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En la visión cinematográfica del director estadounidense Ira Sachs, la química actoral no es un simple ingrediente, es el corazón de su arte. Con Pasajes, su más reciente película estrenada en cines uruguayos, Sachs se adentra en un terreno donde las emociones fluyen sin restricciones en las profundidades de dos estados emocionales extremos: el arrebato apasionado y el abismo del desprecio.
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Pasajes se sumerge en un triángulo amoroso entre el cineasta Tomas (Franz Rogowski), su esposo, Martin (Ben Whishaw), y la maestra Agathe (Adèle Exarchopoulos), quien comenzará una relación con Tomas. A través de los cuerpos de estos actores, la película se sumerge en el deseo y la belleza, explorando las complejidades de las relaciones actuales y desafiando la noción del amor, con una pasión raramente vista en el cine romántico contemporáneo.
Influida por los cineastas europeos Éric Rohmer y Maurice Pialat, Sachs encuentra su inspiración en París y busca su libertad como director en la complejidad del amor en todas sus facetas, a través de un estilo cinematográfico maduro. Con una puesta en escena poco convencional que logra una intimidad inusual entre los personajes, se produce una proximidad cautivadora que realza el trabajo de su trío de protagonistas.
Rogowski, Exarchopoulos y Whishaw aportan diferentes perspectivas sobre la representación de la sexualidad en el cine. En entrevistas, Rogowski, el actor alemán del momento, quien aquí interpreta a un director de cine narcisista y bisexual, usa su personaje para explorar la falta de moral en un rol protagónico para nada común. Exarchopoulos, cuya carrera se disparó con La vida de Adèle, ha dicho que ve las escenas de sexo como formas de mostrar las complejidades de sus personajes. Considera, además, que el sexo es una parte esencial de la vida de un personaje y puede revelar mucho sobre su identidad. Whishaw, por su parte, se consolida como un intérprete crucial para generar una intimidad auténtica y significativa que la película de Sachs demanda.
En este trío se realiza una danza incesante de desequilibrios. Sachs prefiere el resguardo de los interiores en la capital parisina en contraposición a las ruidosas calles saturadas de romance. Dentro de sus apartamentos, los protagonistas, inmersos en sus propios infiernos personales, tomarán las decisiones que definirán sus vínculos personales. En el centro de ellas estará Tomas, un protagonista magnético y desafiante que mantiene el doble rol de cineasta exitoso y buscador incansable del reconocimiento en el abrazo de una contraparte romántica, ya sea masculina o femenina. Franz, pedaleando en su bicicleta, se convierte en el enlace móvil entre los apartamentos de Martin y Agathe. Sachs despliega su maestría en la pantalla y ofrece una película con varios elementos destacables: vestuarios inolvidables, apartamentos que parecen palpitar con vida propia y cuerpos irresistibles y llenos de atractivo que hipnotizan al espectador.
Sumergirse en Pasajes equivale a vivir momentos de intensidad como el primer encuentro entre Tomas y los padres de Agathe. Es una cena que se inicia con pinceladas cómicas para desembocar en un choque entre generaciones impregnado de una tensión que se puede sentir en el aire y de interrogantes que reflejan la multiculturalidad de Francia. Se trata de una escena que resume las metamorfosis emocionales de la película.
La interpretación de Tomas realizada por Rogowski se centra en la lucha interna del personaje por ser visto y comprenderse a sí mismo. Aunque sus acciones pueden ser difíciles de justificar, Rogowski busca humanizar a Tomas con su anhelo por el reconocimiento y su dificultad para establecer relaciones íntimas. Con sus ojos, su voz y sus gestos, Rogowski transmite una comprensión sutil de que Tomas no es malvado, sino más bien una persona autónoma, incapaz de comprender plenamente las necesidades y los deseos de los demás. Es un personaje en constante contradicción, cuyas acciones cuestionan ciertas convenciones de la empatía.
En Pasajes, las tensiones dramáticas alcanzan su plenitud en las elipsis de Sachs, quien persigue el impacto a través de sutiles saltos temporales. En un lapso de 90 minutos, somos testigos de la transformación de Tomas, quien inicia su viaje con el dominio absoluto de su entorno para terminar en el lugar opuesto.
La primera escena lo revela por completo: es un director obsesionado con dirigir cada mínimo gesto a su alrededor. Sin embargo, para cuando los créditos finales se asoman, el amor, aquello en lo que parecía refugiarse, le ha sido arrebatado, dejándolo a la deriva. La película comienza en la quietud de un set de filmación y se dirige hacia la acción de la calle, con Tomas pedaleando hacia el olvido. Con el baile como el propulsor latente de la narrativa, dado que así es como Agathe y Tomas se conocen, la dirección hacia el movimiento como liberación es coherente. Es un elemento que, de manera metafórica, refleja la transición de Tomas, un manipulador del tiempo (¿acaso el cine no es eso?), hacia un estado donde el control más personal que tenía se ha esfumado.