—Es extremadamente importante. Haber pasado de 8% a 6% las expectativas de inflación fue un paso fundamental para ir llevando la inflación —en la medida que las futuras autoridades así lo entiendan— a estándares internacionales y acordes a la calificación crediticia que tiene Uruguay. Estamos hablando de un 3% o 3,5%.
—¿Es posible bajar la inflación a ese otro escalón?
—En la medida que el Estado vaya cumpliendo las metas que se propone en términos de inflación y los agentes económicos la vayan incorporando y refuercen aún más la credibilidad que tienen en las políticas, probablemente bajar la inflación de 6% a 3% sea más sencillo que haberla reducido de 8% a 5%.
—¿A qué atribuye que las expectativas de inflación de los agentes, que habían bajado, ahora estén más cerca del techo del rango?
—El actual gobierno marcó una línea en la política monetaria y, de haber seguido (la coalición republicana en el poder), los agentes sabían qué esperar. En un proceso de transición como el que estamos, más allá de algunos anuncios hechos por el futuro ministro de Economía y el futuro presidente del banco, los agentes tienen cierta incertidumbre respecto de las decisiones que se van a tomar y a la ratificación del rumbo de las políticas fiscal, monetaria y de ingresos. Entiendo que ahí está la fuente de incertidumbre, y en menor medida incide la depreciación que sufrió el tipo de cambio, que también ha generado cierta presión inflacionaria.
No hay duda de que esa incertidumbre se va a despejar (después del cambio de mando), para bien o para mal. Dependerá de los mensajes y de cómo los agentes económicos los interpreten. A partir de la Ley de Presupuesto, las próximas instancias de política monetaria ya con un nuevo directorio (en el BCU) y las pautas salariales para los convenios que haya que renegociar, esas expectativas van a volver a su cauce descendente o no.
—¿No influyó en el deterioro de las expectativas una cierta pérdida de consistencia entre las distintas políticas?
—No, para nada. ¿Por qué la pregunta?
—Hubo un deterioro fiscal en 2024.
—Que fue explicado adecuadamente por la ministra de Economía en función de una sorpresa inflacionaria; el gasto público nominal se ha mantenido estable y de acuerdo a los lineamientos en la Rendición de Cuentas. No, no, no veo que haya habido un desalineamiento en la consistencia de las políticas, para nada.
—Como integrante del equipo económico, y más allá de que lo fiscal no es su responsabilidad, ¿cómo juzga la situación que se deja al gobierno entrante?
—Existió una pandemia en el mundo y en Uruguay, y tuvimos una de las peores sequías de la historia. Si Uruguay hubiera seguido en tiempos de pandemia una política de encierro y de parálisis económicas como llevaron adelante otros países, ¿cuáles serían la deuda pública y el déficit de Uruguay por haber tenido que asistir a toda la población? A la luz de esos acontecimientos, una situación fiscal como la existente —sí, con un pequeño desajuste en el último año— y una institucionalidad como la que tenemos, es más que satisfactorio.
Pregúntele a cualquiera de los ministros del actual Poder Ejecutivo si en 2024 pudieron satisfacer todas sus demandas de gasto público y le van a responder que no, porque el gobierno apretó todo lo que pudo. Esa es la realidad.
—El Consejo Fiscal Asesor, un órgano técnico independiente, señaló que en 2024 la política fue procíclica.
—Solo en un año en todo el período no se cumplió la regla; no se puede empañar todo lo hecho por ese año…
—Justo fue un año electoral.
—Justo es el año en el cual la inflación bajó de manera bastante más acelerada de lo que se previó en la Rendición de Cuentas.
—En estos años bajó el ritmo de aumento de los precios —la inflación—, pero no así el nivel de los precios. ¿Está conforme?
—Los factores que llevan a que Uruguay tenga el nivel de precios que tiene —lo que se dice comúnmente de que Uruguay es caro— son otros. Al Banco Central le compete combatir la suba, no el nivel de precios. Ahí hay reformas micro, hay que mejorar la productividad, hay que abrir más la economía y promover la competencia. Y crecer, y hacerlo con un nivel de finanzas públicas acordes a las posibilidades del país, de tal manera de no presionar a los sectores productivos y a la propia sociedad con impuestos. De esa forma se irá reduciendo el nivel de precios.
—El gobierno de la coalición multicolor tenía ese diagnóstico antes de asumir…
—Se avanzó todo lo que se pudo, pero es un proceso que no es de cinco años. Tengo 53 años y desde que tengo memoria escucho que Uruguay es caro.
—El Ministerio de Economía trabajó junto con otros organismos para desregular la importación de algunos artículos básicos, como los de higiene personal. ¿Por qué eso no se concretó?
—Entiendo que se estuvo trabajando a través de un equipo interministerial en cuanto a algunas reformas micro y a simplificar algunas importaciones y cuestiones sanitarias, pero por qué no se avanzó más no lo sé.
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Mauricio Zina-adhocFOTOS
—Un documento presentado por el BCU al principio del período, firmado por el anterior presidente Diego Labat, postulaba la intención de que el peso uruguayo sea una “moneda de calidad”. ¿Se logró en algo ese objetivo?
—Claro, porque una moneda de calidad es consecuencia de una economía con una inflación baja. Y todas nuestras políticas en estos cinco años estuvieron puestas en el objetivo de bajar la inflación, y en bajar las expectativas como forma de darle sostenibilidad a esa baja en la inflación. Pero vuelvo a lo anterior: es un proceso y no se logra de un día para el otro.
No es algo de ahora, pero los créditos hipotecarios se están tomando en unidades indexadas en términos generales, y el sector corporativo está tomando préstamos en moneda nacional. Por ahí, para los depósitos, la sociedad todavía no reconoce en el peso una moneda con la fortaleza del dólar. Es un proceso que lleva tiempo porque es cultural; la dolarización en Uruguay es consecuencia de sucesivas crisis al cabo de nuestra historia que al ciudadano lo llevan a creer que el dólar lo protege más que el peso, y cambiar esa creencia va a llevar años. Que hoy el uruguayo vea que el poder de compra de su salario mejora producto de una inflación baja es un cambio significativo, porque va percibiendo que no necesita aumentos del salario nominal que le ganen a la inflación.
—En este contexto, planteos como los que ha hecho el designado ministro de Economía, Gabriel Oddone, de propiciar una desindexación de salarios y otros contratos, ¿van en dirección correcta en su opinión?
—Hay aparentemente una expresión de deseo del futuro ministro, pero las características de esa desindexación no fueron explicitadas. Creo que, en la medida que el Estado se comprometa a bajar la inflación, lo logre y sea consecuente en el tiempo con eso, la importancia de la indexación va a ir cayendo por sí sola, porque los trabajadores van a confiar en aquello en lo cual el Estado se comprometa.
Uruguay necesita crecer a tasas altas y, para poder hacerlo, la inversión es fundamental, pero la productividad mucho más. Ojalá lleguemos al momento en que los salarios estén indexados a la productividad; eso sería un cambio cualitativo para el país.
—¿Alcanzan con poco más de 20 meses de inflación en el rango para entrar en un proceso como el que menciona?
—Por eso hay que ser persistente. Si esa batalla estuviera ganada, las expectativas tendrían que estar ancladas al eje del rango, al 4,5%, y no lo están. Eso es porque aún persisten dudas sobre la sostenibilidad de ese proceso de baja de la inflación.
En muchas economías, incluso latinoamericanas, por las presiones inflacionarias pos-Covid y de la invasión rusa a Ucrania la inflación se desalineó, pero las expectativas siguieron alineadas. Eso les permitió a los distintos bancos centrales ir corrigiendo; algunos lo han logrado y otros no. En Uruguay, esa situación nos encontró con ambas cosas desalineadas —la inflación y las propias expectativas—, por lo cual el trabajo fue doble.
—Desde agosto de 2021 que el BCU no participa en el mercado cambiario. ¿Los agentes internalizaron que el régimen es de una flotación mucho más pura que en el pasado? ¿Eso es un logro?
—Sí. Es un logro porque las intervenciones en sí mismas no son malas y el Banco Central no les cierra las puertas. Lo importante es que la sociedad tenga claro cuál es su mandato, que es la inflación. En un proceso de expectativas ancladas e inflación consolidada, intervenir para recomponer el stock de reservas o para desprenderse de ellas porque son excesivas, o por otras cuestiones financieras, se puede hacer. Ahora, procurar controlar la inflación y el tipo de cambio al mismo tiempo en forma permanente es más difícil y el mensaje se licúa, siendo que el instrumento es la tasa de interés o los agregados (monetarios), como fue en su momento. Hay que evitar generar confusión o inconsistencias en el mensaje.
—Frente a la queja de los empresarios exportadores por el “atraso cambiario”, la respuesta de las autoridades económicas era que había que trabajar sobre los factores estructurales de la competitividad. En ese plano, ¿este gobierno deja una situación mejor que cuando empezó el período?
—La disciplina fiscal, el no endeudar al país más allá de lo necesario, el haber salido del Covid como salimos, el haber manejado la asistencia frente a la sequía como se hizo son todos elementos que van blindando o evitan erosionar más la competitividad. Lo mismo el tener hoy una inflación dentro del rango, con lo cual la política monetaria ya se mueve en zona de neutralidad o leve contractividad. También la reforma educativa, la innovación y el esfuerzo por facilitar la inserción internacional son todos elementos que contribuyen a mejorar la productividad de la economía y de competitividad de las firmas. En eso hay que insistir.