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Uruguay es un país agroexportador. Nuestra principal fuente de divisas son los productos de origen agropecuario, aproximadamente el 75% de nuestras exportaciones tienen origen agroindustrial. Somos un país con una producción agropecuaria mucho mayor a la capacidad de consumo interno. La matriz económica de nuestra sociedad se sustenta en la vocación agroexportadora. Es lo que somos y seguiremos siendo.
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Desde los comienzos de nuestra historia, la ganadería ha sido el rubro por excelencia que ha liderado las exportaciones. La mitología local le otorga a Hernandarias este logro, por tener la visión de comenzar con la explotación ganadera hace más de 400 años. Pero en realidad lo que explica este desarrollo es la ventaja comparativa que naturalmente tenemos en la producción de pasto.
Una ubicación geográfica privilegiada, suficientemente al sur como para producir pasturas templadas y, a su vez, suficientemente al norte como para producir pasturas estivales. Eso, con un promedio de precipitaciones de 1.200 milímetros por año, distribuidas de forma razonablemente similar durante todo el año, y con suelos buenos para sustentar esa producción. Sobre esa base se desarrolla toda la cadena, algo tan simple y natural como una vaca comiendo pasto.
También es cierto que felizmente las exportaciones en Uruguay se han diversificado y aparecieron nuevos rubros de exportación, que cobraron relevancia significativa. Por un lado, la forestación, con los productos asociados que genera; por otro, lado la agricultura, con la soja como principal producto, sumando otros cultivos, algunos tradicionales, como arroz, trigo y cebada, y otros relativamente nuevos, como colza, entre otros.
La clave pasa por la competitividad que pueda tener cada cadena en relación con la producción de esos mismos productos en otros países, o en relación con la producción de sustitutos. Las cadenas que logran despegar son las que realmente capitalizan las ventajas de su competitividad intrínseca y la sostienen en el tiempo.
El caso de la forestación es paradigmático. El Uruguay cuenta con condiciones naturales muy favorables para la producción forestal, sin embargo, no se desarrolló hasta que se desarrolló una política de Estado específica para el impulso del sector, que comenzó en 1987, con la promulgación de la Ley Forestal (15.939).
Continuó con una política de estímulo permanente al sector en la facilitación del desarrollo industrial. Hoy el desafío está en cómo seguir. Por un lado, las empresas cuentan con una protección artificial en la fase industrial, al estar en zonas francas, por lo que están aisladas del costo país. Y por otro, en la producción primaria falta evolucionar a sistemas más integrados con el resto de las producciones, y con mayores certezas en los caminos para seguir creciendo sin provocar impactos no deseados. De todas formas, hay una premisa ancestral que sigue vigente: plantar árboles está bien.
El caso de la agricultura es diferente, porque es un rubro que surge desde los propios comienzos de nuestra nación, pero tomó un verdadero impulso con perfil exportador hace unos 20 años, con la demanda de China por el grano de soja, y asociado con la tecnología de la siembra directa.
La agricultura se ha diversificado con varios cultivos en rotación, logrando sinergia con la ganadería, desarrollando otros productos exportables más allá de la soja y logrando sustentabilidad en la producción. El desafío principal que tenemos es que en realidad no somos un país agrícola. Desde el punto de vista competitivo, estamos por debajo de otros países que tienen productividades muy superiores a las nuestras, más estables y a menor costo.
Esta realidad le pone un límite a la expansión agrícola uruguaya, acotada a zonas con suelos extremadamente productivos y en zonas sin grandes limitantes logísticas. El crecimiento agrícola solo será posible si levantamos las limitaciones que tenemos naturalmente, como, por ejemplo, el riego, y/o si pensamos en una expansión con agricultura para alimentación animal, donde la producción agrícola se venda transformada en proteína animal.
El camino adecuado es el de continuar la diversificación, pero debemos tener en cuenta que Uruguay es muy caro para producir. Por lo tanto, hay que tener mucho cuidado a la hora de apostar a nuevos rubros, posiblemente la mayoría de las carreras se pierdan antes de empezar. Las aventuras en rubros no competitivos le cuestan muy caras a la sociedad.
En definitiva, Uruguay es y seguirá siendo un país ganadero. La ganadería en muchas zonas es el único rubro posible, y en otras zonas es un rubro que amalgama los sistemas de producción y permite el aprovechamiento de los recursos. Tenemos un proceso eficiente, virtuoso y sustentable, además de productos derivados de la ganadería que son reconocidos y cada vez más valorados.
De todas formas, lo más importante es que exista competencia entre los rubros, que haya opciones. Seguir avanzando en la integración de las diferentes alternativas, buscando sinergias y con beneficios en el medio ambiente.
Entender estos procesos es fundamental para alinear las decisiones en políticas públicas que terminan afectando los equilibrios y que siempre deberían ser a favor de la competitividad. Aunque no nos demos cuenta, Uruguay es un país gobernado por la inteligencia aplicada a la fotosíntesis.
* El autor es productor agropecuario y asesor, ingeniero agrónomo (MAA), director de INIA y vicepresidente de la Federación Rural.