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    Hola y adiós

    Los líderes que desarrollan una conciencia precisa de quiénes son realmente y de lo que su trabajo verdaderamente exige de ellos están mucho mejor equipados para superar las barreras psicológicas y para jubilarse cuando sea el momento adecuado

    Columnista de Búsqueda

    Joaquín Sabina se presentó el pasado sábado 29 de marzo en el Estadio Centenario. Más de 20.000 personas asistimos al show de su gira titulada “Hola y adiós”. Sabina anunció en octubre del año pasado su retiro de los grandes escenarios, y la gira marca el final de un viaje que comenzó hace medio siglo, cuando el renombrado cantautor empezó a actuar en el metro de Londres. Desde entonces, ha actuado en escenarios icónicos de todo el mundo. A lo largo de su carrera, lanzó más de 15 discos y escribió varios libros, influyendo en generaciones de músicos y poetas. Ha recibido numerosos premios y distinciones y seguramente sea uno de los principales cantautores hispanos de los últimos tiempos.

    Voy a sus recitales con mis hermanas en cada una de sus visitas desde que lo vi por primera vez en el Teatro de Verano en el año 2000. Ya se ha transformado en un ritual que disfrutamos juntos. Lejos de aquel primer recuerdo que tengo muy presente, el sábado, en el Centenario, Sabina dejó ver que ya no es el de antes. Su voz bastante ronca y cascoteada por los años, su cuerpo que no acompaña los movimientos en muchas de sus canciones, su intolerancia extrema frente a fallos de audio e imagen y su constante mirada al teleprompter fueron algunos síntomas de que su trayectoria está llegando a su fin y de que, probablemente, esta sería la última vez que lo vería en vivo.

    Supongo que no debe ser fácil para una persona de su trayectoria reconocer que su camino profesional, de aplausos, de éxitos, autógrafos, selfis y pancartas está próximo a terminar. Todos nosotros, en algún momento de nuestra vida, tendremos esa incómoda epifanía de ver que nuestra carrera está mucho más cerca del adiós que del hola. ¿Qué podemos aprender como empresarios de todo esto? ¿Qué nos dice Sabina hoy, más allá de la poesía que derrama en cada una de sus canciones?

    Para los altos ejecutivos, líderes, gerentes generales, el reconocimiento público que acompaña a una posición en la cima de una empresa se convierte en una de las dimensiones más significativas de sus vidas. Su identidad y propósito están ligados a su conexión con instituciones de gran prestigio, su capacidad de influir en personas, finanzas y clientes, y la reafirmación constante de su importancia como individuos y líderes.

    Cuando el retiro llega, todas estas anclas desaparecen de un día para el otro. El efecto desestabilizador a menudo se ve exacerbado por la comprensión de lo que se ha perdido o sacrificado años antes en el camino hacia la cima: una vida personal equilibrada, una buena relación con la pareja, el crecimiento de los hijos y la profundización de las amistades con los amigos. Esta es una de las razones por las que muchos altos ejecutivos retrasan su jubilación y se aferran al cargo todo el tiempo que pueden.

    Otros factores psicológicos y emocionales ocultos pero potentes conspiran para dificultar la salida. Para empezar, las personas suelen alcanzar puestos de liderazgo justo cuando los efectos del envejecimiento empiezan a volverse más notorios. Cuando los altos ejecutivos se miran en el espejo, la cara que les devuelve es el ceño fruncido. Desde el espejo ven los estragos de la edad, desatando una ola de emociones negativas: miedo, ansiedad, dolor, depresión y, por qué no, algo de enojo.

    La autoconciencia sobre el deterioro del cuerpo (una sensación con la cual ya empezamos a contactar después de los 40) puede estimular la búsqueda de sustitutos para el atractivo y fuerza física y la longevidad. Para algunas personas, ejercer el poder es un sustituto gratificante, que se convierte en un reemplazo de esas miradas perdidas. No es de extrañar que tantos se resistan a dejarlo ir. Si el poder del cargo es lo único que les queda, se aferrarán a ese mástil todo el tiempo que puedan.

    Otro factor que complica la situación para quienes se enfrentan a la perspectiva de renunciar al poder es el principio del Talión. Derivado de las primeras leyes babilónicas, establece que los criminales deben recibir la misma indemnización como castigo por las lesiones infligidas a sus víctimas. El liderazgo implica tomar decisiones difíciles que afectan la vida y la felicidad de los demás. En ocasiones, los efectos son positivos, pero también están los negativos. Debido a su creencia inconsciente en este principio, los líderes almacenan cada decisión en su memoria y, a medida que crece el número de “víctimas”, también lo hacen las represalias que anticipan. Esto los vuelve extremadamente defensivos y proporciona otro incentivo para no retirarse.

    Es más, estos miedos se acentúan por la necesidad que muchos tenemos de dejar un legado: dejar un recordatorio de los logros propios puede equipararse simbólicamente con vencer a la muerte. Muchos altos ejecutivos se preguntan si se puede confiar en que sus sucesores respeten el monumento que les llevó tanto tiempo construir. Podríamos decir, entonces, que tomar la decisión de jubilarse significa lidiar con tres problemas psicológicos.

    Identidad. Varios nos identificamos con nuestro trabajo. “Somos lo que hacemos” solía decirme un antiguo profesor durante las sesiones de mi MBA. Muchos de nosotros, lejos de nuestra carrera, podríamos llegar a preguntarnos quiénes somos sin ella. Un ejercicio interesante es el de poder encontrar las piezas esenciales de la identidad profesional y ver cómo encajaría en el nuevo puzle que debemos armar luego del retiro.

    Propósito. Muchos profesionales mayores se resisten a dejar un trabajo significativo, donde cada día aportan un sentido de propósito, contribución a algo que importa y progreso hacia metas importantes, especialmente si carecen de un sentido claro de lo que sigue. Escribir el propósito personal implica contestar: ¿qué quiero de mi vida más allá de mi trabajo? ¿Cómo quiero ser recordado? ¿Qué impacto quiero generar? Estas son solo algunas de las preguntas que deberíamos respondernos para que el retiro no sea un salto al vacío.

    Relaciones. El tercer gran problema psicológico es el miedo a perder las relaciones sólidas que se acumulan a lo largo de una carrera larga y exitosa. Tales relaciones a menudo conllevan una sensación embriagadora de ser necesitado y respetado por cientos, miles, incluso, millones de personas. A su vez, para muchos hay una sensación de ansiedad a la hora de pensar en la familia y en una reconexión muchas veces necesaria luego de una carrera que les llevó buena parte de sus días, en cuerpo y alma.

    No hay una edad correcta para jubilarse. La investigación académica ha encontrado una enorme variabilidad, tanto en la pérdida de resistencia física como en el deterioro cognitivo asociado con el envejecimiento. Algunos líderes se dan cuenta de que deben retirarse debido al deterioro cognitivo a una edad relativamente temprana. Otros, como Warren Buffett, el expresidente estadounidense Jimmy Carter, la reina Isabel II y varios expresidentes uruguayos, entre ellos Lacalle Herrera, Sanguinetti y Mujica, han demostrado poder funcionar con bastante eficacia hasta finales de sus 80 años e incluso más allá.

    Los líderes que desarrollan una conciencia precisa de quiénes son realmente y de lo que su trabajo verdaderamente exige de ellos están mucho mejor equipados para superar las barreras psicológicas y para jubilarse cuando sea el momento adecuado.

    Lamentablemente, varias empresas demuestran algún grado de negligencia en su comprensión de la dinámica psicológica de la jubilación y, sobre todo, de su preparación para ello. El modo predeterminado es simplemente abandonar a las personas al borde de la jubilación, dándoles poca o ninguna ayuda para prepararse para un cambio de vida tan crítico. Creo que aquí hay una oportunidad. Para empezar, transmitirles que el camino no lo van a transitar solos.

    Nadie puede impedir que los ejecutivos envejezcan, pero las empresas los pueden acompañar activamente en la transición hacia la jubilación y, en el proceso, ayudarse a sí mismas. No dejemos solos a estos ejecutivos en su personal y demandante “hola y adiós”.