Ganó Orsi. Perdió Delgado. Uruguay tiene un nuevo presidente. Las bocinas, ruidos, estruendos y bullicio no se hicieron esperar en el barrio y poco a poco tomaron la ciudad y el país entero. Luego de una campaña que muchos catalogaron de tibia, apática y, hasta por momentos, aburrida, el desahogo fue aún más llamativo. Medio país festejando, medio país lamentando. Hace cinco años, una noche similar y con algunos días de postergación, el escenario era similar, aunque con los colores invertidos. Y así podríamos remontarnos hacia atrás de quinquenio en quinquenio.
Creo que solo la política y el fútbol generan ese estado de emoción entre la gente. Llantos y risas, abrazos y brazos caídos, saltos por el aire y cuerpos por el piso, banderas al viento y otras guardadas en alguna mochila. La gente se emociona, comparte lo que siente y lo demuestra.
La semana pasada tuve la suerte de oír a una persona que admiro por lo que hace, por lo que dice y por cómo lo comunica. Pipe Stein, que es uno de los fundadores de Notable, una de las empresas más emblemáticas en el sector de la publicidad, dio una charla para más de 200 personas centrada en cómo comunican los líderes hoy. Lejos de presentar teorías de liderazgo o biografías de personas carismáticas, su charla estuvo centrada en la capacidad que deben tener quienes comunican para generar emociones en los demás.
La palabra emoción proviene del término en latín “emotio”, que significa ‘movimiento’ o ‘agitación’. Este, a su vez, se deriva del verbo “emovere”, que está compuesto por el prefijo e- (fuera) y movere (mover). Así, la etimología sugiere que la emoción implica un movimiento interno o una agitación que provoca reacciones en el individuo. Esta conexión con el movimiento refleja cómo las emociones pueden influir en nuestras acciones y estados de ánimo. Emocionar es moverse y mover a otros.
La emoción se define como una respuesta psicológica y física ante un estímulo, que se caracteriza por cambios en el estado de ánimo, niveles de energía y ciertas reacciones físicas como la aceleración del pulso o cambios en la expresión facial. Las emociones son reacciones complejas que pueden incluir sentimientos, pensamientos y comportamientos, y son parte fundamental de la experiencia humana y las interacciones sociales.
¿Qué pasa en nuestros entornos laborales con las emociones? Manejar eficientemente las emociones es una competencia esencial. Identificar nuestras emociones, algo que los psicólogos denominan etiquetar, es un paso crucial para manejarlas de forma eficaz. Sin embargo, es más complicado de lo que parece. Muchos de nosotros batallamos para determinar qué es precisamente lo que estamos experimentando y, frecuentemente, la etiqueta más evidente no es realmente la más exacta.
Existen diversas razones por las cuales esto resulta tan complicado. Hemos sido formados para pensar que las emociones intensas deben ser sofocadas. Poseemos algunas normas sociales y organizativas que impiden su expresión.
Creemos que emocionarse en el trabajo está relacionado con mostrarse triste o feliz. Mostrar emociones, emocionarse y emocionar suele ser mal visto. Muchas veces los líderes tienden, como contrapartida, a generar armaduras de protección y desarrollan una personalidad laboral tan hermética que dejan de ser ellos mismos, suprimiendo de manera involuntaria las características emocionales que fomentan a sus equipos a seguirlos y creerles.
La ausencia de autenticidad es sencilla de identificar, por lo que manipular las emociones de forma falsa resulta perjudicial. La forma más efectiva de vincularse a un nivel más profundo es ser honesto con las emociones que estamos experimentando en el presente. No estamos actuando, estamos emocionando. A Pipe le temblaba la voz en varios pasajes de su charla al referenciar a alguna persona o al contar alguna anécdota personal. Emocionarse es ser, pero a la vez parecer creíble para los demás. Esa conexión entre el adentro y afuera es la clave para lograr el movimiento buscado, sea una sonrisa, una mirada cómplice o un voto.
En la mayoría de las empresas, ser un buen colaborador implica mostrar una actitud serena e inalterable. Nunca deseamos perder la compostura, así que elaboramos tácticas para conservar nuestro temple intacto. ¿Quién de nosotros no ha hecho algunos trayectos desde el trabajo hasta casa gritando o desahogándose con un jefe o colega invisible? Hacerlo cara a cara tiene un costo alto. Mantenerse indiferente puede ser un beneficio. No obstante, ese mismo exterior meticulosamente elaborado se derrumba cuando, en nuestro papel de líderes, requerimos fomentar compromiso y entusiasmo.
¿Desde cuándo es importante la emoción? ¿Por qué expresarla sanamente es un objetivo que cualquier líder debería llevar adelante? El uso de las emociones para captar corazones y mentes no es reciente. En alguna columna previa hablé del triángulo retórico de Aristóteles que contenía tres componentes idénticos: emoción, lógica y credibilidad. Pathos, ethos y logos son tres modos de persuasión que Aristóteles identificó en su obra Retórica.
El pathos refiere a la apelación a las emociones del público, es la manera en que utilizamos sentimientos y emociones para conectar con los demás, provocando respuestas emocionales que pueden influir en su opinión o acciones. Las emociones son contagiosas y los líderes, especialmente, ejercen un gran impacto en el humor del equipo. Si deseamos que los demás experimenten esa emoción, debemos ser capaces de manifestarla. Si no definimos intencionalmente el tenor emocional, ocurrirá de forma inesperada. Si estamos agotados y desconectados, esas son las emociones que se estarán transmitiendo.
Pero ¿cómo podemos hacer para dar nombre y evidenciar en forma adecuada nuestras emociones? Mariano Sigman, en su libro El poder de las palabras, deja en evidencia que cuando los individuos no identifican ni gestionan sus emociones, exhiben un menor bienestar y más signos físicos de tensión, como dolores de cabeza o agotamiento. Contar con el vocabulario adecuado nos facilita la identificación del problema real. Propongo tres herramientas para conseguir un entendimiento más preciso y exacto de nuestras emociones.
Ampliar el diccionario de emociones. Las palabras tienen valor. Si estás atravesando una intensa emoción, tomate un momento para pensar en cómo nombrarla. Después de haberla reconocido, intentá hallar dos palabras más que expresen tu estado emocional. Es asombrosa la profundidad de sentimientos que pueden surgir o que hay escondidos detrás de una emoción más evidente.
Cualquier buscador de internet puede ayudarte a armar tu lista de palabras que podrían incluir términos tan abarcativos como alegría, tristeza, ira, miedo, sorpresa, asco, amor, ansiedad, confianza, culpa, vergüenza, gratitud, frustración, esperanza, desprecio, euforia, nostalgia, empatía, relajación, desesperación.
Medir la intensidad de la emoción. Tendemos a saltar a etiquetas básicas como “enojado” o “estresado”, incluso cuando nuestros sentimientos son mucho menos extremos. “Estoy muerto de hambre”, solemos decir. Ni estamos muertos ni tenemos tanta hambre. Las palabras definen nuestras emociones. No alcanza con usarlas bien, también importa el grado de intensidad con el que aparecen. En una escala de 1 a 10, ¿hasta qué punto estás experimentando la emoción? ¿Qué nivel de urgencia es o qué tan intenso es? ¿Elegirías un grupo distinto de palabras para decir lo que te pasa?
Escribirlo. La escritura tiene un poder abrumador. Escribir sobre tus emociones puede dar lugar a aprendizajes, descubrimientos, golpes, motivos. El proceso de redacción brinda una nueva visión de las emociones y permite entender sus consecuencias con más claridad.
Este es un ejercicio que podés emplear para meditar a través de la redacción. Podés realizar esto diariamente, pero resulta especialmente beneficioso cuando te encontrás en un período complicado o una profunda transformación, o si experimentás tensión emocional, o si has pasado por una experiencia complicada que pensás que no has asimilado completamente.
En definitiva, el desafío está en encontrar ese precario equilibrio entre la represión y el desborde de las emociones. Los líderes deben comprender que un líder fuerte no es aquel que reprime todas sus emociones, ni tampoco el que tiene el llanto fácil.
Hay una frase que se le atribuye a Buda que dice: “El que no domina sus emociones, es un esclavo de ellas”. Con mucha más vergüenza que atrevimiento, propongo resignificarla afirmando: “El que no encuentra armonía en sus emociones, es un esclavo de ellas y no puede ayudar ni liderar a los demás”.