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    Agua levemente gasificada

    Durante la campaña electoral de 2024 fue siendo crecientemente difícil distinguir las propuestas de los dos principales contendientes, Yamandú Orsi y Álvaro Delgado; hubo competencia centrípeta

    Columnista de Búsqueda

    El martes 10, con mi colega Victoria Gadea, y gracias a la gentil invitación del ingeniero Diego O’Neill, participamos en un evento convocado por la Confederación de Cámaras Empresariales. En un momento de la conversación, uno de los asistentes nos pidió que profundizáramos en el meneado asunto de si las elecciones se ganan o no en el centro del eje izquierda-derecha. Para responder la pregunta propuse el argumento siguiente.

    Cuando la distribución del electorado en el eje izquierda-derecha es normal, es decir, cuando una sociedad no está polarizada, la curva tiene la forma de una campana de Gauss. La mayoría de los electores se autoidentifican como de centro. Esto, de acuerdo a Anthony Downs, el economista que formuló esta forma de analizar la política en An Economic Theory of Democracy (1957), incentiva una dinámica centrípeta en la competencia electoral: los partidos se “mueven” hacia el centro, abandonando propuestas radicales (las del paladar de los votantes que están más cerca de los polos del eje). Esto tiene importantes consecuencias: los partidos terminan teniendo una escasa distancia ideológica entre sí, lo que minimiza el efecto de la alternancia entre ellos en las políticas públicas y maximiza la estabilidad política.

    Según el propio Downs, “los modelos teóricos deben ser probados principalmente por la exactitud de sus predicciones más que por la realidad de sus supuestos”. Evaluado desde este punto de vista, su enfoque fue muy exitoso como puede constarse analizando sistemas de partidos en el mundo. En Uruguay, por ejemplo, la teoría de Downs ayuda a entender por qué el Frente Amplio, desde la década del noventa del siglo pasado, paso a paso, congreso tras congreso, fue recorriendo el camino que lo llevó de aspirar a confrontar con el statu quo económico (cuando se definía como un partido antioligárquico y antiimperialista) a proponer, mucho más tibiamente, administrar el capitalismo conciliando crecimiento económico con distribución del ingreso.1 El enfoque “económico” también es muy útil para explicar el proceso de moderación programática experimentado en la vereda opuesta. Alcanza con comparar discursos, propuestas y políticas públicas de colorados y blancos en los tiempos de Jorge Batlle y Luis Alberto Lacalle Herrera, con lo dicho y hecho por la coalición republicana que ya se está despidiendo del gobierno. Tal como preveía Downs, la distancia ideológica entre nuestros partidos ha ido disminuyendo y prevalece el gradualismo en la dinámica de las políticas públicas.

    Pero a lo largo de este proceso nuestros partidos llevaron la lógica de la competencia centrípeta bastante más lejos de lo que el creador del “modelo de competencia espacial” había propuesto. En ningún momento sostiene que, para ganar elecciones, los partidos deben parecerse, como puede leerse en el pasaje siguiente. Dice Downs: “Los partidos no pueden adoptar ideologías idénticas, porque deben crear diferencias suficientes para que su producto (la ideología) se distinga del de sus rivales y así atraer votantes a sus urnas”. Nuestros partidos, como argumenté en otro momento, no tienen ideologías idénticas (ni las mismas bases sociales). Parecido, escribí, no es lo mismo.2 Pero durante la campaña electoral de 2024 fue siendo crecientemente difícil distinguir las propuestas de los dos principales contendientes, Yamandú Orsi y Álvaro Delgado. Hubo competencia centrípeta. Pero no del modo esperado por la “teoría económica” de Downs. No se confrontaron proyectos macro, rumbos de país. Los partidos no buscaron atraer a los votantes decisivos explicando las diferencias entre ellos, sino tendiendo a parecerse. En mi exposición ante los empresarios, para ilustrar este argumento, puse el ejemplo siguiente: una buena campaña electoral consiste en que unos propongan agua con gas y otros, agua sin gas. La distinción no es trivial. El consumidor asume la responsabilidad de decidir qué prefiere tomar. Pero durante la campaña de 2024, especialmente durante la recta final, los dos bloques en pugna terminaron proponiéndonos agua levemente gasificada. Eso sí, con etiquetas diferentes.

    Hacen bien los partidos en evitar la polarización ideológica. Esto tiene mucho sentido, tanto en términos electorales como desde el punto de vista de la estabilidad de la democracia y de las políticas públicas. Pero se están desviando de la lógica downsiana de la competencia espacial en un punto clave. Para que el mercado político funcione de la mejor manera es imprescindible que los partidos ofrezcan políticas públicas diferentes. Desde luego, no puede descartarse y hasta cierto punto es deseable que existan coincidencias en la jerarquía asignada a algunos temas y en las propuestas concretas para abordarlos. Pero deben ofrecernos productos distinguibles y no marcas diferentes del mismo producto. No estoy proponiendo que unos se vuelvan socialistas y otros libertarios. No estoy convocando a la “grieta”. Otra vez: bienvenida la competencia centrípeta, pero entendida de un modo distinto. Hace muchas décadas que la ciencia política conoce los riesgos inherentes al exceso de distancia ideológica. Pero de un tiempo a esta parte nos estamos enfrentando a un riesgo opuesto que no terminamos de asumir. La convergencia ideológica llevada al extremo termina vaciando de sentido la competencia electoral y erosionando la representación y su legitimidad, como más recientemente ha venido advirtiendo Adam Przeworski.3

    Hay buenas razones para tomar agua con gas. Que los que creen en esto lo expliquen claramente. Hay, también, buenos razones para preferir el agua sin gas. Que los defensores de esta alternativa se tomen el trabajo de explicitarlas. Que unos y otros debatan con claridad ante nosotros, los consumidores, para que podamos optar, experimentar, sostener una opción o modificar nuestra preferencia. Me pregunto en qué medida nosotros, quienes participamos del análisis de las campañas, hemos contribuido a instalar la creencia de que “buscar el centro” es ofrecer agua levemente gasificada. Me pregunto si no habremos puesto, a lo largo de muchos años, más énfasis en las virtudes de la competencia centrípeta que en la necesidad de la diferenciación de las propuestas electorales. Las palabras no solo describen realidades e intenciones, como nos enseñó hace tiempo la teoría de los actos de habla. Las palabras también tienen efectos performativos, es decir, tienen consecuencias. ¿En qué medida la tibieza que unos y otros señalan como característica de esta campaña electoral es consecuencia de una interpretación parcial, incompleta, del modelo de Downs?

    1 Documentamos este proceso con Jaime Yaffé hace ya veinte años en La era progresista (Fin de Siglo).

    2 Ver: https://www.busqueda.com.uy/opinion-y-analisis/orsi-o-delgado-parecido-no-es-lo-mismo-n5394442

    3 Przeworski, Adam. Qué esperar de la democracia. Límites y posibilidades del autogobierno. Siglo XXI Editores Argentina, 2010.