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Fue tipógrafo, vagabundo, aventurero, soldado, minero, marino y periodista, todo antes de publicar su primer libro. Y después vino el significado que tuvo en la historia y resumió Hemingway: “Toda la literatura moderna estadounidense procede de un libro escrito por Mark Twain llamado Huckleberry Finn. (…). Todos los textos estadounidenses proceden de este libro. Nada hubo antes. Nada tan bueno ha habido después”.
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Las aventuras de Huckleberry Finn, publicada originalmente entre 1884 y 1885, retoma personajes que aparecían en su antecesora: Las aventuras de Tom Sawyer (1876). Huck Finn es el narrador y protagonista, habla la lengua popular y vernácula, la de las calles y sectores marginales. Es el mejor amigo de Tom y apareció por primera vez en Tom Sawyer como el “joven paria” de San Petersburgo, pueblo de Missouri. Era el hijo del borracho local, un hombre violento que lo había dejado al cuidado de una viuda puritana. Cuando el padre decide regresar al pueblo, Huck finge su propia muerte y huye en una balsa por el río Misisipi junto con su amigo negro Jim, cuya dueña quiere venderlo como esclavo. Así comienza una aventura río abajo en busca de la libertad.
Una nueva edición en la colección Grandes Clásicos, de Literatura Random House, trae un prólogo de lujo del escritor chileno Roberto Bolaño, fallecido en 2003, e ilustraciones del dibujante norteamericano Edward Kemble. “¿Qué nos quiso decir Twain?”, se pregunta Bolaño. “Muchas cosas, todas razonablemente descodificadas: que la vida solo merece la pena ser vivida en la adolescencia y que la adolescencia, el territorio de la inmadurez, puede prolongarse tan lejos como se prolongue la libertad del individuo”.