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    Fugaz: Jazz con amigos

    El Festival Internacional de Jazz de Punta del Este tuvo su 29ª edición en la finca El Sosiego

    POR

    Voy a dejar constancia, señores miembros del jurado, de mi reciente fin de semana en el Festival Internacional de Jazz de Punta del Este, espectáculo cultural, evento esencial, asunto de particular importancia en mi vida, que ha cumplido 29 ediciones, y asistí a todas ellas. ¿Que miento y debo decir la verdad y nada más que la verdad? Está bien, no estuve personalmente en la edición de la pandemia, donde solo lo hacían los músicos y el resto lo mirábamos por TV (en realidad, pantalla, trataré de ser más preciso).

    La buena música se disfruta desde varios puntos. A veces prefiero abandonar la primera fila, donde se escucha muy bien y además podés disfrutar en detalle con la prestidigitación del contrabajista o los destellos y malabares del saxo (qué herramienta tan rara y hermosa), y permanecer un tiempo sentado a las mesas más lejanas, donde hay mixtura de piano, percusión y trompeta con voces y sonidos de la cocina (vasos, platos), como si fuera un disco en vivo, digamos en el Village Vanguard. Me gusta la posibilidad de moverme por la finca El Sosiego, desde el mostrador, la parrilla y las butacas, hasta los bancos de plaza en el caminito y los alambrados. Bueno, no he probado escuchar música más allá de los alambrados, tan lejos, pero me tienta la idea de verificar hasta dónde es audible y por lo tanto disfrutable. He tarareado temas, lo confieso, señores miembros del jurado, haciendo percusión con una mano en la pared del baño químico (con la otra sostenía… bueno, no es necesario aclararlo, descargaba líquido). El vino y la música son un excelente maridaje, perdón por la digresión.

    La buena música se disfruta con atención y respeto, y también con comentarios por lo bajo, sin molestar a nadie. Es inevitable hacerlos y que te los hagan. Ah, es agradable ver nuevas generaciones, como a la bajista y cantante Julieta Taramasso (nieta de Popo Romano) o al vibrafonista Maxi Nathan. Qué bueno estuvo el guitarrista Hans Mathisen (tuvo que soportar un acople espantoso el domingo), el pianista Elio Villafranca o la vocalista Brianna Thomas en su homenaje a Nina Simone. “Una vez intenté traer a Nina Simone”, me dice Francisco Yobino. “¿Y qué pasó?”, le devuelvo al director del festival. “Me pidió 50.000 dólares”. Silencio. Cuán importantes los silencios en música.

    Me gusta ver a los músicos ir y venir fuera del escenario, porque cuando no tocan, andan por ahí disfrutando. Allí va el notable saxofonista Mark Gross, hijo de un predicador evangélico, siempre elegante, atildado, de buenos modales. Destaca notoriamente entre la gente. Y miren el sombrero con una pluma del contrabajista Russell Hall, que compró en Nashville (también podría ser adquirido en Valizas). En el restaurante, Hall nos demostró que toca muy bien la batería. Lo siento, señores miembros del jurado, no puedo transmitir la música si no es con la ayuda de estos fragmentos visuales. No sé leer música, no me va hablar de acordes y me aburre cuando las reseñas citan cuestiones técnicas y básicamente enumeran los temas que se tocaron.

    El asunto es compartir, señores miembros del jurado. Compartir la música con amigos, que implica compartir una estadía, un tiempo de risas y risotadas, de alpargatas mojadas, de repelente para los mosquitos y de otra vez no trajiste abrigo. Mirá que sos gil, no aprendés más. Son dos días disfrutando almuerzos y cenas, ya sea con camarones al ajillo o milanesas del Groncho (las recomiendo y pídanlas así en su rotisería favorita). En el auto rumbo al festival vamos contentos, alegres. “Oh, miren allá”, les digo señalando una balconera: “Navidad con Yisis”, y lo digo haciendo el numerito en inglés, para que mis amigos ateos y de izquierdas rumien un poco. Yo haría balconeras de “Navidad con Coltrane”.

    Otra vez lo mismo, lo reconozco, señores miembros del jurado. Pero es la pura verdad. Todos los que escribimos columnas un poco decimos siempre lo mismo, desde que se inventó la escritura. Y los políticos más aún, desde que se propusieron administrar la sociedad. Para que podamos escuchar variaciones sobre un mismo tema, deberían ponerles un instrumento en la boca, y si no lo saben tocar, que se callen. A propósito, el sábado me advierte un muchacho encargado de la seguridad del festival: “Las dos primeras filas están reservadas para las autoridades”. Las autoridades (¿del gobierno saliente? ¿del gobierno entrante?) nunca aparecieron, tampoco el domingo. Como los tártaros de Dino Buzzati. Cuando le señalo las filas vacías, el muchacho con buena onda me responde: “Yo qué sé… si el año que viene no sigo trabajando en esta empresa, igual vengo al festival, la música está buenísima”.

    Entonces, señores miembros del jurado, las autoridades dicen cosas pero no aparecen, sean salientes o entrantes. Me importa más lo que dijo Charlie Parker: “Estoy tocando mañana”. Vaya si sabía de qué hablaba. Y estoy ansioso con ese mañana, porque ya estoy pensando, señores miembros del jurado, en… ¡la edición 30!