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El desafío era grande. Destilar tres docenas de textos de autores latinoamericanos inspirados en Cien años de soledad con la actuación de 30 actores, la música de 50 intérpretes y el diseño de otros tantos creadores de escenografía, vestuario, luces, música, coreografía, animación digital, pinturas, telones, objetos de utilería, peluquería y maquillaje. Marianella Morena y Paula Villalba, las directoras a quienes el director de la Comedia Nacional, Gabriel Calderón, encomendó la dirección y puesta en escena de Macondo, se embarcaron durante los últimos 12 meses en un enorme destilado: hacer pasar gran parte del universo simbólico de Gabriel García Márquez por un doble alambique: el dramatúrgico, el arte de llevar la palabra y las ideas al escenario, que operó en mayor medida Morena, y el estético-plástico, un territorio enorme lleno de disciplinas, oficios y saberes que ya no tiene ningún secreto para Villalba, quien hace rato que dejó de ser solamente una vestuarista para ser una todoterreno de la dirección de arte. Más que un destilado, la empresa en la que se embarcó la compañía entera durante los últimos meses fue una obra de alquimia.
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El bosque tropical en la explanada del teatro es una notable instalación del paisajista Rodrigo Carrau. Cien metros cuadrados verdes y frondosos, un entorno cautivante, con grandes plantas, arbustos, árboles, palmeras, senderos forrados de hojarasca y cortezas desprendidas. La selva estampada contra la fachada del Solís provoca un choque de sentidos entre la naturaleza exuberante y los 170 años que lleva esa columnata de piedra ocre en la retina de los montevideanos, y provoca en los caminantes el deseo de jugar a mirar desde todos los ángulos posibles.
Una vez flanqueada la jungla, la función de Macondo comienza en los pasillos, un rato antes que en el escenario. Varios personajes que después veremos adentro deambulan entre el público. Una adivina predice el futuro en una gran carpa instalada en el hall, un mendigo deambula por el pasillo exterior, sobre el piso de damero y otros seres extravagantes entran y salen. Todos interactúan con los espectadores. Hay quienes, muy sueltos, entran en el juego y también abundan quienes, influenciados por el efecto Petru Valenski, escapan al trance.
El interior del teatro ha sido sensiblemente modificado. El escenario se extiende varios metros sobre la platea y en las tertulias; en lo alto, se asoman unos cuantos portales, como pequeñas instalaciones forradas con páginas de libros, en los que aparecerán personajes a lo largo de la función. La orquesta de 50 músicos (de la Filarmónica y Banda Sinfónica) ocupa dos tramos de las tertulias, a ambos costados, una mitad en la parte baja y la otra en lo alto, lo que crea una espacialidad sonora muy agradable.
La escena de las mariposas amarillas
Como estaba anunciado, el ensamblaje de los textos, en el que también participó la experimentada dramaturgista y guionista argentina Esther Feldman, adoptó un criterio impresionista. Cero objetividad hacia la novela. Todo subjetividad al palo para extraer la esencia conceptual de Úrsula, Rebeca, la tierra y la cal, Amaranta, Aureliano, el hielo y los fusilamientos, Mauricio Babilonia y las mariposas amarillas. “Una experiencia vivencial con la novela, una tensión entre lo inabarcable, lo infinito y lo concreto”, dice Morena en el programa de mano. Aparece, por ejemplo, un énfasis feminista cuando ese coro de mujeres lamenta con llanto enfurecido la aniquilación de las mariposas. La asociación con las masivas manifestaciones contra los femicidios y la violencia machista es más que obvia.
Morena apela a ese principio que rige toda acción artística que confiere el final del trabajo creativo a la imaginación y la interpretación del espectador. “El pacto ficcional es más poderoso cuando derribamos sus propias fronteras”, proclama. Y allí radica la principal dificultad que presenta Macondo: al no tratarse de una representación de la novela, o de sus pasajes puntuales, quien no la ha leído accede a una porción bastante angosta de las implicancias de esta múltiple escenificación. Esto sucede con cualquier adaptación, se podría argumentar. Es verdad. Pero por algo la propia Macondo advierte sobre estas dificultades en su clímax narrativo, cuando un grupo de extravagantes personajes agentes del poder, trajeados de negro —principal reservorio de humor en Macondo— irrumpe en escena y objeta, a los gritos, todos los problemas que tiene esta versión. Que no es literal, que es dispersa, que es una selección caprichosa de algunos elementos macondianos. Por algo también esta obra se llama Macondo y no Cien años de soledad. También es verdad. Pero no deja de ser cierto que en lo conceptual esta obra funciona al cien por ciento solo para los entendidos. Y ello compromete la apreciación emotiva de una porción importante del público.
Ahora bien, en el plano escénico, el despliegue es deslumbrante, y es capaz, sin dudas, de llenar ojos y oídos de gran parte de la platea. Estamos ante un espectáculo de gran porte, una puesta en escena de dimensiones operísticas. Para encontrar un antecedente de estos quilates hay que retroceder a 2004 y 2005, a Las mil y una noches, megaespectáculo en dos partes que marcó el regreso de la Comedia al Solís tras su refacción. El despliegue de escenografía, luces y vestuario es imponente. Las animaciones visuales que recrean un mundo marino en el fondo del escenario son de una belleza exquisita. La diversidad de lenguajes y recursos también es un aspecto a destacar: la narración, el diálogo, lo performático y lo coreográfico. Todo tiene su momento. Los cuadros coreografiados por Marina Sánchez, la alegoría de los fusilamientos y un pelotón militar que pisotea el escenario con sus botas son algunas de las escenas de mayor impacto.
La escena del pelotón militar
En tanto, la dimensión musical es despareja. Por un lado, las composiciones de Franco Polimeni conforman una muy inspirada y bella sinfonía tropical, con un crisol de géneros y estilos de raíz caribeña orquestados con alta factura armónica y rítmica. Por otro lado, el despliegue vocal de los intérpretes de la Comedia Nacional es históricamente desparejo. Hay muy buenos cantantes y también de los otros. Y eso se escucha.
El desafío era grande. Y más allá de los claroscuros, el inédito éxito de convocatoria de Macondo (las 12.000 entradas para las 21 funciones se agotaron un día antes del estreno) confirma algo que está en el aire desde que el año pasado se estrenó Estudio para la mujer desnuda: esta Comedia está protagonizando un fenómeno de similares dimensiones al ocurrido en la década pasada con el Ballet del Sodre.