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Crisis bancarias en el mundo duran en promedio unos tres años y medio; ¿y las uruguayas?
Estandarizando información disponible, una economista del Banco Central estableció las fechas de inicio y culminación de unos 250 episodios de problemas en los sistemas financieros, incluidos dos ocurridos en Uruguay
Un estudio del BCU testeó cómo influyen distintos formatos de comunicación en las expectativas de inflación de los empresarios
El momento de inicio de la última gran crisis bancaria que enfrentó Uruguay puede ser discutible. En enero del 2002, la salida a la luz pública de la denuncia de estafa que involucró a accionistas del Banco Comercial puso en alerta a todo el sistema financiero, aunque ya desde antes el regulador tenía bajo vigilancia especial a otras instituciones que tenían nexos con Argentina. La intervención, en febrero, del Banco Galicia Uruguay y la desconfianza sobre la solvencia fiscal que derivó por entonces en la degradación de la calificación de riesgo de la deuda pública uruguaya activaron una corrida de depositantes, que se fue intensificando en los siguientes meses. Los retiros fueron amainando después de una reestructuración bancaria, pero no se frenaron del todo hasta después de un canje de bonos en 2023. Las secuelas económicas perduraron más.
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En Del caos a la claridad: análisis comparativo de conjuntos de datos de crisis bancarias sistémicas, una economista del Banco Central del Uruguay (BCU) plantea un enfoque de organización e integración de información ya disponible referida a 251 episodios únicos de crisis bancarias sistémicas ocurridas en el mundo —incluidas las uruguayas de principios de 1980 y comienzos del 2000—. Según ese estudio, la duración promedio fue de 3,48 años, con una mediana de tres años, lo que indica que la mitad de las crisis se resuelven en este lapso.
A pesar de la “importancia crucial de comprender las crisis bancarias”, persisten “desafíos significativos, en particular inconsistencias en las definiciones, metodologías y datación de las crisis en los conjuntos de datos existentes. A diferencia de las recesiones económicas, que suelen definirse como dos trimestres consecutivos de caída del Producto Interno Bruto real, las crisis bancarias sistémicas carecen de una definición universalmente aceptada, lo que complica aún más su identificación”, argumenta la autora, María Victoria Landaberry.
“Estandarización” de las crisis
El nuevo estudio analiza nueve conjuntos amplios de datos referidos a crisis bancarias sistémicas a escala mundial elaborados por distintos autores; la selección de estas bases se hizo en función de su relevancia en la literatura, medida por la cantidad de citas registradas en Google Scholar hasta diciembre del 2024.
Landaberry sostiene que las definiciones de lo que constituye una crisis bancaria varían considerablemente entre estas bases de datos. Estas divergencias en cómo se entienden y clasifican provocan inconsistencias al momento de identificar cuándo ocurrieron, cuánto duraron y cuán graves fueron. Tales discrepancias tienen consecuencias para quienes estudian o diseñan políticas sobre la estabilidad financiera. Por otro lado, no todos los países están igualmente representados: las economías más avanzadas tienden a tener datos más consistentes, mientras que en los países de menores ingresos hay más incertidumbre respecto de la información considerada.
Para analizar estas divergencias, la economista aplicó herramientas que permiten comparar y agrupar los distintos enfoques usados por los autores de las nueve bases de datos. Halló que, aunque ha mejorado la coincidencia sobre cuándo comienzan las crisis —sobre todo las más cercanas en el tiempo, gracias a una mejor disponibilidad de datos—, subsisten desacuerdos importantes acerca del momento en que terminan. De hecho, solo el 29% de las crisis identificadas por al menos dos de los conjuntos de datos coinciden plenamente en sus fechas de inicio y de finalización. Además, los resultados muestran que, si bien los conjuntos de datos tienden a ser más consistentes a la hora de identificar las fechas de inicio de las crisis, existe una mayor variabilidad e incertidumbre respecto a la determinación de su momento de desenlace.
En su estudio, Landaberry propone unificar los datos mediante una regla sencilla: tomar como válidas las fechas de comienzo y de cierre que más se repiten entre los distintos conjuntos de datos. Este enfoque no introduce nuevos criterios ni mediciones, sino que organiza e integra la información ya disponible de manera coherente, lo cual mejora la fiabilidad de los datos para investigadores y responsables de política económica.
Si bien según estos criterios unificados la duración media de las crisis es de alrededor de tres años y medio, existe una “variabilidad notable, con una duración mínima de un año y una máxima de 12” entre los episodios analizados.
Del conjunto total de datos unificados para los 251 episodios de crisis bancarias sistémicas analizados, 108 conservaron sus fechas originales. En 95, solo cambió una fecha (en 15 casos se modificó el inicio y en 80, la finalización). Además, para 48 episodios se revisaron de manera simultánea las fechas de comienzo y de cierre. “Este proceso equilibra la necesidad de coherencia con la flexibilidad para dar cabida a diferentes perspectivas sobre la duración de las crisis entre conjuntos de datos”, señala la autora.
En un apéndice del estudio, las dos crisis en Uruguay figuran con las siguientes fechas unificadas de inicio y culminación: 1981 y 1985 la que comúnmente se identifica con el quiebre de la “tablita” cambiaria ocurrido en noviembre de 1982, mientras que la más cercana en el tiempo se extendió entre el 2002 y el 2005.
Argentina aparece en ese listado con ocho crisis, la primera en 1890 y la última la de 2001, que contagió a Uruguay. Todas duraron menos que el promedio que surge del nuevo estudio recientemente publicado por el BCU.
Brasil figura también con ocho episodios, aunque ninguno ocurrido en el presente siglo (el más cercano tiene fecha de terminación en 1999).