Nuevo tesoro para el cine latinoamericano

A Loayza, quien estuvo la semana pasada en Montevideo presentando la película y conversando en cines con los espectadores junto con el productor uruguayo Federico Moreira, se lo vio en plenitud al momento de dialogar y compartir anécdotas sobre su obra y primera película. Motivos no le faltan para mostrarse orgulloso. Por su apuesta audiovisual, sus riesgos narrativos y un relato que alienta las discusiones sobre el medio ambiente, el éxodo rural, el amor en la tercera edad y la muerte, Utama resulta ser una de las películas más estimulantes que se han visto en el cine latinoamericano reciente.

El cambio climático, que ha secado su región y ha hecho de la lluvia una visita esporádica, ha cambiado sus rutinas por completo. Mientras que Virginio debe pastorear a las llamas de las que viven por kilómetros, Sisa debe ir hasta un río para traer el agua que les hace falta más que nunca. La distancia física entre ambos, además, se ve empeorada por un secreto. Virginio tiene una enfermedad en sus pulmones y es capaz de reconocer que sus días están contados. No quiere que su pareja ni la familia de ambos lo sepan. Es su secreto para cargar.

Utama plantea, en su comienzo, más de un reto para los espectadores deseosos de un cine despojado de sutilezas. Hay algunas notas oníricas, un protagonista parco y un primer acto que apuesta a los silencios pero también a la tensión, una sensación impulsada por la construcción sonora y musical, que plantea una extrañeza y peligro que aleja al relato de un costumbrismo soporífero más común en otros retratos sobre las poblaciones indígenas.

Cuando Virginio y Sisa son visitados por su nieto, Clever (Santos Choque), Utama cambia por completo. Clever, que llega en moto, con teléfono en mano y auriculares sobre el cuello, irrumpe como un pisotón de modernidad, trayendo la película al presente y convirtiéndola en un drama familiar con tres estupendas actuaciones del acotado elenco principal.

Entre otros aciertos se encuentran las labores de múltiples realizadores uruguayos. El montaje de Fernando Epstein le da a la película su pulso necesario, con un ritmo que no deja que el espectador sienta que la belleza de los paisajes retratados es lo único que los planos tienen para aportar. Epstein y Loayza parecen confiar en poder capturar al espectador con un comienzo poco tradicional para luego permitir que la película tenga mayores respiros.

La fotografía de Bárbara Álvarez se luce sobremanera en la pantalla grande, en particular cuando se aleja de una búsqueda en la simetría y apuesta a transmitir el vacío del desierto de otras formas. Los recursos que usa para reflejar la calidez del pequeño hogar que los dos protagonistas han construido con sus propias manos también son meritorios. Sus primeros planos, en tanto, son inolvidables.

El sonido, que tuvo a Fabián Oliver y Moreira como principales responsables, también apela a convertir a Utama en una experiencia multisensorial, pero el detallar cómo lo hace arruinaría, en particular, una idea ingeniosa y arriesgada que une el secreto de Virginio con la experiencia de ver la película en sala.

Virginio no es un protagonista fácil de querer pero Loayza es capaz de construir, poco a poco, un camino de empatía frente a una historia humana que no se ve todos los días. Habrá que recordar a este cineasta como una figura a seguir en sus próximos proyectos (su segunda incursión lo llevará a la selva, según contó recientemente a Búsqueda) y esperar otras colaboraciones como Utama dentro del sector audiovisual uruguayo, que con sus partenaires de la región puede continuar elevando un cine que aún tiene mucho con qué sorprender.