padrino político y antecesor, Luiz Inácio Lula da Silva, apoyaron la candidatura de Scioli, la mandataria brasileña telefoneó a Macri poco después de su triunfo para felicitarlo. En el gobierno brasileño hasta han surgido voces de optimismo respecto al futuro de las relaciones con Macri, como la de Joaquim Levy, el ortodoxo ministro de Hacienda que sostuvo que el cambio de mando en Argentina traerá una “dinámica favorable” para Brasil si fuese “por el camino de un poco más de liberalismo económico”. Sus palabras reflejan la frustración que muchos en el gigante sudamericano tienen con su principal socio regional, tras una caída sostenida del comercio bilateral desde 2013.

    “El momento que Brasil está pasando ahora está generando una ola de expectativas mucho más alineadas con la lógica de Macri que con la de Cristina. Por ejemplo, existen personas en el gobierno brasileño que en cierta forma culpan a Argentina por no haber finalizado un acuerdo con la Unión Europea. Si Macri fuera capaz de agilizar eso, rápidamente va a ser bien visto por Brasil”, dijo a Búsqueda Thiago de Aragão, analista principal para América Latina de la consultora Arko Advice, con sede en Brasilia.

    A su juicio, ni Macri podrá impulsar “reformas radicales” en su primer año por la falta de mayorías en el Congreso, ni Brasil podrá dedicar mucho tiempo a un “conflicto de ideas” con Argentina debido a la gravedad de los problemas domésticos que enfrenta. Esos problemas incluyen una prolongada recesión que según el FMI llegará a 3% del PIB este año y a 1% en 2016, un creciente déficit fiscal y una peligrosa crisis política. Pese a todo esto, y con índices de aprobación de apenas 10%, Rousseff logró en las últimas semanas acuerdos políticos que parecen haber reducido la posibilidad de un juicio político en el Congreso que termine abruptamente con su mandato, que recién expira a fines de 2018.

    Con el PIB argentino camino a la recesión y una inflación de dos dígitos, la economía también es el principal desafío de Macri, que se desempeñaba como alcalde de Buenos Aires, fue presidente del popular club de fútbol Boca Juniors y es hijo de uno de los empresarios más ricos del país. Se espera que desde la Casa Rosada se enfoque en recuperar la confianza internacional en Argentina, por ejemplo buscando un acuerdo con los acreedores de deuda impaga que le permita volver a mercados voluntarios de financiamiento. Aunque ha evitado ofrecer detalles sobre las medidas que espera tomar, explicando que ignora la situación real del país ante la falta de estadísticas oficiales confiables, muchos anticipan que el ajuste será doloroso, aunque lo implemente de forma gradual.

    En ese contexto, Macri deberá romper además con la extendida creencia de que nadie ajeno al peronismo es capaz de gobernar Argentina. Esto se basa en los antecedentes de tres presidentes caídos en desgracia en el último medio siglo: Arturo Illia fue derrocado en un golpe de Estado en 1966, mientras Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa abandonaron el poder en medio de crisis económicas y protestas sociales en 1989 y 2001 respectivamente. Los tres eran de la Unión Cívica Radical, un partido al que Macri no pertenece, pero con el que está aliado en la coalición Cambiemos, e integrará su gobierno.

    El próximo gabinete argentino fue anunciado ayer miércoles por su futuro jefe, Marcos Peña, un articulador político que es mano derecha de Macri. En el equipo destaca la presencia de Alfonso Prat Gay como ministro de Hacienda y Finanzas (presidió el Banco Central durante los gobiernos de Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner), Rogelio Frigerio como ministro del Interior (es economista y ocupó diversos cargos en el sector público desde los años 90) y Susana Malcorra como canciller (una ingeniera que se desempeña como jefa de gabinete del secretario general de la ONU, Ban Ki-moon).

    En su primer discurso tras la dura derrota electoral que sufrió, la presidenta saliente Fernández de Kirchner lanzó una señal de que ella y sus tropas se preparan para dar batalla desde la oposición: “Si alguien quiere arrebatarle sus derechos, ahí estaremos”, dijo. El propio Macri ha descartado que tenga previsto eliminar programas sociales para los más necesitados que fueron implementados desde 2003, consciente de que este es un tema sensible en su país y que tocarlos le puede implicar un riesgo político mayor.

    “Aquellos que reemplazan a líderes más de izquierda son suficientemente listos para dejar en marcha los avances sociales. Un cambio abrupto para volver al dominio del mercado y al rechazo del papel del Estado en fomentar una mayor equidad implica el riesgo de un revés político y, en definitiva, de gobernabilidad. Algunas lecciones se han aprendido”, señaló Shifter. “Invocar la noción tradicional del ‘efecto péndulo’ no logra captar lo que está ocurriendo”.

    Información Nacional
    2015-11-26T00:00:00