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La UTEC sirvió como para mostrar que, cuando la idea es buena y se ejecuta de forma correcta y a tiempo, dejando de lado las diferencias partidarias e ideológicas, realmente funciona
Sí, se puede. La Universidad Tecnológica (UTEC), creada en 2012 durante el gobierno de José Mujica con el voto favorable de todos los partidos políticos, es un ejemplo. Lo es porque ya pasaron casi 15 años, porque se sucedieron tres gobiernos de distintas orientaciones ideológicas, porque en el medio hubo decenas de discusiones y anuncios que quedaron en la nada, y la UTEC sigue ahí, creciendo a través de hechos concretos, mostrando un camino que debería ser imitado en distintas áreas.
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Para hacerlo, lo importante a tener en cuenta es el qué, el cuándo y el cómo. En otras palabras, cuál es la idea concreta, los tiempos para aplicarla y la mejor forma de llevarla a cabo. Esos tres conceptos son como distintas estaciones que hay que atravesar antes de llegar a un buen destino. Ninguna se puede saltear, todas ellas son imprescindibles.
Descentralizar la educación universitaria en Uruguay. Llevar la mayor cantidad de carreras técnicas al interior del país para que muchos jóvenes no tengan que viajar a Montevideo a estudiar. Apostar a la enseñanza de rubros vinculados a la ciencia y la tecnología o relacionados a actividades productivas que se realizan fuera de la capital. Esos son algunos de los postulados que funcionaron como primer impulso para la UTEC. Ahí está el qué.
Es difícil oponerse a eso. Más teniendo en cuenta lo que muestra la realidad de la educación universitaria en las últimas décadas, con un excesivo centralismo montevideano. No hay ciudad del interior del país que no cuente con jóvenes que hayan tenido que emigrar a la capital para continuar sus estudios. Esa es la realidad y representa un problema para muchas familias, como tantos otros que nunca se corrigen. La lista de asuntos pendientes es larguísima. Hace demasiado tiempo que nos transformamos en el país de diagnósticos muy precisos y acertados, aunque sin ningún tratamiento efectivo. El quietismo es el que domina.
Por eso es tan importante el cómo. Y ese cómo debe incluir a los directamente involucrados, a los que serán verdaderos impulsores y responsables de que los cambios se realicen o queden en la nada. Esto implica diálogo y la ineludible condición de bajar las banderas partidarias y dejarlas en reposo por un tiempo. Porque nunca los involucrados en estos cambios tan fundamentales son solo de uno u otro bloque ideológico.
En el caso de la UTEC, su gran promotor fue Mujica, pero también varios intendentes de departamentos del interior del país y en especial algunos de los blancos. Mujica sabía que no podía solo con el Frente Amplio ni tampoco con toda la estructura del gobierno central y elaboró una estrategia que le fue muy útil: acercarse a los jefes departamentales más pragmáticos y que estaban convencidos de que ese era el camino.
La idea inicial del entonces presidente era que la UTU fuera la que realizara ese trabajo en el interior, pero, luego de una extensa negociación, acordó crear una nueva universidad pública. Finalmente, en 2012, la Ley 19.043 —que daba nacimiento a la nueva universidad, pública, gratuita y en el interior— fue votada por todos los partidos.
Tres personas destacaba especialmente Mujica al referirse a ese logro. Decía que sin ellos hubiera sido imposible. “Los grandes motores de esta revolución”, los definía. El primero era el entonces intendente de Durazno, el nacionalista Carmelo Vidalín. El segundo, el también nacionalista intendente de Río Negro Omar Lafluf. Y el tercero, el colorado Marne Osorio, jefe comunal de Rivera.
Fueron los intendentes los que le pusieron más energía a esta propuesta y que terminaron de convencer a los legisladores de sus partidos que la votaran. También fueron ellos los que después pusieron la infraestructura y el empuje necesario para que la UTEC pasara de los papeles a los ladrillos y que se terminara de hacer realidad. Un cómo bien logrado.
Y es entonces cuando entra el cuándo, que también fue exitoso. Porque la UTEC quedó en funcionamiento al final de un gobierno, con toda la proyección hacia adelante. De esa forma, trascendió las fronteras electorales y partidarias y atravesó los distintos períodos. En los hechos, fue poco lo que se pudo avanzar en la administración de Mujica, más allá de la discusión y la concreción. Pero la semilla ya había germinado y estaba creciendo en un terreno neutral. Eso es lo que hace la diferencia.
Por eso, el cuándo se trasformó en una especie de pelota de nieve bajando la montaña, que continúa creciendo año tras año. Al gobierno de Mujica lo sucedió el segundo de Tabaré Vázquez y luego el de Luis Lacalle Pou. Todos siguieron el mismo camino, dándole oxígeno y músculo a la nueva universidad pública en el interior del país, con el compromiso de los intendentes. Edificios como el del antiguo Frigorífico Anglo en Fray Bentos, una vieja destilería en Colonia La Paz, una cárcel abandonada en San José o un viejo hospital en Durazno fueron recuperados para llenarse de estudiantes y de futuro.
Eran 44 los alumnos que en 2014 iniciaron los primeros cursos. Hoy, la UTEC ofrece 26 carreras de grado, ocho formaciones de posgrado, entre las que hay maestrías y especializaciones, y recibe estudiantes de los 19 departamentos, con 3.497 matriculados a finales de 2024. El 84% de ellos son la primera generación de universitarios en su familia y la mayoría pertenece a niveles socioeconómicos medio y bajo.
De acuerdo con su memoria quinquenal, al 30 de junio de 2024 la UTEC había titulado a 1.526 personas: 966 en carreras de pregrado y grado, 221 en posgrados y 339 en educación continua. Desde que abrió sus puertas en 2014 hasta ese año se matricularon en sus carreras 10.153 estudiantes.
Hoy en día, la universidad cuenta con 13 sedes, distribuidas en 11 departamentos, y las proyecciones apuntan a llegar a nuevas zonas de Uruguay. A su vez, el 93,2% de sus docentes reside en el interior del país y muchas de las carreras que ofrece tienen un sistema híbrido, con una parte presencial y otra a distancia, lo que permite que se puedan realizar desde los lugares más alejados.
En otras palabras, una verdadera revolución educativa. Probablemente, de las más significativas después de la reforma promovida por Germán Rama a fines de los noventa y del Plan Ceibal, que permitió que cada niño de la escuela pública tuviera su computadora. La UTEC es comparable con esos hitos porque sirvió para llevar la educación terciaria al interior del país, que estaba totalmente postergado, y porque abrió el abanico de carreras de grado y posgrado vinculadas directamente a rubros de producción muy importantes, aunque con poca formación universitaria. Pero también, y especialmente, porque sirvió como para mostrar que, cuando la idea es buena y se ejecuta de forma correcta y a tiempo, dejando de lado las diferencias partidarias e ideológicas, realmente funciona.
Lástima que hasta ahora siga siendo solo una excepción que confirma la regla del quietismo, esa que parece tener adormecido a gran parte del sistema político.