Primeros rasgos genómicos: la incertidumbre matrizó fuerte el ADN uruguayo, y mantenemos una actitud de desconfianza respecto de la estabilidad reciente. Como ahorristas e inversores, estamos dispuestos a perder ganancias —el peso fue una mejor opción en años recientes— y preferimos atesorar dólares porque nos creemos más seguros. ¿Te sentís aludido? Yo, un poco.
El apego a ciertos mecanismos de indexación para corregir los efectos de nuestros desarreglos económicos puede ser parte del mismo eslabón.
El Estado en el ADN
Nicolás Trajtenberg, un doctor en Ciencias Sociales, también aludió a nuestra estirpe genómica cuando, en junio, el gobierno anunció medidas para simplificar trámites y bajar costos en operaciones de comercio exterior. En la red social X escribió que hay “dos premisas que (el) homo uruguayensis jamás cuestiona: 1) no toda regulación es buena; 2) si lo hace el Estado es bueno”.
No muy lejos de ese enfoque liberal, Javier de Haedo, director del Observatorio de Coyuntura Económica de la Universidad Católica, sostiene que tenemos “un ADN social-estatista o batillista”. Según él, detrás de esos genes está nuestro permanente déficit fiscal, el alto endeudamiento y un sector público muy inmiscuido en la economía.
Desde la izquierda, en tanto, los economistas Germán de Agosto y Fernando Esponda ven en los uruguayos una especie “batllista-rawlsiano-artiguista”.
Queremos un Estado activo y presente, ya que tenemos una preferencia por ciertos niveles de bienestar y de equidad. Al mismo tiempo, nos quejamos porque sentimos —con bastante razón— que nuestro aporte con impuestos es alto o se malgasta. El “gen” político del Homus uruguayensis lleva impreso este dilema.
La penillanura
¿Tiene algo que ver la geografía con el tipo de Estado que convalidamos como sociedad? Sebastián Mazzuca, un argentino que es profesor en la Johns Hopkins University, en Estados Unidos, abordó este tema en el libro Formación de Estados rezagados. Geografía política y deficiencias de capacidad en América Latina, y conversé con él sobre historia y actualidad en una entrevista que publiqué en Búsqueda hace un par de años.
Me dijo que Uruguay, al igual que Chile y Costa Rica, son “excepciones históricas” de países chicos con Estados “más o menos eficientes: no son tan capaces como los europeos, pero tienen territorios mucho menos complejos que los de Argentina y Brasil. Ambos colosos son territorios disfuncionales: combinan regiones donde las zonas más dinámicas sufren el parasitismo fiscal de las periferias y las periferias padecen la ‘enfermedad holandesa‘, o sea, falta de competitividad en el comercio internacional inducida por el tipo de cambio que crean las zonas dinámicas. (...) El problema de disfuncionalidad territorial no se ha resuelto y, encima, sigue estando ahí el uso del aparato del Estado por los partidos como botín de guerra, es decir, para generar bienes privados o partidarios en vez de bienes públicos”.
Cavernicola
Un Homus uruguayensis planificando su futura organización social, creado con inteligencia artificial.
Mazzuca le atribuye a Uruguay otro diferencial en su ADN. “Que tenga un gran background liberal en el sentido amplio —no de palabras bastardas, como neoliberal—, de libertades políticas, de tradiciones cívicas, de aceptación del comercio internacional —con ciertas limitaciones que existen en todas partes del mundo—, de entender la división internacional del trabajo, facilita la calidad de gobierno. Es una calidad muy superior —aunque a lo mejor algunos uruguayos se quejan—, sobre todo teniendo en cuenta la alternancia, y una alternancia que de todas maneras acumula bienes públicos y es más productiva que en el resto de América Latina”.
La entrevista es larga y, si te interesa, la podés leer completa por acá.
Sociedad de cambios graduales
En 2023, después de visitar el país y hablar con personas de varios ámbitos, Brian Winter, un analista que conoce bien América Latina, escribió un artículo —titulado Lo que Uruguay puede enseñarnos— para la revista Americas Quarterly, que publica la Americas Society/Council of the Americas. Lo llamé a Nueva York para entender mejor esa mirada optimista: entre otras cosas, cree que nosotros aprovechamos mejor que varios en la región y, de manera sostenible, el último ciclo de altos precios de los alimentos y otras materias primas que exportamos al mundo.
Un aspecto que remarcó fue que los empresarios y otros actores del sector privado expresan “gran frustración” con que las cosas se hagan lento o “a la uruguaya”, si bien valoran los “consensos y la estabilidad” en torno a las políticas o las reformas.
Parece haber allí otro indicio genómico que ve más de uno.
Martín Rama, un uruguayo que fue economista jefe para Asia del Sur y para América Latina del Banco Mundial, está convencido de que Uruguay prosperó mucho desde el retorno a la democracia, pero le preocupa nuestro “quietismo”. Considera que el “profundo consenso que nos une” evita “desgarramientos dolorosos” como se ven en países vecinos, aunque esto también refleja “incapacidad de visualizar el camino a recorrer si quisiéramos volvernos un país desarrollado de verdad y no uno de medio pelo”.
En los años 90 Rama publicó el ensayo El país de los vivos: un enfoque económico, que cité en esta anterior entrega de la newsletter, donde ponía en cuestión aspectos de nuestro ADN.
La idea de una sociedad con resistencia a las mutaciones se menciona también en un interesante documento de esos mismos años que descubrí haciendo esta pesquisa genómica. Es un libro —Uruguay, a country study— elaborado por la Reserva Federal de Estados Unidos para la Librería del Congreso, que incluye abundante información sobre el proceso histórico, social, económico y político, y un capítulo referido a la seguridad nacional (con un muy detallado inventario de nuestro subdesarrollado equipamiento militar).
Una pasaje señala que “Uruguay solía ser conocido como la ‘Suiza de Sudamérica’, no por similitudes geográficas con ese país europeo sino por haber sido la “primera socialdemocracia continental”, por tener un sistema de “bienestar social integral” y por su población “mayoritariamente urbana, homogénea y relativamente bien educada. Un eslogan político de la década de 1940 proclamaba con orgullo: ‘No hay lugar como Uruguay’”.
Avanzando medio siglo, agrega: “Sin embargo, a diferencia de los suizos, para quienes la modernización y el tradicionalismo eran mutuamente compatibles, los uruguayos en general se resistieron obstinadamente” a la visión planteada por algunos políticos en la década de 1990 de “una economía de libre mercado” y a “cambiar sus viejas costumbres, que aún incluían el reparto de leche en carretas de caballos en Montevideo. Esta predilección por el tradicionalismo sobre el modernismo se explicaba en parte por el hecho de que Uruguay, un país con una baja tasa de natalidad y una alta esperanza de vida, tenía la población más envejecida de América Latina”.
El libro recoge una cita de Jorge Batlle —tomada, casualmente, de una entrevista con Búsqueda como candidato presidencial en 1989—: “Uruguay es el país más difícil de cambiar en América Latina porque, al ser el país más pequeño, carece de masas que puedan pasar rápida o violentamente de un lado a otro, y tiene una clase media relativamente próspera que siente que hay pocas oportunidades de encontrar fácilmente otro destino sin perder el que ya tiene”.
Consumo, ahorro y algo más liberales en lo social
Para esta edición de la newsletter, a Mariana Pomiés le pregunté si cree que hay tal cosa como un “gen” que nos hace a los uruguayos particulares en lo económico. Su mirada desde la sociología y la investigación de opinión pública en la consultora Cifra es interesante:
“No sé si existe el Homus uruguayensis o algo así, pero sí hay cosas que nos caracterizan en el consumo y en nuestro modo de comportarnos social y políticamente que he podido ir descubriendo a lo largo de mi vasta vida como investigadora. Somos conservadores en el consumo y bastante aversos al riesgo. Si podemos, gastamos, porque no somos nada ahorradores, pero no nos gusta contarlo. Vemos con malos ojos al gastador compulsivo, aunque no tenemos cultura de ahorro, no sabemos cómo y no tenemos cultura de sacrificio. Si nos entra un ‘pesito’ o tenemos dinero, lo vamos a gastar, por necesidad o ‘por las dudas’, pero vamos a tratar de que nadie lo vea (el gasto) o no se note mucho, porque a diferencia de nuestros vecinos, no nos gusta exhibirnos (pero para no aburrirnos, disfrutamos mucho viendo cómo ellos lo hacen). Cada vez que compramos algo de más (o incluso si es necesario) lo justificamos ante nosotros y los demás con una larga lista de razones. Y si salimos con muchas bolsas de alguna tienda, es porque era una gran liquidación o nos lo regalaron”.
Para la directora de Cifra, esas actitudes son “fruto de una inexistencia de cultura del ahorro casi que en nuestros genes, porque somos hijos de nietos o padres inmigrantes que llegaron sin nada y tuvieron que trabajar mucho para lograr algo. Esto parece justificar el merecernos el gasto (casi que por herencia), merecernos los pocos gustos que nos podemos dar. A diferencia de otras culturas o países, nadie nos enseña a ahorrar, salvo para la vivienda, y eso se hace en el Banco Hipotecario, (...) y hasta ahí llegamos. Somos un país no pobre, sino caro, por lo cual lo que tenemos siempre es poco o insuficiente para vivir como quisiéramos”.
Otra característica que vuelve al asunto de lo estatal: “Como hijos del Estado batllista, además, esperamos que este resuelva nuestras necesidades básicas y también las otras; se lo reclamamos y apostamos a un país y un gobierno que siga defendiendo y pregonando esto. Y creemos que si llegamos a perderlo todo o quedarnos sin nada, el Estado nos va a cuidar”.
Según Pomiés, en materia social “somos un poco más liberales (en eso sí nos educaron). Creemos que nuestra diferencia como país pequeño y la poca posibilidad de destaque es siendo laboratorio o conejillo de Indias de nuevas tendencias en lo social. Nos jactamos de que aquí sí podemos innovar o avanzar en muchos temas sociales, aunque varios prefieren que no nos toquen muy de cerca —como el divorcio, el matrimonio igualitario o la legalización de algunas drogas— porque en el ‘fondo fondo’, cuando tiene que ver con nuestra vida y la de nuestros hijos somos también un poco conservadores”.
Yo creo que si el Homus uruguayensis fuese llevado al cine —con César Troncoso como protagonista, obviamente—, el resultado probablemente sería una película predecible, entrañable y algo adormecedora, que dejaría al espectador con un sentimiento de complacencia culposa.
Antes de despedirme, te recuerdo que con gusto recibo tus comentarios en [email protected], y hago la habitual recomendación de lectura de Búsqueda: esta columna de nuestro director, Andrés Danza, sobre la política pública como profesión.
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