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Que un pueblo cercano a los 11.000 habitantes salve un cine de 1.000 butacas es la síntesis apretada de un guion de película; eso ocurrió con el Helvético, de Colonia Suiza, cine que la comunidad salvó del remate hace 26 años y aún sigue vivo
En el cruce de 25 de Agosto y Dreyer, en Nueva Helvecia, hay un cine del siglo pasado que no se convirtió en otra cosa. No es ni una iglesia ni un supermercado ni un shopping. Es simplemente un cine en uso, para lo que nació, con un cartel de letras gruesas que se enciende por las noches.
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“Mirá, ¡sigue existiendo el cine!”, comenta un grupo de turistas con el asombro de quien se enfrenta a un animal extinto. Después, sacan fotos de la fachada curva y comentan sobre la desaparición de las salas que en otros tiempos agotaban taquilla. “Este cine lo compró el pueblo”, interviene sin aviso una mujer que ha escuchado la conversación. Parece una vecina entusiasta, pero además es la diputada colorada por el departamento. Nibia Reisch seguramente salía de un local partidario ubicado a pocos pasos y como ciudadana helvética no pudo menos que contar la hazaña. No es para menos. Hace más dos décadas un grupo de vecinos de Nueva Helvecia se resistió al cierre del cine con una gran movida popular. Vendieron rifas y salieron a pedir puerta a puerta hasta conseguir una cantidad de dinero significativa. El resto vino de donaciones públicas y privadas, algo que no le quita mérito a la quijotada.
A 26 años de la compra, el cine sigue vivo, antiguo y moderno a la vez. Eso sí, en una carrera de obstáculos permanente. La crisis de 2002 lo enfrentó a deudas que sin ayuda estatal habrían sido impagables. En 2020, al igual que otros centros culturales, se vio obligado a cerrar. Cuando reabrió, el público había cambiado los hábitos y prefería mirar pantallas desde el living. Costó, sigue costando, convocar. Por si fuera poco, este año se rompió el proyector y otra vez hubo que conseguir fondos, ahora 36.000 dólares, para ponerse a la vanguardia con un proyector de tecnología láser y nuevos equipos de sonido.
Que un pueblo cercano a los 11.000 habitantes salve un cine de 1.000 butacas es la síntesis apretada de un guion de película. Ese filón épico lo vio Clarín el 6 de febrero de 1998 al titular una nota Un pueblo compró el cine para que no lo demolieran. La noticia en el diario argentino impulsó la historia al otro lado del Atlántico; hasta en Francia y Suiza se enteraron. Para el día de la inauguración, el 16 de abril de 1998, lo de “el pueblo que compró un cine” se había hecho tan conocido —por entonces no se decía viral— que los helvéticos recibían a raudales la solidaridad de artistas internacionales. Esa tardecita otoñal, China Zorrilla bautizó la sala acompañada por una multitud. Con la emoción del momento, la actriz prometió volver para presentar un espectáculo propio, aunque luego eso no ocurrió, cuenta Rafael Ravazzani, integrante del grupo que gestionó la compra y presidente durante varios años de la comisión administradora. Desde entonces no han parado de presentar una cartelera actualizada de películas, teatro y espectáculos musicales. Valeria Lynch, Petru Valenski, Los Iracundos, la Orquesta Sinfónica Nacional, Lucas Sugo… Recientemente se subieron al escenario la Big Hib Band de Alemania y la local NH Jazz Fusion, como parte de la propuesta de hermanar las ciudades de Neuhaus am Rennweg y Nueva Helvecia.
Para festejar la reapertura, el cine Helvético estrenó Titanic a sala llena en 1998. Según las crónicas, 7.000 espectadores la vieron, algo así como el 60% de los habitantes de la ciudad. En la primera sesión, la función se interrumpió por problemas con el amplificador a válvulas y hubo que detener la película para reparar. Finalmente el barco llegó a su naufragio sin inconvenientes. En otras circunstancias los chiflidos se habrían sentido desde Buenos Aires, pero esa vez la alegría se impuso y primó la paciencia.
En 2003 Página 12 retomó la proeza de Nueva Helvecia cuando el director santafecino Juan Carlos Arch presentó el documental Abre el Helvético en la muestra Cine del Plata. Un Cinema Paradiso a la uruguaya tituló el diario en referencia a la película de Giuseppe Tornatore que cuenta el apogeo, la decadencia y la destrucción de una sala de pueblo. La comparación con Cinema Paradiso ha sido recurrente en las notas de prensa nacionales y extranjeras, con la necesaria aclaración de que el caso uruguayo tuvo un final feliz.
Arch logró filmar con equipos hogareños la inauguración y los días previos. Luego regresó a Santa Fe con el corazón palpitante de entusiasmo ante el triunfo de la cultura —la nota de Página 12 comparaba lo ocurrido con la gesta de Fuenteovejuna—, pero al aterrizar se enteró de que una cadena de electrodomésticos había comprado un cine santafecino para convertirlo en centro comercial. Triste y falto de recursos tardó varios años en terminar el documental.
“Soy el primer sorprendido de que nadie más haya hecho una película con esto”, diría tiempo después en una entrevista. Arch falleció en 2006 cuando rodaba Campanas de esperanza. Otro detalle que ensambla con este relato es que había recibido el premio Don Quijote en Italia, otorgado por la Federación Internacional de Cineclubes. Hoy es muy difícil, si no imposible, ver Abre el Helvético en alguna plataforma de streaming.
El salvataje del cine se va convirtiendo en leyenda. En las butacas de cuero bordó se escuchan amplificados los diálogos de las películas de ayer y de hoy, pero también los susurros de los espectadores desde hace más de un siglo. La historia del Helvético suena a cuento fantástico y, si aún no se ha hecho una película por todo lo alto, se debe a que Nueva Helvecia queda muy lejos de Hollywood.